domingo, 5 de enero de 2025

No hubo indulto para los niños de Gaza

 


Omar Carreón Abud



Resulta que Robert Hunter Biden, el segundo hijo de la primera esposa del presidente de Estados Unidos, Joseph Biden, fue acusado de múltiples delitos relacionados con la compra y posesión de armas de fuego, así como con la evasión en el pago obligatorio de sus impuestos. En junio del año pasado, Hunter Biden fue condenado por mentir en el llenado de un formulario federal cuando compró un arma en el año 2018, bajo juramento, declaró falsamente que no era usuario de drogas y, meses después, aceptó ser culpable de haber instrumentado un esquema ilegal para evitar pagar al menos un millón 400 dólares en impuestos, el equivalente a casi 29 millones de pesos mexicanos.


Los fiscales que lo acusaron argumentaron que el hijo del presidente vivía lujosamente mientras desafiaba la ley fiscal, gastaba el dinero en strippers, que bien puede entenderse como un eufemismo de servicios de prostitución, y que se alojaba en hoteles de lujo. Ambos casos tuvieron lugar en un periodo en la vida del mentado Hunter Biden, en el que él mismo ha acptado que estuvo hundido en el abuso de drogas y alcohol antes de volverse sobrio en el año de 2019. Las acusaciones por la evasión de impuestos implicaban la aplicación de sentencias de hasta 17 años tras las rejas y los cargos por armas merecían hasta 25 años de prisión.

Ahora bien, su padre, Joseph Biden, como queda dicho, nada menos que el presidente de Estados Unidos, previendo los daños políticos que le acarrearía hacer uso de las prerrogativas que tenía para perdonar delitos y suspender procesos legales precisamente en la persona de su propio hijo y ante la mirada de cientos de miles de estadounidenses que no solamente estaban siendo procesados sino que aumentaban diariamente de manera escandalosa la población carcelaría, había estado prometiendo pública y solemnemente que no indultaría a su propio hijo.





“Estoy extremadamente orgulloso de mi hijo Hunter. Ha superado una adicción. Es uno de los hombres más brillantes y decentes que conozco”, les dijo sin sonrojarse a unos periodistas a principios del verano de 2024 y añadió categórico: “Me atengo a la decisión del jurado. Haré eso y no lo indultaré”. Pero -cosas de la vida- el domingo 1 de diciembre de 2024, ya cuando su partido había perdido las elecciones presidenciales frente a Donald Trump, y se acercaba la fecha en la que estaba previsto que se dictaría la sentencia correspondiente a los delitos, ante el estupor del mundo, lo indultó.

Dicen que las comparaciones son odiosas. Pero “odioso” es una expresión moral y no hay moral al margen de la división de la sociedad en clases antagónicas, así de que considerar “odiosas” a las comparaciones es un sucio subterfugio para expulsarlas del método científico que las acepta y utiliza millones de veces durante el día. A él me atengo, empujado por la conducta del presidente Joseph Robinet Biden, un altísimo e incuestionable representante de la clase que domina al mundo y, sin el permiso de los moralistas reaccionarios, lo comparo con la imponente congruencia de un ser humano que entregó su vida a combatir el robo de tiempo de trabajo y el abuso y la injusticia atroces que siempre lo han acompañado. Otro individuo que, habida cuenta del poderío de las clases dominantes para crear, no sólo opinión, sino firme convicción pública, ha sido calumniado y vituperado sin freno ni medida. ¿Usó éste de su influencia y poder para beneficiar a su hijo pasando por encima del sufrimiento de muchos otros seres humanos?

José Stalin. Para muchos, mucho más que un monstruo, incluso para algunos de sus viejos compañeros como Nikita Jruschov, pero que, en realidad, espera todavía una evaluación justiciera y definitiva, sin bajezas ni prejuicios. Debe saberse que como cualquier hijo de vecino (y aquí entendemos muy bien la expresión), el Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética, despidió a su hijo que iba a defender a su patria de la pavorosa horda nazi en la Segunda Guerra Mundial, Yákov Dzhugashvili, que fue al frente como un comandante más del Ejército Rojo y, según se sabe, sólo le dijo “Ve y pelea”.





Es también una verdad histórica que Yákov cayó prisionero en 1941, unos cuantos meses después de iniciada la guerra y que, luego de la batalla de Stalingrado (que terminó en febrero de 1943), los alemanes usaron la mediación del conde Folke Bernadotte y la Cruz Roja para ofrecer a Stalin el intercambio de su hijo por el mariscal de campo Friedrich Paulus y varias docenas de oficiales de alto rango del 6º Ejército que estaban en cautiverio en la Unión Soviética. La estricta verdad es que la respuesta del Secretario General no se ha podido documentar, pero hay quienes afirman que dijo: “No cambiaré un soldado por un mariscal de campo”. Cierta o falsa la expresión, es inobjetable que José Stalin, no aprovechó la oportunidad de salvar a su hijo, tanto porque los alemanes lo hubieran dado a conocer inmediatamente al mundo entero, como porque Yákov Dzhugashvili, murió acribillado a balazos en el campo de concentración de Sachsenhausen en Oranienburg, Alemania, el 14 de abril de 1943, poco tiempo después de la propuesta del intercambio.

Pero no sólo se atropelló a los procesados por la ley de Estados Unidos con el indulto al hijo del presidente por el presidente, el mundo debe tener siempre presente que se está masacrando a la población palestina con el dinero, las armas y la protección política de Estados Unidos, includas las mujeres y los niños y se debe entender que el tecnicismo jurídico “genocidio” no alcanza para describir y hacer sentir al mundo ese, valga la redundancia, indecible sufrimiento. Amigo lector: acaban de pasar las fiestas del Año Nuevo ¿tuvo usted la fea oportunidad de ver cómo se aterraba un pequeño al estruendo de una “paloma” pequeña, baratita, de unos cuántos pesos? Trate ahora de imaginar el espanto, el impacto para siempre que le causan a uno de la misma edad las bombas que dejan cuerpos destrozados y muertos en La Franja de Gaza.





Ya para el mes de octubre, según datos del Ministerio de Salud de la Franja de Gaza, al cumplirse un año de la agresión israelí, habían muerto 41 mil 909 palestinos, la mayoría de ellos mujeres y niños y estaban heridos más de 97 mil. Casi dos millones habían tenido que abandonar sus casas y se habían destruido más de 215 mil edificios, más del 84 por ciento de los centros de salud, el 67 por ciento de las instalaciones de agua y saneamiento y 510 kilómetros de red eléctrica.

Hay que tomar muy en cuenta, finalmente, lo que dice el Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, quien en nota del 3 de diciembre pasado publicada en La Jornada, calificó “la situación en la Franja de Gaza es espantosa y apocalíptica, advirtió que las condiciones que enfrentan los palestinos en el territorio pueden constituir crímenes internacionales de los más graves”… que “la catástrofe no es otra cosa que el hundimiento total de nuestra humanidad… la desnutrición es rampante y la hambruna inminente… el sistema de salud ha colapsado” y, finalmente, que “el enclave palestino tiene ahora el mayor número de niños amputados en el mundo, con muchos perdiendo extremidades y sometiéndose a cirugías sin siquiera anestesia”. Sí, leyó usted bien, “el mayor número de niños amputados en el mundo”; para volverse loco.

El amplio perdón paterno de Joseph Biden, con el disfrute de la investidura presidencial, no sólo evitó las condenas a su hijo, Hunter Biden, en dos casos en el estado de Delaware y en California, sino también -atención- cualquier otro “delito contra los Estados Unidos que haya cometido o pueda haber cometido o en el que haya participado durante el período desde el 1 de enero de 2014 hasta el 1 de diciembre de 2024”. Increíble. Insultante clemencia ya no solamente frente a los procesados de Estados Unidos, en donde las cárceles están llenas de pobres, sino frente a los inocentes niños de Gaza despedazados o muertos. Para ellos no hubo indulto, ni va a haberlo. El capital no tiene sentimientos, sólo intereses.




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