Víctor
Hugo Prado
Fue el
día del natalicio de Don Benito Juárez, que su celebración, hay que decirlo, se
origina por sus contribuciones a la construcción del Estado moderno mexicano,
coincidiendo en el tiempo y en la tierra con otros liberales que, como lo
refiere Enrique Florescano, en un artículo intemporal publicado hace algunos
años en el Diario La Jornada, “brillaban con luz propia, refiriéndose a: Melchor
Ocampo, Ignacio Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez, Miguel y Sebastián Lerdo de
Tejada, Guillermo Prieto, Francisco Zarco, Jesús González Ortega, Vicente Riva
Palacio. Actores que habían labrado un nombre en la arena política nacional por
sus habilidades como representantes en el Congreso, o por su participación en
las leyes, las armas o las letras. Sin embargo, frente a esa pléyade de
"hombres que parecían gigantes", como los llamó Justo Sierra, Benito
Juárez construyó su propio camino para alcanzar uno de los lugares más altos en
la memoria nacional”. Florescano -cita a Daniel Cosío Villegas-, "En
Juárez se dieron, en una proporción muy finamente equilibrada, el estadista y
el político, es decir, el hombre de Estado, capaz de concebir grandes planes de
acción gubernamental, y el hombre ducho en la maniobra política". Con esas
virtudes Juárez puso en acto las leyes de Reforma que cambiaron el destino de
la República.