Alejandro
von Düben
Lo
ideal sería escribir algo sobre Ricardo Sigala, volver palabras una o dos
experiencias personales. Pero, a decir verdad, no lo puedo hacer del modo que
quiero porque simplemente no sé cómo. Así que no contaré cuando lo conocí, hace
ya muchos años, o dónde, es decir, en la coordinación de Letras Hispánicas del
CUSur. Él era coordinador de la carrera, aunque más que coordinador, cuando lo
vi me pareció un hombre que llevaba cargando su nombre como 40 años, con el
cabello algo largo, el bigote algo espeso y los ojos algo profundos, lo
suficiente como para intuir la infinidad de obras que habían caído al fondo de
esa mirada. En cambio, no voy a decir cómo yo era, un entonces joven en
desgracia que quería estudiar Letras Hispánicas, sin dinero, sin los pies en la
tierra, pero eso sí, bien vestido ese día, el día en que lo conocí, recuerdo,
con una playera donde estaba estampada la fúnebre cara de Edgar Allan Poe que
servía, a su vez, para esconder debajo algo que latía por la literatura, un
corazón delator. No tengo palabras para decir que en cuanto me vio o, mejor
dicho, en cuanto vio a Poe, Sigala medio sonrió. O, dicho de otro modo, no
tengo palabras para nombrar esa media sonrisa. Muchos la han visto y eso
debería ser suficiente, pero no lo es, porque esa media sonrisa no era la que
normalmente le medio estira la cara, era una media sonrisa misteriosa, llena de
complicidad.