En
noviembre del año 2008 visité en su Casa-Estudio al maestro pintor
Daniel Quiroz Cisneros. Recurrentemente iba con él a platicar, a
embeber todo ese bagaje de su alta y fina cultura en la expresión
artística. Las charlas se prolongaban hasta por tres o cuatro horas.
En esa tarde le comenté que mi madre deseaba que montara el
nacimiento, dado que se aproximaba la Navidad. Para mí no era
atractivo ponerlo por la labor que implica su disposición, le
platiqué. Daniel Quiroz seguramente se conmovió con aquellas ganas
de mi madre de ponerle el nacimiento y, quizá, algo comprendió de
mi desgano por instalar el pesebre.
Al
tercer día me habló por teléfono. Me dijo que fuera a visitarle.
Acudí a su llamado. Cuando me recibió me dijo: "Aquí está el
nacimiento para su mamá". No supe qué expresarle. Había
pintado sobre un gran lienzo un hermoso nacimiento, inspirado en la
humildad campesina de una familia zapotlense. Un anciano señor se
encuentra hincado junto a un chiquihuite, donde descansa un bebé
recién nacido que custodia su madre junto al lecho. Tres mujeres, un
burro y una vaca observan la escena.
En
torno a los personajes principales una serie de calabazas y mazorcas
están dispuestas sobre las losetas de barro. También hay una
traviesa ardilla... (Daniel Quiroz era un artista con un
extraordinario sentido del humor). Un hueco en la cubierta de la
vetusta choza irradia la luz que invade el interior.
"Lléveselo a su mamá de mi parte. Yo se lo regalo". Su
gesto me conmovió sobremanera, al igual que mi madre cuando recibió
este regalo tan especial. Mi madre falleció hace siete años, pero
el Nacimiento Zapotlense, como lo bautizamos, se conserva celosamente
como reliquia familiar. Cada vez que volteo a ver el óleo recuerdo
el gentil gesto de una de las grandes columnatas de la pintura
jalisciense... Sí, porque Arreola lo consideraba como uno de los
tres grandes pintores de la entidad, al lado del también paisano
Orozco y del pintor tapatío Flores.
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