Al
desarrollarnos aun más, descubrimos que la mejor fuente posible de
estabilidad emocional era el mismo Dios. Vimos que la dependencia de
Su perfecta justicia, perdón y amor era saludable, y que funcionaría
cuando todo lo demás nos fallara. Si realmente dependíamos de Dios,
no nos sería posible hacer el papel de Dios con nuestros compañeros,
ni sentiríamos el deseo urgente de depender totalmente de la
protección y cuidado humanos.
Mi experiencia ha sido que,
cuando todos los recursos humanos parecen haber fallado, siempre hay
Uno que nunca me desampara. Aun más, Él siempre está ahí para
compartir mi alegría, para enseñarme el buen camino y para
confiarme a Él cuando no hay nadie más.
Mientras que los
esfuerzos humanos pueden aumentar o disminuir mi bienestar y
felicidad, sólo Dios puede proveerme el amoroso alimento del cual
depende mi salud espiritual diaria.
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