Mariano Cariño
Méndez
En
Jalisco, como en muchas partes de México y el mundo, los problemas
sociales -desde la inseguridad que azota el territorio hasta la falta
de servicios básicos- tienen un origen más profundo que trasciende
lo evidente. El modo de producción capitalista organiza a la
sociedad mexicana para producir y para distribuir la producción. La
realidad nos muestra esta contradicción diariamente: mientras Carlos
Slim, el hombre más rico de México, necesitaría 4,657 años para
gastar su fortuna a razón de un millón de pesos diarios, millones
de mexicanos sobreviven con apenas 45 pesos al día. ¿Qué puede
esperarse de una sociedad tan desigual? Al final, se cosecha lo que
se siembra.
El capitalismo, sistema basado en la
concentración de riqueza en pocas manos, la explotación de recursos
naturales y la precarización laboral, profundiza la brecha entre
ricos y trabajadores, agudizando las pésimas condiciones materiales
y sociales de nuestra vida cotidiana. Este modelo organiza la
economía y mercantiliza todos los aspectos vitales: agua, salud,
educación, seguridad y vivienda. Quien tenga dinero podrá
adquirirlos; quien no, sufrirá carencias de lo más elemental. Esta
lógica ha intensificado la desigualdad, la violencia y la
degradación social, priorizando la obtención de ganancias -legales
o ilegales- por encima del bienestar individual y colectivo.
En
Guadalajara, proyectos inmobiliarios como Puerta de Hierro o Andares
han desplazado comunidades enteras, transformando un derecho básico
en producto de lujo. Según el INEGI, el 40 por ciento de los
jaliscienses destina el 30 por ciento de su salario al pago de renta.
Hospitales privados como San Javier o el Centro Médico Puerta de
Hierro atienden solamente a quien puede pagar, mientras el IMSS y los
Hospitales Civiles colapsan por falta de dinero. Las universidades
privadas cobran fortunas, mientras el presupuesto de la UdeG resulta
insuficiente para atender la demanda educativa. Las zonas
residenciales de lujo cuentan con vigilancia de primer nivel,
mientras las colonias populares carecen de protección. En municipios
con estrés hídrico como Tlaquepaque, la población sufre escasez de
agua mientras empresas como Coca-Cola extraen millones de litros
diariamente.
La situación empeora: uno de cada cuatro jóvenes
entre 15 y 29 años no estudia ni trabaja; el 60 por ciento de los
empleos son informales, con ingresos de 150 a 200 pesos diarios. La
UdeG rechaza al 50 por ciento de sus aspirantes por falta de
condiciones materiales adecuadas, mientras Jalisco se mantiene entre
los principales estados expulsores de migrantes hacia Estados Unidos.
Muchos niños crecen sin conocer a sus padres, ausentes por la falta
de oportunidades en el país.
Para las mujeres jaliscienses, la
situación resulta aún más grave: ganan 20 por ciento menos que los
hombres en puestos equivalentes (IMCO) y solo 4 de cada 10 en edad
laboral forman parte de la Población Económicamente Activa (PEA),
frente a 7 de cada 10 hombres. Mientras no se garantice sustento
económico equitativo para las mujeres, esta desigualdad persistirá.
Estas realidades se verifican cotidianamente en nuestro entorno: el
capitalismo genera opulencia para unos y miseria para la
mayoría.
Los atroces hechos del Rancho Izaguirre en Teuchitlán
evidencian la podredumbre del modo de producción capitalista y nos
obligan a cuestionar: ¿Cuáles son las causas reales de la
inseguridad en Jalisco? ¿Seguiremos permitiendo que la seguridad sea
un privilegio de quien pueda pagarla? La vida sería distinta con
seguridad pública efectiva, empleos bien remunerados y condiciones
materiales dignas para todos. No olvidemos que las víctimas de dicho
acto insólito fueron los hijos de la clase trabajadora. Se cosecha
lo sembrado, y para millones de mexicanos, la cosecha es amarga. Urge
un cambio profundo, una solución de fondo a esta situación
lacerante, y la única salida es construir una sociedad más justa y
equitativa. No hay más. Mañana podría ser demasiado tarde.
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