Abel
Pérez Zamorano
Alcanzar la autosuficiencia alimentaria ha
sido postulado de todos los gobiernos. López Obrador prometió
machaconamente lograrlo… y cosechó votos. Creó una dependencia ex
profeso, la “Subsecretaría de Autosuficiencia Alimentaria”; se
instrumentaron programas como Producción para el Bienestar,
Fertilizantes para el Bienestar y Precios de Garantía; en 2019 se
creó la malhadada Segalmex (Seguridad Alimentaria Mexicana). Todo un
aparato institucional que prometía mucho, pero fracasó: hoy somos
más dependientes.
Las importaciones de maíz pasaron de 14.9
millones de toneladas en 2018 a 23.5 el año pasado, 57% más. Como
consecuencia, muchos agricultores abandonan la actividad. “En 2024,
el ciclo otoño-invierno registró drásticas reducciones en la
superficie sembrada…” (La Jornada, 18 de febrero de 2025).
Si
bien hace décadas somos gran importador de maíz amarillo,
forrajero, hoy dejamos de ser autosuficientes en maíz blanco, para
consumo humano: los expertos pronostican para este año una
producción de 21.7 millones de toneladas, frente a 23.5 del año
pasado (en 2020 se producían 27). Importaremos más de la mitad del
consumo nacional.
Absorbemos buena parte de los excesos de
producción del imperio. “Por segundo año consecutivo, México fue
el principal destino del maíz estadounidense, al captar 40 por
ciento de [sus] exportaciones durante 2024 (USDA) […] En valor, el
nivel más alto desde que existen registros (1993)” (La Jornada, 10
de marzo).
Más aún. “La cosecha de los cuatro granos
básicos –maíz, frijol, trigo y arroz– definidos con el
propósito de lograr ser autosuficientes en su producción, registró
disminuciones significativas durante el sexenio del presidente López
Obrador, a la par que sus importaciones crecieron, aumentando la
dependencia alimentaria del país” (La Jornada, 18 de febrero de
2025). Las importaciones agrícolas alcanzaron en 2022 un récord
histórico, 46.2% más que en 2019, principalmente en maíz, soya,
carne de cerdo, trigo y leche (El Economista, junio de 2023).
Casi
todas estas importaciones provienen de Estados Unidos, que arroja al
mercado mexicano mucho de sus excesos productivos. Exporta la quinta
parte de su producción agrícola, y en algunos rubros más: en
algodón, el 75%, y en trigo y habas alrededor del 50% (El
Economista, junio de 2023). EE. UU. es el mayor exportador de
productos agropecuarios, y México uno de sus principales y
tradicionales destinos.
Ahora bien, ¿a qué obedece nuestro
retroceso en producción de alimentos? El gobierno y sus economistas
ofrecen explicaciones parciales y sesgadas, como la sequía y el
cambio climático, factores fuera del control gubernamental. “Estamos
enfrentando un choque hídrico muy fuerte, no nada más México, sino
en muchas regiones”, dicen. Pero la sequía es coyuntural, y no
explica económica y políticamente una tendencia de décadas,
crónica ya, ni por qué se ahonda. La sequía explica ciclos
agrícolas específicos, mas no una tendencia de largo plazo como la
que comentamos, cuya explicación solo puede obedecer a fallas
estructurales, sistémicas, que nos hacen más vulnerables a los
factores naturales o a los avatares comerciales.
El problema
no es reciente, si bien se ha agravado. Decía Arturo Warman en su
obra La reforma agraria mexicana: una visión de largo plazo: “Desde
1965 el crecimiento del producto agropecuario fue en promedio
inferior al aumento de la población nacional y, en algunos años,
fue incluso inferior al aumento de la población rural. A pesar de
los cambios en la estructura de la producción agraria, el suministro
nacional de alimentos registró un déficit. Desde 1970, en promedio
cerca de la tercera parte del consumo aparente de granos básicos se
ha cubierto con importaciones”. En igual sentido: “… las
importaciones de maíz han crecido 358% en los últimos 30 años […]
Por primera vez desde 1989, México será deficitario en maíz
blanco” (GCMA, El Financiero, 17 de marzo).
Entre los
factores fundamentales que a mi juicio explican el problema destacan
los siguientes. En principio nuestra productividad relativa es baja,
y por ende nuestra competitividad. El aumento de importaciones revela
una brecha tecnológica creciente. Más allá de ventajas
geográficas, los precios bajos del maíz estadounidense obedecen a
una tecnología superior que, obviamente, implica menos tiempo de
trabajo necesario para producir cada producto, por tanto, menos valor
y, en el mercado, precios más bajos y competitivos. Mientras tanto,
nosotros dedicamos una miseria al desarrollo de ciencia y tecnología
en la agricultura. La infraestructura está frenada en la mayor parte
del territorio; por ejemplo, menos de 30% de la superficie cultivable
es irrigada (Inegi).
Estados Unidos aplica elevados subsidios
mediante la Farm Bill, que reducen aún más sus precios y favorecen
el dumping agrícola (vender por debajo de los costos de producción):
el maíz norteamericano se vende aquí 14% por debajo de sus costos,
de por sí bajos, y a partir de 1994 “México experimentó una
quintuplicación de las importaciones de maíz estadounidense, a
precios casi una quinta parte por debajo de lo que costaba
producirlo. Durante el mismo periodo, los agricultores mexicanos
sufrieron un descenso del 66% en sus propios precios” (Timothy Wise
y Stewart James, Portal Imagen Agropecuaria, 31 de enero). Así,
Estados Unidos se apodera de nuestro mercado y desplaza, sobre todo,
a los pequeños productores.
El TLCAN eliminó los aranceles,
pero esto fue una causa secundaria (no causa causans); el detonante,
que puso de manifiesto nuestras debilidades estructurales y “provocó
una avalancha de exportaciones de maíz y otros productos agrícolas
estadounidenses […] la dependencia mexicana de las importaciones
creció del 10% al 75% en el caso del trigo y del 35% al 80% en el
del arroz […] continuando una tendencia de 30 años de
importaciones estadounidenses en constante expansión de su cuota del
mercado mexicano (Ibid.).
Y señalan Wise y James: “el ex
presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, no consiguió
invertir esta tendencia, a pesar de hacer de la autosuficiencia
alimentaria uno de sus principales objetivos políticos. Garantizó
precios de apoyo a algunos productores para contrarrestar la presión
del mercado de los bajos precios de importación, y amplió la
provisión de fertilizantes gratuitos y otras formas de subsidios
agrícolas. Pero estas medidas no bastaron para estimular la
producción frente al maíz barato de Estados Unidos, sobre todo
teniendo en cuenta que la sequía ha mermado la producción en los
dos últimos años” (Portal Imagen Agropecuaria, 31 de enero de
2025).
Y no obstante el evidente fracaso de las políticas
agrícolas aplicadas, aún hay quienes enjundiosamente nos
recomiendan… seguir haciendo lo mismo: promover la economía de
subsistencia. Alcanzar economías de escala es fundamental, pues los
costos se reducen y se hace posible adoptar tecnologías avanzadas.
La pequeña producción aislada está condenada a técnicas
tradicionales e impide el acceso al crédito (conviene reorganizarla,
mediante asociaciones, en unidades productivas mayores). Al respecto,
actualmente más de 70% de los productores no acceden al crédito
formal (Banxico). Para colmo, López Obrador desmanteló la
Financiera Nacional Agropecuaria y agravó el problema para los
pequeños productores.
Otro problema estructural es el
desequilibrio entre las dos formas de agricultura de México.
Primero, el sector de agricultores ricos, la élite, con tecnología
avanzada, productores de cosechas para exportación con alto valor
comercial; esta élite incluye también a empresas norteamericanas
que aprovechan nuestro suelo y agua. De otro lado está el numeroso
sector de agricultores medianos y pequeños, productores de alimentos
básicos, menos rentable desde el punto de vista capitalista. Para
equilibrar esto y recuperar nuestra capacidad productora de alimentos
básicos, debe atenderse preferentemente, como política de Estado,
el mercado interno, aplicando inversión de verdadero impacto
productivo. Esto es precisamente lo que el gobierno no hace.
La
criminalidad rural inhibe la inversión y la creación de
infraestructura. Se genera delincuencia rural porque la agricultura
no garantiza el sustento de las familias; pero luego, la delincuencia
a su vez deviene factor de freno para la actividad productiva.
Obviamente, ni la política social de la 4T, ni la de “abrazos no
balazos” han resuelto este problema.
Así pues, la crisis
agrícola y la dependencia alimentaria se ahondan, en beneficio del
imperio. La Cuarta Transformación resultó un fiasco, incapaz de
cumplir sus promesas, porque no ha atendido las causas verdaderas del
problema, pues ello implicaría invertir en la actividad productiva y
también confrontarse con los poderosos intereses de las
transnacionales. Así que se opta mejor por medidas cosméticas y por
sacrificar a los productores, sobre todo pequeños, y a los
consumidores.
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