Ramón
Moreno Rodríguez
No hace mucho tiempo que en nuestro país
se habla de que los mexicanos tendemos a ser racistas en contra de
los indios y clasistas en contra de los pobres. Hasta antes de los
años ochenta del pasado siglo, reconocer este terrible prejuicio,
era imposible. La moral pública heredada de los regímenes políticos
surgidos de la Revolución Mexicana, habían ocultado muy bien este
terrible defecto. Recuerdo que una vez, allá por 1984, unos amigos
griegos que viajaban por México le dijeron a un hermano mío que les
parecía que los mexicanos éramos racistas. Mi hermano se indignó
por esa afirmación; alegó en nuestra defensa que racistas los
argentinos, los peruanos, los guatemaltecos, los chilenos, pero los
mexicanos no. Escuché el debate y guardé silencio porque si bien,
era consciente de que ese defecto se negaba en nuestro país, hacía
tiempo que yo opinaba como esa pareja de helenos que pusieron el dedo
en la llaga. Por ejemplo, me parecía, y me sigue pareciendo, que no
era casualidad que las personas que lavan autos en la ciudad d México
siempre son indígenas. Yo me preguntaba: ¿por qué los morenazos
mestizos o los mestizos rubios nunca lavan los autos? La respuesta es
clara: porque es un oficio para los más oprimidos de los oprimidos,
y los indios (muchos hablan con dificultad el español) siguen
ocupando el último escalón de una sociedad de castas que los
españoles impusieron a partir del siglo XVII en nuestro país y que
el régimen posrevolucionario quiso abolir en el papel, en el
discurso de la plaza pública, pero no en la realidad.
En
fin, lo que quiero decir es que la discriminación social o racial, o
ambas, me parece, son de rango universal y quizá en todas las
culturas existe este desprecio (quizá velado temor) del otro, ya sea
por fuereño ya por desposeído. Es como decirle: “no eres como yo
y eso es malo para ti; deseable sería que te mimetizaras a mi grupo,
pero como eso no es posible ni lo deseo, me gustaría que
desaparecieras o mejor aún, yo mismo te fulminara”.