Omar Carreón Abud
Ya
nadie parece querer acordarse de que en agosto de 1938 se celebró
una importante reunión en París, Francia, en la que participaron 26
influyentes intelectuales y que llevó el nombre de Coloquio Walter
Lippmann. Poco se dice en torno a que esa reunión la organizó un
filósofo francés llamado Louis Rougier, quien enseñaba su materia
en la Universidad de Besancon y que en ese conciliábulo se dio forma
y nombre a la doctrina geopolítica con la que ahora se gobierna al
mundo. El neoliberalismo se meditó y diseñó como una respuesta
económica y política tanto al ascenso del socialismo en la Unión
de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), que avanzaba en
riqueza, justicia social y prestigio, al grado que el director del
poderoso diario estadounidense The Nation había escrito en 1929 que
la URSS era “el experimento más grandioso que el ser humano haya
emprendido jamás”, como una propuesta de cura keynesiana al sonado
fracaso del liberalismo tradicional, que causó la crisis económica
de 1929, que en 1933, año en que Franklin D. Roosevelt asumió el
poder, parecía destruir a Estados Unidos con una desocupación de 25
por ciento, una reducción a la mitad de su producción industrial,
la renta del campo encogida 60 por ciento, el sistema bancario
quebrado y el Producto Interno Bruto (PIB) reducido a la
mitad.
Walter Lippmann fue un periodista que en 1937 publicó
un libro cuyo título no ocultaba su vínculo ideológico con la
expresión conservadora, La buena familia, una investigación sobre
los principios de la buena sociedad, que fue discutido en detalle por
los convocados a la reunión. Además del propio Lippman, de Rougier,
y otros destacados intelectuales de la derecha mundial, asistieron
pensadores de la talla de Raymond Aron y los teóricos de la escuela
económica austriaca, Friedrich Hayek y Ludwig von Mises. Los
participantes decidieron fundar una organización que se llamó
Comité Internacional de Estudio para la Renovación del Liberalismo,
que tenía la encomienda de difundir y promover sus ideas. Sin
embargo, la Segunda Guerra Mundial impidió a la nueva agrupación
desplegar todas sus potencialidades y el plan tuvo que ser renovado
hasta el 10 de abril de 1947, cuando Hayek fundó la llamada Sociedad
Monte Pellerin (por el hotel suizo en el que se originó), en la que
participaron también George Stigler (autor de The price theory and
resources allocation, maestro de las escuelas de Economía de los
años 70), Karl Popper y, entre otros, Milton Friedmann, fundador de
la Escuela de Chicago y de la severísima política económica de la
dictadura de Augusto Pinochet. Como puede verse, la nueva ideología
estuvo diseñada por grandes teóricos y no se trató de ninguna
improvisación.
Como ya dije, con esta doctrina económica se
gobierna al mundo y ella es la responsable de los resultados
socioeconómicos que prevalecen en la mayor parte de los países.
Ella explica la pobreza aterradora y la destrucción del planeta, más
aterradora que la miseria humana. ¿Qué dicen quienes creen en esta
política económica? Dicen que las personas son seres competitivos
que se interesan por su beneficio propio y que ello beneficia a la
sociedad en su conjunto, porque la competencia empuja a todos a
colocarse en la parte alta de la pirámide social.
¿Cierto o
falso? Falso, falsísimo, una patraña total. Si el hombre fuera
esencialmente competitivo, si así hubieran sido nuestros
antepasados, nunca hubieran evolucionado ni a planarias. La imponente
evolución humana es producto directo de la estrecha colaboración
entre los miembros de un colectivo frágil y amenazado que para
sobrevivir durante millones de años debió compartir alimentos,
abrigos, viviendas, hembras, el cuidado común de sus crías y
siempre mantenerse estrechamente unido. Si hablamos históricamente,
el credo neoliberal es un insulto a la ciencia y a la inteligencia
humana; y si tratamos de la época actual, más todavía. ¿Sería
posible la producción de la gigantesca riqueza moderna si un obrero
no colaborara estrechamente con otro, si cada uno de ellos, con
atingencia y esmero, no produjera sólo una parte y el producto
completo y terminado fuera la consecuencia de un potente trabajo en
equipo, de la estremecedora colaboración nunca antes vista en la
historia de la humanidad?
Y lo que sigue es igual o más falso
todavía; si la competencia empuja a todos a quedar arriba de la
pirámide social, esto implicaría, necesariamente, que en el fondo
del edificio humano quedarían solamente los flojos, viciosos o
desobligados. ¿Y es así? No, de ninguna manera. El ascenso social
no depende del esfuerzo; no, señores, a otro perro con ese hueso;
ésa es una verdad tan cierta como la de las cualidades maravillosas
de las pastas de dientes o las cremas milagrosas que curan hasta las
uñas enterradas. El ascenso social no es parejo porque el punto de
partida para mejorar socialmente no es el mismo. ¿Aceptaría usted
participar en una carrera de 100 metros dando 90 de ventaja? Pues así
es el ascenso social gracias al esfuerzo, al estudio, a la abnegación
y aplicación que se les pregona a las clases trabajadoras con
respecto a las clases privilegiadas. Pero no sólo está el punto de
partida, están los obstáculos que ponen los de arriba para el
ascenso de los demás; verbigracia, los exámenes de admisión a las
universidades, más cerradas y excluyentes entre más redituable es
la profesión que ofrecen.
¿Y qué más dicen estos señores?
Que la riqueza gotea. ¿Cómo que gotea? Sí, que se comparte de
arriba hacia abajo como el agua que sale por un agujero de una maceta
recién regada. ¿Ah, sí? Pues hay millones de seres humanos que
viven bajo una maceta muy bien regada, pero sin que presente agujero
alguno para gotear. ¿Cómo se explicaría entonces la existencia de
poquísimos ricos, inmensamente ricos, y multitudes de pobres,
inmensamente pobres? Porque la teoría del goteo es otro cuento del
neoliberalismo para hacer que la gente trabaje con entusiasmo y sin
descanso soñando con que va a ascender en la escala social y, si se
espera a desengañarse por su propia experiencia, ya será tarde, ya
habrá hecho a otros inmensamente ricos y él habrá quedado sin
esperanza.
Como puede verse, el neoliberalismo no es una
doctrina “natural” sacada de la “esencia del hombre” (misma
que no existe), pues no tiene sus raíces en la “realidad” ni es
“la única alternativa” ni el “único camino”. Es, por el
contrario, la ideología bien elaborada de la clase dominante, la
instrumentación de sus más caros intereses apenas adornados para
manipular al hombre y hacerlo trabajar para ella. Pienso, por el
contrario, que el hombre es solidario por su origen, que la
producción la compartió durante millones de años y, por lo tanto,
que no necesita del goteo, que se parece mucho a las sobras que caen
de la mesa del banquete; y que puede y debe, por lo tanto, volver a
unirse, volver a disfrutar de todos sus productos, de toda la riqueza
que produce; y compartir el cuidado de su especie y de su hogar
planetario y hacerse cargo de su destino común. Para ello tiene
todavía que luchar por ganar una sociedad más justa y más
equitativa. Tarea que, si miramos atrás y luego oteamos hacia
delante, es perfectamente posible.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario