Mariano Cariño
Méndez
Voltaire, filósofo francés, dijo en el siglo
XVIII: “Los que puedan hacerte creer absurdos, pueden hacerte
cometer atrocidades”. Esta sentencia aplica a nuestra realidad
cotidiana. Cuando el hombre asume como propio, sin ninguna
comprobación, todo lo que se dice al por mayor en nuestro país,
principalmente aquellas sentencias que afirman que todo va viento en
popa, que la situación internacional en nada afecta a México, que
ahora se “gobierna” para la clase trabajadora, que en nada nos
debemos de preocupar y mucho menos de ocupar; que basta con ver la
mañanera para estar bien informados, y, por último, en hacernos
creer que los males de nuestra patria se van a resolver repartiendo
dinero a diestra y siniestra en los distintos programas de
transferencias monetarias.
Pero la realidad no se comporta a
capricho de nadie, se desarrolla tal cual es, refleja la situación
que se vive y vivimos, nos guste o no; la comprobación última la
tenemos en los hechos y, sin duda, lo invito a verla sin prejuicios
ni endulzantes de ningún tipo. Estamos a pocos días de que asuma la
presidencia de los Estados Unidos un presidente que no ha tenido el
más mínimo rubor por descalificar nuestra patria, con amenazas de
todo tipo, desde imponer aranceles, hasta deportar a millones de
migrantes mexicanos en un santiamén. Dichas amenazas deben ponernos
en sobreaviso, pues el principal socio comercial que tenemos es
nuestro vecino del norte; de los productos mexicanos que se exportan,
el 78 por ciento va a parar a dicho territorio, es decir, tenemos una
dependencia casi total. En el momento en que decidan dejar de
comprar, estaremos en serios problemas, ya que una gran parte de la
población nacional está inmersa en la producción de dichas
mercancías.
En el caso de la deportación de migrantes, las
amenazas son más severas. En Estados Unidos residen 12 millones de
migrantes mexicanos, de los cuales 4 millones son indocumentados. Las
proposiciones del presidente electo prometen no solo afectar a los
indocumentados, sino a toda la población migrante, ha dicho que está
dispuesto a deportar a familias enteras, sin importarle su estatus
legal. ¿México está preparado para recibirlos? ¿Se cuenta con
suficientes fuentes de empleo? ¿Existen los servicios básicos
indispensables para todos? ¿Hay vivienda accesible?
La
respuesta a las interrogantes es un rotundo no. Veamos, según la
Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), la Población
Económicamente Activa (PEA) en el México es de 61.4 millones de
personas, de los cuales 59.8 millones están ocupados, el 45.7 por
ciento en el sector formal y el 54.3 por ciento en el informal. No se
cuenta con empleo digno para los mexicanos y si a eso le sumamos a
los que se pudieran incorporar por las políticas migratorias de
Donald Trump, la precariedad del empleo aumentaría. Para continuar,
según datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de
Desarrollo Social (Coneval), contabilizó 11.8 millones de personas
que carecían de calidad y espacios de vivienda; 22.7 millones
carecían de acceso a servicios básicos en sus viviendas. Nuestros
paisanos pues, se sumarían a engrosar las filas de los pobres en
nuestro país.
Con todo lo dicho hasta aquí, algunos pudieran
pensar que la patria nuestra carece de fortuna, pero en realidad no
es así; somos una nación rica, así lo demuestra el Fondo Monetario
Internacional (FMI) al ubicar a México en el lugar número 12º en
cuanto a poderío económico y aunado a ello somos el país de la
OCDE que más horas trabaja. El problema de nuestra nación es el
rumbo que le han marcado los gobernantes pasados y presentes, un
rumbo que ha garantizado solo el bienestar de la clase rica. Solo así
se explica que, por un lado, haya fortunas como la de Carlos Slim, el
mexicano más rico, que tendría que vivir 274 años para acabar con
su riqueza a razón de que se gaste un millón de dólares al día,
es decir, 20 millones de pesos, y por el otro, la clase trabajadora
que tiene apenas un salario mínimo de 278.80 pesos por día para
poder sobrevivir. El rumbo hasta ahorita nos ha dejado a merced de la
voluntad y locuras de nuestro vecino del norte. Si cumple con sus
amenazas, desataría una reacción en cadena en nuestro país, desde
la pérdida de los pocos empleos actuales, el encarecimiento de los
productos de la canasta básica, hasta no poder cubrir las
necesidades básicas como lo son la vivienda, salud, educación y
servicios básicos.
Mientras una gran parte de la población
está encantada con las tarjetas del bienestar para ser beneficiarios
de los programas sociales, un tsunami se prepara a la distancia y nos
puede tomar por sorpresa, porque la inacción es parte de las
atrocidades que se están cometiendo; nos hace creer que las
transferencias monetarias son la solución en el dicho, pero
insuficientes para salvarnos del tsunami de la realidad. Las
declaraciones del presidente electo de Estados Unidos deben servirnos
para, nuevamente, darnos cuenta de nuestra realidad nacional, de la
gran dependencia económica y de la gran desigualdad que sigue
imperando a lo largo y ancho del territorio nacional.
Debemos
tomar parte en la solución del problema, tomar las riendas de
nuestro rumbo, cambiar lo que deba ser cambiado; no podemos estar
eternamente a merced de las amenazas de cualquier individuo, por muy
poderoso que sea, darnos cuenta de que lo que necesita nuestro país
es un cambio de modelo económico, uno que garantice empleos dignos
para todos en edad de trabajar, salarios bien remunerados,
reorientación del gasto social y una política fiscal progresiva. No
olvidemos nunca que la única manera de elevar la calidad de vida de
los mexicanos es transformando sus condiciones materiales; lo demás
siempre será demagogia.
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