Fernando
G. Castolo*
Como
historiadores, tenemos la gran responsabilidad de dotar a la comunidad de
elementos que soporten su identidad, a partir de los rasgos más emblemáticos en
su sentido de ser y de pertenecer. Cuando, como historiadores, damos una
errónea lectura, ello tiene sus consecuencias, porque la voz del historiador es
una voz autorizada que no se puede, ni se debe, permitir caer en
apasionamientos personales. Por ello, deseo exponer una culpa, y solamente
aspiro a que sea redimida por los amables lectores que se han visto cautivados
por nuestras aportaciones.