“En
el instante en que dejé de debatir, pude empezar a ver y sentir. En
ese momento, el Segundo Paso, sutil y gradualmente, empezó a
infiltrarse en mi vida. No puedo fijar ni la ocasión ni el día
preciso en que llegué a creer en un Poder superior a mí mismo, pero
sin duda ahora tengo esa creencia. Para llegar a tenerla, sólo tenía
que dejar de luchar y ponerme a practicar el resto del programa de
A.A. con el mayor entusiasmo posible”.
Después de haberme
entregado durante años a la “desenfrenada obstinación”, el
Segundo Paso fue para mí una gloriosa liberación de estar a solas.
Ahora no encuentro en mi camino nada demasiado penoso, o que no se
pueda superar. Siempre hay alguien aquí para compartir conmigo las
cargas de la vida. El Segundo Paso llegó a ser una forma de reforzar
mi relación con Dios, y ahora me doy cuenta de que mi locura y mi
ego estaban curiosamente vinculados.
Para quitarme de aquélla,
tengo que entregar éste a uno mucho más ancho de hombros que yo.
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