Fernando G. Castolo*
Zapotlán le debe a Virginia Arreola su
alma; esa alma envuelta en sus recuerdos, donde hay alegrías y dolores que se
cuelan presurosas por entre las rendijas del par de monolitos de Los Compadres,
y se esparcen por todo el valle, haciendo que la laguna se erize y que el
nevado se estremezca en la dulzura de su delicada literatura.