Fernando G. Castolo*
Hay un poeta del
que poco se ha escrito y que, desafortunadamente, no aparece en las
antologías de literatos jaliscienses elaboradas, por ejemplo, por J.
Trinidad Núñez o por Sara Velasco. Se trata del profesor normalista
don Adolfo Ornelas Hernández quien nació en Teocaltiche, Jalisco,
el 9 de octubre de 1906, hijo de don Domingo Ornelas Guerrero (con
ascendencia en Tlajomulco, Jalisco) y doña María Dolores Hernández
Flores (con ascendencia en Ahualulco, Jalisco).
Realizó
estudios en la Escuela Normal de Jalisco, de la cual egresó en 1928;
un año antes fue invitado como orador en la inauguración del
Laboratorio de Biología de la Escuela Preparatoria de Jalisco. Al
destacarse como declamador y poeta, tuvo una temprana participación
en los medios periodísticos, donde ventilaba sus inspirados ensayos.
Ejemplo de su pluma es esta colaboración que remitió especialmente
para el periódico Plus Ultra, y que salió a la luz pública el 14
de septiembre de 1933, dedicada para su amigo el impresor zapotlense
don Salvador Aguilar Dosal.
CIUDAD GUZMÁN, CIUDAD
GUZMÁN…
Ciudad Guzmán, Ciudad Guzmán,
altiva y
soñadora
ciudad de mis mayores,
ostentas la leyenda
de
tu volcán dormido
a cuyo pie te yergues,
olímpica y
triunfal.
Ciudad Guzmán, Ciudad Guzmán,
risueña y
pensativa
te ofrendas al viajero,
entre el silencio
triste
de tu real majestad.
Ciudad Guzmán, Ciudad
Guzmán,
tus manos provincianas
tejieron mis ensueños,
y
en tus labios callados
se quedaron mis ansias
de un
preludio de amor.
Ciudad Guzmán, Ciudad Guzmán,
duerme
siempre en la calma
de tu azul heredad,
contemplando la
frente
de tu heroico volcán.
Al parecer publicó
un libro de poesías intitulado Canción del Mar en 1933, que
le celebra mucho tanto Juana de Ibarbourou (Uruguay) como Gabriela
Mistral (Chile) y María Enriqueta Camarillo y Roa de Pereyra
(Madrid), quienes refieren que sus versos son “preciosos”. Este
primer libro es como “la primera flor del árbol nuevo: puro,
lozano, con el asombro del mundo y la frescura del alma…”. En la
época él es un joven temperamental, que exprime su corazón y su
espíritu en apoteóticos conceptos que endulzan el alma.
Después,
aparecería un segundo libro, de lecturas, intitulado El Niño
Rural, hacia el año de 1939. En el mismo se insertan poesías y
breves relatos, inspirados y escritos por el profesor Adolfo Ornelas
Hernández, en que hace “amar lo nuestro […] en un acervo
genuinamente mexicano” que ayudará a formar “el alma nacional”,
según lo ventila en su exordio.
*Historiador e investigador.
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