Un día le torcieron el cuello a la
gallina de mísero plumaje.
Juan José Arreola
De
pronto vio venir, en un vuelo sangrante, a la gallina que su madre había
degollado hacía apenas un instante.
Enfermo
de fiebre, y recostado en una cama de sillas que le habían acondicionado para
que estuviera en la cocina, la madre habíale preguntado si quería comer caldo
para ir al pequeño corral donde, en ese
momento, la gallina picoteaba la tierra para encontrar lombrices.