Abel Pérez
Zamorano
Cotidianamente oímos loas a la libertad (como
la que ofrece EE. UU. al mundo mediante las armas). La verdadera
libertad es un bien muy preciado, y milenaria ha sido la lucha de la
humanidad por conquistarla. Dejó escrito Cervantes: “La libertad,
Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron
los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierran la
tierra y el mar: por la libertad, así como por la honra, se puede y
debe aventurar la vida”. Pero precisemos, ¿libertad para quién?
¿Libertad para qué? ¿Libertad respecto a qué? Y aclaremos primero
que no hablamos aquí de algo imaginario, o abstracto, sino de un
hecho real, concreto; conque, para ser libres no basta con “decirnos
o creernos libres”.
Engañosamente, el autoproclamado “mundo
libre” capitalista se ha ostentado como antípoda de los “regímenes
totalitarios” (así llaman los norteamericanos a la URSS-Rusia,
China, Irán, Corea del Norte). Desde sus orígenes, el capitalismo
reclamó para sí, y sólo para sí, sus libertades frente al sistema
feudal opresor y el Estado absolutista. El lema de la Gran Revolución
Francesa fue “Libertad, Igualdad y Fraternidad”, al tiempo que
imponía ferozmente la Ley Le Chapelier. Los liberales de la economía
política clásica inglesa reclamaban libertad, pero para vender,
comprar, invertir; y para que los siervos de la gleba quedaran libres
para ir a venderse en las ciudades por un salario, y también libres
de medios de producción con los cuales antes podían producir sus
medios de vida; aquella “liberación” empujaba al campesino a la
proletarización. Exige también el capitalismo la “libre movilidad
de los factores de la producción” y la absoluta “desregulación”,
para eliminar todo estorbo a la acumulación, y para poder despedir
trabajadores sin trabas legales, cuando “le sobran y elevan sus
costos”; en fin, para someter países débiles y saquear sus
recursos naturales.
Mientras tanto, al pueblo le ofrece
libertades… de papel, ficticias; derechos legales cuyo disfrute
impide la pobreza. Ejemplos: la libertad de expresión, la de poder
elegir la carrera que más nos guste, libertad de imprenta, de
manifestación, organización; el derecho a una vivienda digna, a la
salud. Para gozarlas se requiere dinero, conque sólo los ricos
pueden disfrutarlas. Así el capitalismo escamotea las verdaderas
libertades, y a cambio ofrece bisutería, “derechos” de papel,
inocuos, que sólo obnubilan la conciencia social.
Nos dicen,
por ejemplo, que libertad es ir a donde queramos, cambiar de trabajo
y residencia. Pero, aunque los trabajadores puedan desplazarse en el
territorio y emplearse en otras empresas, siempre en el capitalismo
quedarán sometidos a un patrón, llámese como se llame, viva donde
viva. Es la libertad de la mosca en el vaso. El trabajador no
pertenece a un dueño individual, sino a toda la clase capitalista.
Para convencernos de que somos libres y atenuar los horrores del
capitalismo, se destacan los del esclavismo: nada comparable con
aquello, pregonan; luego, estamos mejor ahora.
El concepto de
libertad ha cambiado históricamente, pero frecuentemente induciendo
a confusión. Los filósofos cínicos en Grecia se concebían libres
al vestir en harapos por gusto, ignorar todo convencionalismo social
y “sentirse liberados”; pero hacer la pura y soberana voluntad,
caprichosa muchas veces, no hace libre a nadie. Los estoicos decían
que sólo el sabio es libre: “porque sólo él se conforma con el
orden del mundo y con el destino” (N. Abbagnano); pero así se
impedía actuar a la voluntad para construir la propia vida,
obviamente, dentro de las condiciones que la realidad impone. El
hedonismo (principalmente el más vulgar, muy extendido hoy en día)
circunscribe la libertad al disfrute irrestricto de placeres.
Pernicioso también es el concepto anarquista, individualista, de Max
Stirner (el solipsismo), que concibe al hombre libre cuando cada
quien puede hacer su libérrimo capricho, sin importar el daño que
con ello pueda causar a los demás, ignorando que el hombre vive en
sociedad, y que sus actos repercuten, positiva o negativamente, sobre
ella.
Todos los conceptos enajenantes de libertad inducen y
consagran el derecho a los malos hábitos, destructores del hombre,
física y mentalmente; y frenan el desarrollo humano. Libertad no
debe ser la capacidad de autodestruirnos, ni para que la persona
pueda atentar contra sí misma y sus semejantes, sino para construir
mejores individuos y sociedades.
Al respecto, la teoría del
desarrollo valora crecientemente la libertad. Amartya Sen (economista
hindú, premio Nobel de economía, autor de El desarrollo como
libertad, 1999), quien sentó las bases teóricas del Índice de
Desarrollo Humano, afirma que la carencia de satisfactores
indispensables menoscaba la libertad. El desempleo, añade, hace al
hombre más dependiente; los desempleados quedan obligados a depender
de “ayudas” gubernamentales, enajenando así su dignidad y
libertad. Sin libertad, concluye Sen, no existe desarrollo.
Y
agrega que este último puede apreciarse en que todos los integrantes
de una sociedad gocen de una libertad que les permita elegir entre
opciones siempre de mayor calidad. Y para elegir, además, se precisa
información suficiente (esto incluye a la política); cuando las
personas ignoran las opciones existentes, sus pros y contras, no hay
verdadera libertad de elección. La ignorancia impide actuar con
conocimiento de causa.
La concepción más profunda, humanista
e integral de libertad es la formulada por Carlos Marx, concebida, en
trazos generales, como la posibilidad real del hombre de realizar
todas las actividades necesarias para la completa realización de
todas sus potencialidades; asimismo, la capacidad efectiva de
satisfacer, plena y racionalmente, todas sus necesidades. La libertad
así concebida reivindica la realización del hombre y la
satisfacción de sus necesidades, pero siempre en armonía con la
sociedad.
Alguien será libre, entonces, cuando tenga la
posibilidad real y condiciones para estudiar hasta el nivel que desee
y en la disciplina de su elección; cuando pueda practicar el deporte
y artes que completen su formación integral; elegir libremente la
actividad a la que desee dedicarse, y no la que le imponga el mercado
capitalista. Libertad es también liberar a los hombres de la
ignorancia, hambre y enfermedades curables –y en un futuro de las
hoy incurables–; es liberarlo de la esclavitud asalariada y de toda
opresión e impedimento a su desarrollo personal. Entendamos entonces
que la libertad no es algo subjetivo, que para existir baste sólo
con ser imaginada; es concreta y real, materialmente determinada.
La
concepción marxista se basa asimismo en que, para ser libre, el
hombre debe ser capaz de actuar acorde con la necesidad, con
conocimiento de las leyes que rigen la naturaleza y la sociedad, para
dominarlas y aplicarlas en su provecho y liberarse así de su acción
opresora como fuerzas superiores a él. Tal conocimiento le hará
tomar conciencia de sus capacidades y le permitirá transformar la
realidad. Conocer las leyes del desarrollo de la sociedad permitirá
conducirla y orientarla, liberar al hombre del fatalismo y hacer a
los pueblos dueños de su propio destino. Nadie en su sano juicio
puede hacer su absoluta voluntad, subjetivamente determinada,
contraviniendo a capricho las leyes de la naturaleza y de la
sociedad: es como si alguien quisiera desafiar la ley de la gravedad,
“haciendo su gusto”, arrojándose de lo alto para volar. Caro
pagará el intento.
Pobreza e ignorancia, y más concretamente
la explotación del hombre, son los grandes enemigos de la auténtica
libertad, y sólo eliminándolos será posible abrir paso a un mundo
realmente libre. Educar con calidad (y estudiar con tesón) es
conquistar libertad; y ello incluye educación política, que permite
a la sociedad comprender las causas profundas de sus penalidades y
visualizar el camino para resolverlas. Consecuentemente, construir un
mundo libre exige distribuir equitativamente la riqueza. Nada de esto
puede hacerlo un individuo aislado; la libertad, como hecho
eminentemente social, sólo se conquista socialmente, con la acción
organizada de todos los individuos conscientes. El hombre aislado no
puede alcanzarla a plenitud; y, parafraseando al gran pensador de
Tréveris: cuando el individuo busque la libertad de los demás,
encontrará la suya.
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