Víctor Hugo Prado
Se podrán borrar las evidencias físicas, se podrá limpiar el área, se podrá compactar la tierra, se podrán ir los zapatos, las mochilas, la ropa, los objetos personales y esas pequeñas cosas que pertenecieron a alguien, a otro lugar, o cambiar de estado; por ejemplo, quemarlas, porque saben que, de acuerdo con la ley de la conservación de la materia, enunciada por el científico francés Antoine Lavoisier en 1785, “la materia no se crea ni se destruye, solo se transforma”. Lo que no se podrá borrar ni con maestro limpio, es la evidencia que poseen en la memoria las familias buscadoras que dieron con el lugar, que ya en 2022 había intervenido una fiscalía estatal y la Guardia Nacional del gobierno federal. Digamos, los dos niveles de gobierno sabían de la existencia del lugar. Sabían de la existencia de un campo de entrenamiento y de desentrenamiento. Digámoslo claro, de exterminio, aunque el nombre asuste a los que gobiernan hoy al país. Aunque escandalice al presidente del Senado de la República, al activista convertido en un rancio vividor burgués.
Hoy quienes se encuentran bajo el piso del rancho Ezaguirre en el municipio de Teuchitlán, Jalisco, en forma de cenizas u osamentas, están doblemente desaparecidos. Los desapareció el crimen organizado por la razón que fuera, por resistirse, desobedecer, tratar de escapar, porque los confundieron con ser miembros de una banda enemiga, por lo que sea. Ahora los desapareció el Estado, porque al gobierno no le interesa que haya evidencias que enloden su gestión, ni esta ni la pasada, la que dejó crecer al crimen con su política de apapacho a los delincuentes. Abrazos, abrazos y más abrazos. Resultado de ello, ahí están los fríos números que nos dan cuenta de una realidad alarmante y que no quieren reconocer. Pero más que los números, ahí están los testimonios de las familias, que hoy sufren y mañana también, la pérdida de sus seres queridos.
Limpiaron la escena el jueves de la semana pasada y propagandizaron que ahí no había nada, que todo estaba en orden, en su lugar. Se metió con calzador la idea de que ahí, en Teuchitlán no había hornos, no hubo asesinatos. Desaparecieron por segunda vez los cuerpos, para que no exista delito. Para que no haya nada qué perseguir. Minimizaron la existencia de asesinatos. Borraron toda evidencia de raptos, de hornos, de huellas de exterminio. Ya no hay nada, no hay registro. Así construyen una nueva verdad histórica. Pero olvidan que quedan los testimonios de los familiares, de testigos que lograron escapar del horror y de algunos que tras las rejas podrán declarar lo indeclarable. El caso Teuchitlán seguirá caliente por muchos años.
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