Omar
Carreón Abud
Siempre persiguiendo la ganancia máxima y
el exterminio de sus competidores, inevitablemente, obsesivamente,
sin otra forma de ser y existir, los dueños del capital cambian de
forma para conservar su esencia pretendiendo existir para siempre
arrancando tiempo de trabajo sin pagarlo. Al obrero históricamente
despojado de medios de producción, se le compra su energía vital,
lo único que le queda, para marchitarlo produciendo para manos
extrañas que enajenan los resultados de su trabajo. Al obrero se le
paga para que resista y regrese al día siguiente hasta que viva
treinta o cuarenta años, pero nunca, jamás, recibe una cantidad que
se asemeje al valor producido. Ese valor, cada día más formidable,
queda coagulado en las mercancías producidas que deben venderse sin
demora para convertirlo en dinero contante y sonante que, por
supuesto, queda en poder exclusivo de los capitalistas que lo gastan
agrandando incesantemente sus capitales y adquiriendo bienes
suntuarios para su disfrute y el de sus familiares y allegados. Así,
si se pudiera, hasta el fin de los tiempos.
Pero no se puede.
Todo lo que nace merece perecer –les sentenció el genial
George Wilhelm Hegel– y los poderosos y arrogantes de su época ni
siquiera lo acompañaron a su última morada, sólo sus deudos y unos
cuantos amigos fieles. Para vivir y expandirse, el capital necesita
obreros sin ataduras legales ante ningún señor y sin medios de
producción para ganarse la existencia, sólo ellos mismos, prestos a
vender barata su energía. Los capitalistas de ahora los tienen hasta
de sobra, hasta poner en riesgo la estabilidad de sus negocios y, si
bien, alguna vez sus antepasados esclavistas los importaron
arrancándolos brutalmente de las selvas africanas, ahora, con
fiereza moderna, los expulsan. Nada de extraño tiene, pues, que el
nuevo presidente de Estados Unidos, el reciente encargado por las
élites de la sobrevivencia y expansión del modo de producción
capitalista, declare “emergencia de seguridad”, los obligue a
cruzar la frontera y los aviente a la indigencia.
Como es
evidente, los señores del capital no pueden producir mercancías sin
recursos naturales para elaborarlas. Es, pues, parte sustancial de su
existencia como capitalistas la invasión y la conquista.
¿Groenlandia? Pudiera pensar alguien que no tuviera suficientemente
clara la esencia del capital: “pero si eso está lejísimos y es
territorio helado”. Y es cierto. Pero en Groenlandia –un
territorio en posesión de un país pequeño que cabe 50 veces en el
grande y que no es de ninguna manera una potencia militar– existen
importantísimos yacimientos de hierro, zinc, plomo, cobre, níquel
y, sobre todo, de las llamadas tierras raras, que son fundamentales
para el desarrollo de la tecnología moderna; hay también petróleo,
gas natural y recursos hídricos utilizables para generar
electricidad en grandes cantidades, que es la que necesita la
maquinaria asociada con la llamada inteligencia artificial, lo cual
explica de paso la resistencia al acuerdo de París que pugna, entre
otras energías, por la eoloeléctrica, que no tiene
comparación.
Declarar terroristas a los cárteles de la droga
y en un momento dado invadir con fuerza militar para combatirlos
puede tener la misma lectura. “Podría pasar”, dijo Donald Trump.
Ocuparse de los cárteles de la droga atendiendo solamente a la
producción y la exportación, haciendo caso omiso de la cadena
productiva que inicia con la venta de armas y en la que participan
los que reciben la mercancía, los que la distribuyen y los que la
llevan y entregan al consumidor final, así como simular que no
existen los inmensos capitales que se acumulan, se mueven y se gastan
como consecuencia de la producción, comercialización y consumo de
esas nefastas mercancías, es, sin duda alguna, acusar y combatir a
unos para dejar libres y actuando a otros. Y no olvidar las estancias
de las fuerzas militares que, según se dijo, sólo llegaron a
Vietnam a aplicar sanciones por el incidente del Golfo de Tonkín
(que no ocurrió) y a Irak para eliminar armas de destrucción masiva
(que no existían) y se quedaron muchos años, se llevaron ingentes
volúmenes de recursos naturales y riquezas y dejaron devastación y
muerte.
En el capitalismo no existe la libre competencia y la
que así se puede llamar, existe mientras el grande y poderoso la
aniquila. Así de que la vida del capital transcurre destruyendo a la
competencia y anhelando el monopolio. Como defensa y agresión,
buscando alcanzar precisamente este objetivo, en una época existió
el modelo proteccionista que limitaba la libre movilidad de los
capitales y las mercancías, que colocaba barreras y aplicaba
aranceles a la entrada de mercancías del extranjero. En otra época,
la de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, se pensó que la invasión
arrasadora de los capitales y las mercancías de las metrópolis a la
periferia, convenientemente disfrazada de libre competencia “para
beneficio de todos”, era la consolidación final del capital. Sólo
que la salida de los capitales que ansiaban mano de obra abundante y
barata en el extranjero devastó a las metrópolis y las
desindustrializó; y la desgracia se completó porque la producción
e importación de mercancías a muy bajo precio, de China sobre todo,
acabaron con muchas ramas de produccción, lo cual ahondó la
desindustrialización. Donald Trump pretende adoptar un
proteccionismo renovado para iniciar “el fin del declive” de
Estados Unidos. Aranceles a Canadá, a la Eurozona, a Rusia, a China,
a México y a otros países. ¿Será posible una revitalización del
capitalismo tratando de regresar al proteccionismo aunque sea
acotado? ¿Será ahora sí una realidad el excepcionalismo de Estados
Unidos? Me permito dudarlo. Y no es cosa de los tratados comerciales
que ya se han firmado, sino de los lazos reales que ya se han forjado
entre las economías poderosas del mundo.
¿Qué más ha
anunciado Donald Trump? Dice El Universal del 21 de enero: “Eliminó
programas educativos enfocados en diversidad, equidad e inclusión,
argumentando que promueven divisiones en lugar de unidad”. En el
mismo sentido, el nuevo presidente aseguró que “el gobierno
federal sólo reconocerá dos géneros asignados al nacer, eliminando
políticas que respaldan derechos relacionados con la diversidad de
género”. Sí, claro, el capital mira a las grandes masas
trabajadoras sólo como productores de plusvalía y no le interesa en
lo más mínimo paliar de ninguna manera sus desventajas y
diferencias y menos si tiene que pagar por ello.
Para los
dueños de los medios de producción, el declive del capital tiene
que detenerse y las ganancias seguir incontenibles y sostener para
siempre su marcha ascendente. Eso es lo que estamos atestiguando.
¿Cuánto sufrimiento causará? Todavía no lo sabemos y quizá ni lo
imaginamos. No obstante, como desde siempre en la historia escrita,
sólo el pueblo podrá enfrentar con éxito las calamidades por
grandes que sean. Nadie más. Se necesita, es urgente, la unidad y la
resistencia popular. No deberá detenerlo el hecho de que los que se
han llamado únicos representantes del pueblo y dan conferencias a
nombre del pueblo, se hayan afanado en combatir a sus organizaciones
auténticas y se hayan aplicado, como pocos en el mundo, a hacerle
creer que no debe organizarse ni luchar, que sólo debe agradecer
sumiso las dádivas que generosa y periódicamente le llegan desde el
poder.
Veo muy importante, finalmente, citar las certeras
palabras de Vladimir Ilich Lenin sobre la Primera Guerra Mundial:
“Anexionar tierras y sojuzgar naciones extranjeras, arruinar a la
nación competidora, saquear sus riquezas, desviar la atención de
las masas trabajadoras de las crisis políticas internas… desunir y
embaucar a los obreros con la propaganda nacionalista y exterminar su
vanguardia a fin de debilitar el movimiento revolucionario del
proletariado: he ahí el único contenido real, el significado y el
sentido de la guerra presente”.
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