Omar
Carreón Abud
A las once de la noche con un minuto, hora
de México, del pasado lunes 3 de marzo, las doce de la noche con un
minuto del día 4, hora de Estados Unidos, entraron en vigor los
anunciados impuestos a las mercancías que nuestro país exporta a
Estados Unidos. No había, pues, nada que festejar cuando se anunció
que la medida se difería un mes, la fecha llegó y los aranceles
prometidos ya se están aplicando: quien desee comprar en Estados
Unidos esas mercancías provenientes de México, tendrá que pagar
por ellas un 25 por ciento más. ¿Se seguirán vendiendo las mismas
cantidades? ¿Será la misma demanda efectiva? Cualquiera de nuestros
millones de vendedores en la calle, sin saber nada de economía,
puede responder de inmediato y sin dudarlo que no.
El
comunicado del gobierno norteamericano no dejó lugar para ninguna
duda y señaló de manera contundente que la medida se aplica porque
"aunque el presidente Trump dio tanto a Canadá como a México
amplias oportunidades para frenar la peligrosa actividad de los
cárteles y la afluencia de drogas letales que fluyen hacia nuestro
país, no han abordado adecuadamente la situación” y añade el
comunicado oficial una acusación muy grave: "… el flujo de
drogas de contrabando como el fentanilo hacia Estados Unidos, a
través de redes de distribución ilícitas, ha creado una emergencia
nacional, incluida una crisis de salud pública. Las organizaciones
mexicanas de narcotraficantes, los principales traficantes de
fentanilo del mundo, operan sin trabas debido a una relación
intolerable con el gobierno de México" (El Universal. 4 de
marzo).
Creo indispensable decirles a todos los que se tomen la
molestia de leer mis escritos que no se deben creer las versiones que
localizan las causas de todo esto y lo que todavía falte, en el mal
carácter de Donald Trump, en que se trata de un individuo
neurasténico que resuelve los problemas de Estado con base en su
estado de ánimo. Nada de eso. Lo que sucede no es consecuencia de la
bondad o maldad de un gobernante, es consecuencia obligada e
indudable de la necesidad de que sobreviva y dure -si se puede
eternamente- el régimen de la explotación de la fuerza de trabajo y
la obtención de la máxima ganancia. El capitalista, el gobernante
del capitalismo, es sólo la expresión de los intereses y las
necesidades del capital.
Ciertas o falsas las acusaciones del
gobierno de Estados Unidos a nuestros gobernantes, lo que no tiene
ninguna discusión es que la existencia de un estado de derecho y la
vigencia plena de paz social para todos los ciudadanos sin distinción
de clases sociales, está en manos del Movimiento de Regeneración
Nacional o, como ellos han querido que se le conozca, del Segundo
piso de la Cuarta Transformación. Ellos disputaron y ganaron el
gobierno de la nación, tienen en sus manos el Poder Ejecutivo, la
mayoría calificada (junto con sus aliados) del Poder Legislativo y
pronto -¿quién lo duda?- con todos los mecanismos exhibidos (como
las rifas de las candidaturas en tómbolas) y los ocultos -que vaya
usted a saber cuáles serán- tomarán también el Poder Judicial.
Ellos, pues, tienen la palabra, la pelota está en su cancha.
No
se trata de ninguna manera de agradar al gobierno de un país
extranjero. Se trata de que mucho más allá del publicitado y poco
útil cabildeo, de las declaraciones tranquilizadoras, de las
encuestas pagadas y de las ayudas para el bienestar y el reparto de
dinero a menores de edad, que no son más que palancas de extorsión
electoral e instrumentos de manipulación de la juventud, ante el
agravamiento inminente de los niveles de vida de los que ya están en
la pobreza, se impone urgentemente que el Estado resuelva sus
necesidades más urgentes y justificadas. Resultados, no demagogia,
hechos son amores y no buenas razones.
Los aranceles a las
mercancías que México exporta a Estados Unidos dañarán
severamente el ya muy bajo nivel de vida de los que viven de su
trabajo. Por si ayuda, le doy a usted el ejemplo del aguacate: hace
una semana se vendía en una huerta de la zona de Villa Escalante,
Michoacán, en 84 pesos el kilo, ahora, el intermediario interesado
en ese producto que llegue a comprarlo en Calexico, California,
tendrá que pagar en dólares el equivalente a 105 pesos y, si le
añade un 30 por ciento para asegurar su ganancia, ese aguacate se
ofrecerá, por ejemplo, en un supermercado de Los Ángeles, en el
equivalente a 136.50 pesos, o sea, a 6 dólares con 63 centavos (con
el dólar a 20 pesos con 58 centavos). ¿Se seguirá vendiendo como
antes? Claro que no.
La terapia intensiva que está aplicando
Donald Trump para aliviar al imperialismo se propone lograr que
muchas empresas que en los tiempos del neoliberalismo salieron de
Estados Unidos a explotar fuerza de trabajo barata y que,
consecuentemente, redujeron drásticamente la elaboración de
mercancías en ese país, transformándolo de productor en comprador
(en 1994, su producción manufacturera era cuatro veces mayor que la
de China, en 2024 fue sólo la mitad). Ahora, Donald Trump, trata de
revertir el proceso e industrializarlo de nuevo complicando la
obtención de ganancias en países como México para que las fábricas
regresen a Estados Unidos y hagan grande y poderoso otra vez a
Estados Unidos. Make America Great Again, MAGA, dice su
publicidad.
Las exportaciones de México a Estados Unidos son
poco más del 80 por ciento de todo lo que exporta el país,
equivalen al 40 por ciento del Producto Interno Bruto y ocupan sólo
en el sector manufacturero, más de 5 millones de personas. No es muy
difícil darse cuenta que llevarse a Estados Unidos las huertas de
aguacate de Michoacán es, por lo pronto, poco menos que imposible,
pero no es el caso de las fábricas de autos, refacciones y otros
productos.
Todas esas factorías han sido puestas en
movimiento durante muchos años por obreros mexicanos, principalmente
en la Ciudad de México, Chihuahua, Nuevo León, Baja California,
Jalisco y otras entidades que sería prolijo enumerar y, todos ellos,
que queden bien claras las consecuencias, se van a quedar sin empleo
y se van a ir a la calle. El capital se apega férreamente a su
funcionamiento o desaparece, no hace favores, no da empleo, dispone y
desecha esclavos asalariados.
Hago un llamado a los
integrantes del Segundo piso de la Cuarta Transformación, desde la
presidenta de la república hasta los militantes de base que ya
futurean para ocupar puestos públicos en 2027, a que escuchen, vean,
registren lo que sucede en el país, desde antes de que Donald Trump
tomara posesión de la presidencia de Estados Unidos. No es una
insurrección, pero nadie deja de verlo y preocuparse.
Los que
se manifiestan a diario en las calles ya suman, sin exageración,
millones. Hay manifestaciones populares a diario en todo el país y
la ciudad de México y sus accesos están constantemente colapsados.
La verdad sin atenuantes es que el dinero para los jóvenes y para
los adultos ya no sirve para mantener al pueblo callado y sumiso. Los
gobernantes lopezobradoristas deben actuar pronto para enfrentar y
resolver los graves problemas populares.
¿Y si hacen como que
la pelota no está en su cancha? O, peor aún, ¿si pretenden que
los trabajadores mexicanos se sientan satisfechos y hasta orgullosos
con sólo una andanada de declaraciones y un mitin en el Zócalo?
Entonces, nuevamente, una vez más, quedará claro, diáfano, que
han sido oportunos y certeros los gritos de alerta de las mujeres y
los hombres buenos del Movimiento Antorchista Nacional. ¡Organízate
y Lucha! Era, es, seguirá siendo la consigna por mucho tiempo.
Mucho. Mientras los oligarcas roben tiempo de trabajo ajeno y los
gobernantes, sus fieles espoliques, carguen a los pobres con todas
las penalidades y sufrimientos para que ellos conserven sus
privilegios.
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