Omar Carreón Abud
“Todos
los estadios históricos que se suceden no son más que otras tantas
fases transitorias en el proceso infinito de desarrollo de la
sociedad humana, desde lo inferior a lo superior”, escribió
Federico Engels. “Todas las fases son necesarias y, por tanto,
legítimas para la época y para las condiciones que las engendran;
pero todas caducan y pierden su razón de ser, al surgir condiciones
nuevas y superiores, que van madurando poco a poco en su propio seno;
tienen que ceder el paso a otra fase más alta, a la que también le
llegará, en su día, la hora de caducar y perecer”.
En las
actuales circunstancias, ¿cuáles son esas “condiciones nuevas y
superiores” que han ido “madurando poco a poco en su propio
seno”? El desarrollo de las fuerzas productivas, es decir, por una
parte, las nuevas y prodigiosas materias primas que tienen grandes
cualidades de transformación y que han sido descubiertas por el
hombre, tales como el petróleo, la electricidad, la energía
nuclear, el rayo láser, las “tierras raras” y, por otra parte,
los nuevos y sorprendentes medios de producción que las transforman
como por arte de magia, es decir, las máquinas y los robots que son
capaces de elaborar nuevos productos en segundos y, junto con ellos,
los medios de comunicación y transporte como los grandes barcos, los
aviones y los ferrocarriles con sus enormes contenedores que han
revolucionado los procesos de producción y de consumo al grado de
que han convertido al planeta en una inmensa aldea. La riqueza que se
produce es inconmensurable.
No obstante, para producir esta
fabulosa riqueza ha sido necesario que la gran masa de productores,
la inmensa fuerza de trabajo sólo sea contratada si va a producir un
sobrante sobre lo que ella misma vale. Y si bien, teóricamente,
desde que el hombre logró sobrevivir en su lucha con la naturaleza,
toda la fuerza de trabajo tiene la posibilidad natural de producir un
excedente sobre su propio valor, en las condiciones del capital, esto
se encuentra con los límites que impone la capacidad de consumo de
la población y los propios inversionistas. Bajo las condiciones del
capital no se puede contratar fuerza de trabajo
indefinidamente.
Ello trae como consecuencia que la parte de la
clase trabajadora que es contratada tiene que serlo, como queda
dicho, a un precio que sea equivalente a las condiciones mínimas de
existencia que siempre están fijadas por la correlación de fuerzas
entre el capital y el trabajo, entre la clase poseedora y la clase
desposeída de medios de producción. Salario de subsistencia con
diferencias insustanciales entre países. El correlato indispensable,
la parte de la clase trabajadora que no halla espacio en la esfera de
la producción por los límites al consumo de empresas y seres
humanos es dejada a su suerte para que sobreviva como pueda. Una
parte, la mínima, recibe seguro de desempleo, la parte mayoritaria
sobrevive de milagro.
La producción moderna, el mundo del
capital, no está diseñado para satisfacer las necesidades del
hombre, para alimentarlo, vestirlo, fortalecerlo y hacerlo más
resistente a las condiciones naturales, existe para producir ganancia
cada vez más cuantiosa hasta niveles absurdos. Es por eso que el
moderno sistema capitalista ha producido condiciones muy
desfavorables para la vida del hombre, tales como las monstruosas
concentraciones urbanas en las que se acumula la fuerza de trabajo y
la capacidad de consumo indispensables para la vida del capital y los
inhumanos transportes de masas que son engendro suyo. Los pueblos
pésimamente alimentados, mal alojados, mal vestidos y peor curados
son también aportación suya. Son las condiciones necesarias para la
creación de la ganancia.
Cuando aparece una enfermedad
fácilmente detectable de acuerdo con las condiciones de desarrollo
de la ciencia y la tecnología, las posibilidades de diagnóstico no
están al alcance de toda la población para protegerla y curarla.
Los medios de detección del Covid-19 existen, pero no están al
alcance de la población y, como los medicamentos y los
procedimientos quirúrgicos son simplemente otra mercancía que hay
que realizar para desprender de ella la ganancia. Hasta ahora,
decenas de miles de seres humanos han perecido porque los detectores
disponibles del Covid-19 no alcanzan para las grandes masas de
trabajadores y no permiten aislar a los contagiados, pues a los que
hay que aislar no es a los sanos, sino a los enfermos.
¿Hemos
llegado al fin de la habitabilidad del planeta como consecuencia de
una nueva plaga de Egipto? ¿A la inevitable fase descendente de la
sociedad humana? Soy de los que opinan que estamos lejos de un fin
apocalíptico. Pero eso sí, se ha creado una inmensa masa de seres
humanos mal alimentados, mal alojados, mal vestidos, mal curados,
débiles y vulnerables que llevan una existencia completamente
insalubre y peligrosa como consecuencia necesaria de los reclamos del
capital.
El virus es real, la debilidad humana para protegerse
socialmente y en lo personal es real también, es la aportación del
moderno régimen de la ganancia. No es la globalización, son los
entes que se han apoderado de la globalización, de la necesaria
hermandad humana para producir, para sobrevivir y progresar. No
confío en los supuestos adalides del cambio que todo lo achacan a la
globalización, que propugnan por la vuelta al nacionalismo, sí,
pero para que todo siga fundamentalmente igual, para que el régimen
de la ganancia siga haciendo de las suyas.
Cuando esto termine,
porque tiene que terminar, será indispensable cambiar a fondo las
escandalosas condiciones de precariedad en las que el capital ha
mantenido al hombre, algunas de cuyas consecuencias ya tenemos a la
vista. Ahora cobrarán mucha más importancia los planteamientos de
los sectores avanzados de la sociedad que han pugnado por una mejor
alimentación, una vivienda digna, unas condiciones laborales acordes
con el progreso humano, una medicina para todos.
¿Y qué decir
de los estrechos círculos que en el mundo tienen recursos y están
capacitados para hacer ciencia y tecnología y pueden descubrir
vacunas y medicamentos? La ciencia como privilegio de las élites,
así como el capital tal como existe, está llegando a su fin. Todos
estos avances de la humanidad tendrán que dejar de ser coágulos de
trabajo con plusvalía contenida y tendrán que pasar a ser
simplemente bienes y servicios que hagan más duradera –pues ya
vemos que es muy frágil– y más feliz la vida del hombre. Todo
tendrá que cambiar.
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