El miembro A.A. le habla
al recién llegado no con un espíritu de poder sino con un espíritu
de humildad y debilidad.
Según pasan los días en A.A., le
pido a Dios que dirija mis pensamientos y las palabras que digo. En
esta labor de participación continua en la Comunidad, se me
presentan muchas oportunidades de hablar. Así que suelo pedir a Dios
que me ayude a vigilar mis pensamientos y mis palabras, para que sean
un fiel y apropiado reflejo de nuestro programa; a enfocar de nuevo
mis aspiraciones en la búsqueda de su orientación; que me ayude a
ser verdaderamente amoroso y bondadoso, útil y consolador y, no
obstante, siempre lleno de humildad y despejado de toda arrogancia.
Tal vez hoy tenga que enfrentar las palabras o actitudes
desagradables típicas del alcohólico que aún sufre.
Si esto
ocurriera, haré una pausa para centrarme en Dios, para así poder
reaccionar desde una perspectiva de compostura, fortaleza y
sensibilidad.
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