A aquellos de nosotros que nos hemos acostumbrado a valernos
asiduamente de la oración, el tratar de desenvolvernos sin rezar nos
parecería tan poco sensato como privarnos del aire, de la comida o
de la luz del sol. Y por la misma razón. Cuando nos privamos del
aire, de la comida, o de la luz del sol, el cuerpo sufre. Y de la
misma manera, cuando nos negamos a rezar y a meditar, privamos a
nuestras mentes, a nuestras emociones y a nuestras intuiciones de un
apoyo vital y necesario.
— Doce Pasos y Doce
Tradiciones, p. 95-96.