martes, 25 de febrero de 2025

Qué bonita es mi tierra

 



Fernando G. Castolo*

Ah, caray, qué bonita es mi tierra… Esta tierra llena de las más conmovedoras verduras, perfiladas por las sierras que flanquean el valle anchuroso, dominado por un volcán que se eleva hasta este cielo limpio, sin turbiones, que extasían el horizonte que, primoroso, se refleja en la laguna. Sí, bien lo decía mi paisano Juan José, el clima es benevolente y por eso es que mucha gente busca vivir aquí. En esta tierra nací hace 99 años.



Fui el primogénito de Agustín Fuentes, de oficio filarmónico, y de Tomasa Gasson, mi querida Tommy, nativa de Chihuahua. De ambos embebí sensibilidades que formaron mi carácter y mi vocación. En esta Ciudad Guzmán, antigua Zapotlán el Grande, forjé mis sueños mientras cursaba los estudios primarios y secundarios. Por cierto, compañero mío fue mi gran amigo León Elizondo quien, siendo Presidente Municipal, me distinguió como hijo ilustre de esta mi tierra.


Realmente me conmueve pensarlo porque ello me ha significado mucho en mi carrera. Cuando terminé la secundaria me trasladé a Guadalajara para continuar mis estudios de bachillerato, los que interrumpí para irme a la Ciudad de México a buscar la forma de darle un sentido a la vida, la fortuna y el éxito que todo buen provinciano busca en la gran capital.





Ahí, y gracias a un amigo, me relacioné con los miembros del Mariachi Vargas, cuasi paisanos míos, quienes me dieron la oportunidad de integrarme a ellos en calidad de violinista. Eso, amigos, me garantizó un sustento seguro para vivir dignamente.


Qué curioso, estos del mariachi tocaban la música que siempre escuché en los fandangos de mi pueblo y, sin embargo, era algo en lo que nunca reparé, quizá, ahora lo pienso, porque la inspiración en mi familia siempre fue el tío Aurelio, quien desarrolló una carrera pletórica en el mundo como violinista… Sí, mi padre fijó su atención en ello y, por eso, encauzó mi educación en torno al violín.


Claro que era bueno tocando ese instrumento, pero lo que más me atraía eran los sonidos, esos cautivadores sonidos que no lograban evocar emociones por sí solos. Ciertamente el mariachi es festivo, pero solamente servía para acompañar a los artistas del momento. Me involucré a tal grado en eso que, metiendo mi cuchara, impulsé que mis compañeros se prepararan para leer partituras, dado que en sus modos líricos olvidaban a cada rato los ritmos y las frecuencias sonoras. El resultado ya lo saben ustedes, el mariachi adquirió una dimensión sinfónica, más espectacular, que ha resultado en un orgullo nacional, sabiendo que nuestra música es capaz de despertar emociones y conmover corazones con un efecto universal.





Confieso que esto no lo hice sólo, no, mucha gente se involucró a fin de darle disciplina a la interpretación. Cuando esto se logró, entonces me empecé a ensayar como compositor, claro, ayudado por entrañables amigos con los que compartí estas intencionalidades: Rubén Méndez, Alberto Cervantes, Rafael Cárdenas y Mario Molina. De esa complicidad salieron hermosas canciones que hoy son un referente mundial. Sí, me emociona pensarlo. Un buen día retorné a mi tierra. Entonces, me enamoré de una muchacha: Evangelina. Yo, todo desgarbado, se me hacía imposible aspirar a algo tan hermoso.


Pasó el tiempo y, cuando quise iniciar mi conquista, la miré saliendo del Santuario del brazo del que en ese momento se había convertido en su esposo. La vi fijamente, pero ella pasó a mi lado sin siquiera mirarme, así nació esa plegaria-reclamo que es “Cien años”… A pesar de estos descalabros en la vida, soy feliz. ¿El éxito?, no lo sé; solamente sé que hice lo que debía de hacer. Hoy soy un costal de carne y huesos que deambula por los rincones, de forma anónima, porque me agrada ser uno más. Nunca aspiré a la fama y, si en momento determinado la tuve, creo que no le di la menor importancia. Aún así, agradezco como siempre el gesto de sus amables distinciones, del todo inmerecidas, pero que me alientan para seguir adelante… Hoy estoy en Zapotlán, entre todos ustedes; miren, acaso no es bonita mi tierra, ¡qué caray!


*Texto leído en homenaje a Rubén Fuentes.


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