(20 de marzo)
Fue muy
extraño —y extraordinario— pasar mi cumpleaños cuarenta y tres en un
restaurante de aeropuerto: deseaba que se alargara el tiempo, pues las
despedidas me ponen triste, mal, a pesar de saber que un mes de viaje tarda
eso: un mes. Sin embargo, cuando me ofreciste tu abrazo a mí llegaron
sentimientos encontrados y, ya afuera, justo cuando mi amigo y yo cruzamos el
límite del estacionamiento, llegó a mi pecho una especie de dolor que había
estado allí, pero no me había permitido sentir cuando caminamos todavía juntos
por los pasillos. Entonces se lo dije a mi amigo y él, con la sabiduría de
quien ha despedido a alguien, me dijo claro y directo: “...y espera que pasen
las horas y los días: todo va a ser más fuerte...”.