La mujer ―hablando en términos de
género― ha tenido un papel tímido en la historia de los pueblos;
quizá, por ello, existe esa necesidad de tratar de rescatar sus
acciones que, como luces gloriosas, se manifiestan pródigas y
ofrecen un panorama de reintepretación de los episodios que han
marcado y definido la significación de lo que somos y representamos
en el campo universal.
En el caso del territorio nacional se
reconoce la presencia de La Malinche, mujer que tuvo un papel
protagónico y decisivo en la llamada Conquista. Luego, también
tenemos a Sor Juana Inés de la Cruz, una voz prodigiosa que traduce
el ambiente virreinal y el rol de la mujer en ese escenario de
limitaciones moralistas.
En nuestra región ya tenemos notables
registros de la presencia de la mujer en el ámbito cultural desde la
segunda mitad del siglo XIX, donde plumas como la de Refugio Barragán
de Toscano (Tonila, Jalisco, 1843) o la de Balbina González (Ciudad
Guzmán, 1863) son propicias para alentar actividades creativas e
intelectuales en el género femenino (ambas mujeres, por cierto,
aparecen antologadas en el libro “Mujeres notables mexicanas”
(1910) de Laureana Wright de Kleinhans). Sus esfuerzos por cincelar
un nombre de respeto y prestigio hoy en día tienen sus nobles
frutos, aunque prevalece la gran necesidad masculina por apropiarse
de los espacios públicos y seguir marginando a la mujer a los
espacios privados, a los del hogar y los hijos, limitandola a un rol
social “aceptable”.
Muchas de las damas que tomaban papel y
pluma en la época se encuentran aún en el anonimato dado que, si
bien lograban publicar alguna que otra aportación literaria, esas
colaboraciones eran signadas usualmente con pseudónimos. No, esto no
era un atentado contra la mujer decimonónica. Debemos de entender y
atender un espacio y un tiempo cuyas circunstancias ―desalentadoras
por cierto― eran muy diferentes a las actuales; y, sin embargo y a
pesar de ello, nos conmueve ver que tenemos virtuosos ejemplos
publicados de sus creaciones.
En los censos de profesiones
locales que tenemos registrados desde 1870 y hasta 1960,
lastimosamente no aparece ninguna mujer con carrera profesional
desempeñando alguna labor en beneficio de la colectividad. Claro,
solamente tenemos a Profesoras Normalistas, usualmente “señoritas”,
que dedicaban afanosamente su vida al servicio de la educación de la
niñez, donde sobresalen muy notables mujeres como María Leonarda
Timotea Zúñiga González (Zapotlán el Grande, 1840), María
Mercedes Madrigal González (Ahualulco de Mercado, Jalisco, 1858) o
María Josefa Dávalos Ortiz (Ciudad Guzmán, 1862), entre otras. El
conservadurismo absurdo de la antigua Zapotlán era bastante estricto
en sus reglas sociales.
Dignificar a la mujer ―así lo
entendemos― es una tarea de todos, dado que tenemos la enorme deuda
de reconocer sus luchas y sus triunfos, de ponderar su importancia en
los anales de la historia, de destacar sus cualidades y de honrar sus
acciones en la humanidad. Los esfuerzos nunca serán nulos, y menos
si quedan plasmados en el pergamino de la trascendencia.
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