Iluminada por la tenue luz de las velas, bajo un manto
de música, el cuerpo de la morena muchacha —desnuda, suplicante— desea que sus
ojos no sean descubiertos a la luz.
No ahora cuando sus manos sudan y su palpitante cuerpo
está deseoso, salaz, ahora que un rojo velo le cubre los ojos:
—No mirarás los cuerpos a tu alrededor, los cuerpos
decrépitos y sedientos, los cuerpos que te repiten en distintas edades.
Sola, igual a calles en la madrugada, la suplicante es
igual a quejumbres tras las paredes de casas hechizadas y en ruinas.
La línea más delgada de su cuerpo es su propio
silencio; su implorante calor, sus delicadas manos en busca de otro cuerpo...