Omar Carreón Abud
Resulta que Robert Hunter Biden, el segundo hijo
de la primera esposa del presidente de Estados Unidos, Joseph Biden,
fue acusado de múltiples delitos relacionados con la compra y
posesión de armas de fuego, así como con la evasión en el pago
obligatorio de sus impuestos. En junio del año pasado, Hunter Biden
fue condenado por mentir en el llenado de un formulario federal
cuando compró un arma en el año 2018, bajo juramento, declaró
falsamente que no era usuario de drogas y, meses después, aceptó
ser culpable de haber instrumentado un esquema ilegal para evitar
pagar al menos un millón 400 dólares en impuestos, el equivalente a
casi 29 millones de pesos mexicanos.
Los fiscales que lo
acusaron argumentaron que el hijo del presidente vivía lujosamente
mientras desafiaba la ley fiscal, gastaba el dinero en strippers, que
bien puede entenderse como un eufemismo de servicios de prostitución,
y que se alojaba en hoteles de lujo. Ambos casos tuvieron lugar en un
periodo en la vida del mentado Hunter Biden, en el que él mismo ha
acptado que estuvo hundido en el abuso de drogas y alcohol antes de
volverse sobrio en el año de 2019. Las acusaciones por la evasión
de impuestos implicaban la aplicación de sentencias de hasta 17 años
tras las rejas y los cargos por armas merecían hasta 25 años de
prisión.
Ahora bien, su padre, Joseph Biden, como queda
dicho, nada menos que el presidente de Estados Unidos, previendo los
daños políticos que le acarrearía hacer uso de las prerrogativas
que tenía para perdonar delitos y suspender procesos legales
precisamente en la persona de su propio hijo y ante la mirada de
cientos de miles de estadounidenses que no solamente estaban siendo
procesados sino que aumentaban diariamente de manera escandalosa la
población carcelaría, había estado prometiendo pública y
solemnemente que no indultaría a su propio hijo.
“Estoy
extremadamente orgulloso de mi hijo Hunter. Ha superado una adicción.
Es uno de los hombres más brillantes y decentes que conozco”, les
dijo sin sonrojarse a unos periodistas a principios del verano de
2024 y añadió categórico: “Me atengo a la decisión del jurado.
Haré eso y no lo indultaré”. Pero -cosas de la vida- el domingo 1
de diciembre de 2024, ya cuando su partido había perdido las
elecciones presidenciales frente a Donald Trump, y se acercaba la
fecha en la que estaba previsto que se dictaría la sentencia
correspondiente a los delitos, ante el estupor del mundo, lo indultó.
Dicen que las comparaciones son odiosas. Pero “odioso” es
una expresión moral y no hay moral al margen de la división de la
sociedad en clases antagónicas, así de que considerar “odiosas”
a las comparaciones es un sucio subterfugio para expulsarlas del
método científico que las acepta y utiliza millones de veces
durante el día. A él me atengo, empujado por la conducta del
presidente Joseph Robinet Biden, un altísimo e incuestionable
representante de la clase que domina al mundo y, sin el permiso de
los moralistas reaccionarios, lo comparo con la imponente congruencia
de un ser humano que entregó su vida a combatir el robo de tiempo de
trabajo y el abuso y la injusticia atroces que siempre lo han
acompañado. Otro individuo que, habida cuenta del poderío de las
clases dominantes para crear, no sólo opinión, sino firme
convicción pública, ha sido calumniado y vituperado sin freno ni
medida. ¿Usó éste de su influencia y poder para beneficiar a su
hijo pasando por encima del sufrimiento de muchos otros seres
humanos?
José Stalin. Para muchos, mucho más que un
monstruo, incluso para algunos de sus viejos compañeros como Nikita
Jruschov, pero que, en realidad, espera todavía una evaluación
justiciera y definitiva, sin bajezas ni prejuicios. Debe saberse que
como cualquier hijo de vecino (y aquí entendemos muy bien la
expresión), el Secretario General del Partido Comunista de la Unión
Soviética, despidió a su hijo que iba a defender a su patria de la
pavorosa horda nazi en la Segunda Guerra Mundial, Yákov
Dzhugashvili, que fue al frente como un comandante más del Ejército
Rojo y, según se sabe, sólo le dijo “Ve y pelea”.
Es
también una verdad histórica que Yákov cayó prisionero en 1941,
unos cuantos meses después de iniciada la guerra y que, luego de la
batalla de Stalingrado (que terminó en febrero de 1943), los
alemanes usaron la mediación del conde Folke Bernadotte y la Cruz
Roja para ofrecer a Stalin el intercambio de su hijo por el mariscal
de campo Friedrich Paulus y varias docenas de oficiales de alto rango
del 6º Ejército que estaban en cautiverio en la Unión Soviética.
La estricta verdad es que la respuesta del Secretario General no se
ha podido documentar, pero hay quienes afirman que dijo: “No
cambiaré un soldado por un mariscal de campo”. Cierta o falsa la
expresión, es inobjetable que José Stalin, no aprovechó la
oportunidad de salvar a su hijo, tanto porque los alemanes lo
hubieran dado a conocer inmediatamente al mundo entero, como porque
Yákov Dzhugashvili, murió acribillado a balazos en el campo de
concentración de Sachsenhausen en Oranienburg, Alemania, el 14 de
abril de 1943, poco tiempo después de la propuesta del
intercambio.
Pero no sólo se atropelló a los procesados por
la ley de Estados Unidos con el indulto al hijo del presidente por el
presidente, el mundo debe tener siempre presente que se está
masacrando a la población palestina con el dinero, las armas y la
protección política de Estados Unidos, includas las mujeres y los
niños y se debe entender que el tecnicismo jurídico “genocidio”
no alcanza para describir y hacer sentir al mundo ese, valga la
redundancia, indecible sufrimiento. Amigo lector: acaban de pasar las
fiestas del Año Nuevo ¿tuvo usted la fea oportunidad de ver cómo
se aterraba un pequeño al estruendo de una “paloma” pequeña,
baratita, de unos cuántos pesos? Trate ahora de imaginar el espanto,
el impacto para siempre que le causan a uno de la misma edad las
bombas que dejan cuerpos destrozados y muertos en La Franja de
Gaza.
Ya para el mes de octubre, según datos del Ministerio de
Salud de la Franja de Gaza, al cumplirse un año de la agresión
israelí, habían muerto 41 mil 909 palestinos, la mayoría de ellos
mujeres y niños y estaban heridos más de 97 mil. Casi dos millones
habían tenido que abandonar sus casas y se habían destruido más de
215 mil edificios, más del 84 por ciento de los centros de salud, el
67 por ciento de las instalaciones de agua y saneamiento y 510
kilómetros de red eléctrica.
Hay que tomar muy en cuenta,
finalmente, lo que dice el Secretario General de la ONU, Antonio
Guterres, quien en nota del 3 de diciembre pasado publicada en La
Jornada, calificó “la situación en la Franja de Gaza es espantosa
y apocalíptica, advirtió que las condiciones que enfrentan los
palestinos en el territorio pueden constituir crímenes
internacionales de los más graves”… que “la catástrofe no es
otra cosa que el hundimiento total de nuestra humanidad… la
desnutrición es rampante y la hambruna inminente… el sistema de
salud ha colapsado” y, finalmente, que “el enclave palestino
tiene ahora el mayor número de niños amputados en el mundo, con
muchos perdiendo extremidades y sometiéndose a cirugías sin
siquiera anestesia”. Sí, leyó usted bien, “el mayor número de
niños amputados en el mundo”; para volverse loco.
El amplio
perdón paterno de Joseph Biden, con el disfrute de la investidura
presidencial, no sólo evitó las condenas a su hijo, Hunter Biden,
en dos casos en el estado de Delaware y en California, sino también
-atención- cualquier otro “delito contra los Estados Unidos que
haya cometido o pueda haber cometido o en el que haya participado
durante el período desde el 1 de enero de 2014 hasta el 1 de
diciembre de 2024”. Increíble. Insultante clemencia ya no
solamente frente a los procesados de Estados Unidos, en donde las
cárceles están llenas de pobres, sino frente a los inocentes niños
de Gaza despedazados o muertos. Para ellos no hubo indulto, ni va a
haberlo. El capital no tiene sentimientos, sólo intereses.
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