Homero Aguirre Enríquez
Sin
hacer la menor alusión a las causas del rotundo fracaso que tuvo el
gobierno de AMLO en cumplir su promesa de garantizar a los mexicanos
la autosuficiencia alimentaria, el flamante gobierno morenista
abandonó esa bandera y sólo se comprometió hace pocos días a
“avanzar” hacia la autosuficiencia alimentaria; pero, como es
habitual en la clase política mexicana, los funcionarios no dijeron
cómo ni con qué recursos se logrará acercar a México a la
categoría de un país capaz de alimentar a su población con
productos generados en su mayoría en el territorio nacional.
El
problema de la dependencia alimentaria de México tiene muchos años,
es grave y no se resolverá con simples palabras. La autosuficiencia
alimentaria, como se llama internacionalmente a la capacidad de un
país para producir por lo menos el 75% de los alimentos que consume
su población, es algo indispensable para garantizar el desarrollo de
un país sin que lo frenen las carencias alimentarias y sin estar
expuesto a los bloqueos políticos de los países de los que depende
su comida. En México, estamos muy lejos de producir el 75% o más de
los alimentos que consumimos; somos muy dependientes, sobre todo de
Estados Unidos. México ocupa el lugar 43 en una lista de 113 países
del mundo incluidos en el Índice Global de Seguridad Alimentaria,
elaborado en 2022 por The Economist Group, lo que quiere decir que
muchos de los alimentos, algunos tan básicos como el maíz y el
frijol, los tenemos que comprar en grandes cantidades en el
extranjero, porque aquí no se produce lo suficiente o el precio de
los mismos es demasiado alto y resulta más barato importarlos.
En
2018, cuando AMLO buscaba el voto popular, entre la cascada de
promesas que hizo a los mexicanos, apareció la de lograr la anhelada
autosuficiencia alimentaria: “En su discurso, el político
tabasqueño cuestionó que a pesar de que el maíz es originario de
México, “estamos comprando 14 millones de toneladas de maíz en el
extranjero; México es el país del mundo que más maíz compra en el
extranjero. Vamos a producir el maíz en México; ya también no se
va a comprar, como sucede ahora, 20% del frijol que consumimos; 90%
del arroz”…“Se compra la carne de res, la carne de cerdo, se
compra la leche (...) Estamos en una tremenda crisis porque
dependemos del extranjero en lo que consumimos, no hay soberanía
alimentaria”, dijo. Y muchos le creyeron y votaron por él.
Pero
la dependencia alimentaria no disminuyó. Al contrario, se hizo más
grande: “la dependencia al maíz extranjero aumentó del 2019 a
agosto del 2024 de 31.5 a 48.8 por ciento y la del trigo panificable
subió de 76.4 a 82.4 por ciento, de acuerdo con cifras de la
Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader). Pero en el
caso del maíz, en su última revisión de agosto, el Departamento de
Agricultura de Estados Unidos (USDA, por sus siglas en inglés)
volvió a elevar la estimación de dependencia de México a este
grano del extranjero para todo el 2024, a 52.3 por ciento desde el 50
por ciento que había calculado en abril. A la par de la insuficiente
producción nacional de ambos cereales, las cifras de la Sader
refieren que hasta agosto pasado el País llevaba importado 36.8 por
ciento del consumo de frijol, cuando hace seis años sólo era el 4.4
por ciento” (Reforma, 16 de septiembre 2024). Lo mismo ocurrió
con el trigo, el arroz, la soya y algunos productos cárnicos. Al
fracaso se le agregó un enorme acto de corrupción: un
multimillonario desvío de recursos públicos, calculado por la
Auditoría Superior de la Federación en más de 15 mil millones de
pesos, en la dependencia creada especialmente para ese propósito,
Segalmex, que, aunque suene a broma, se llamaba Seguridad Alimentaria
Mexicana, y que hace unos días fue borrada del organigrama federal
porque decir Segalmex equivale a decir el mayor acto de corrupción
verificado en la 4T.
Pues bien, aunque Julio Berdegué, el
titular de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural, sostuvo
al ser nombrado que “El gobierno de la doctora Sheinbaum continuará
considerando la soberanía alimentaria como el eje rector de todo lo
que se haga en el campo y la alimentación”, de inmediato dijo que
durante este sexenio el gobierno renunciará a perseguir la
autosuficiencia en maíz amarillo: “Ojalá podamos reducir las
importaciones, pero nuestra meta no es la autosuficiencia en maíz
amarillo ... En este sexenio no” (Reuters, 1 de julio de 2024).
Y
a juzgar por las medidas recientemente anunciadas en el pomposamente
llamado Plan de Soberanía Alimentaria, las cosas seguirán
exactamente igual: se reafirman los programas de transferencia
directa de dinero, que tan buenos resultados electorales les han
dado, pero que no aumentarán la producción de alimentos; se hacen
exclamaciones sobre eficientar los sistemas de riego (dicen que en
coordinación con la Conagua, pero a esa dependencia le mocharán
casi la mitad de su presupuesto el año entrante), dicen que pondrán
una Productora de Semillas de frijol, en Zacatecas, e introducirán
sementales para mejorar el ganado en el Sureste, pero no se ve
absolutamente ninguna medida seria, que forme parte de un plan
integral, bien pensado y financiado que vaya a generar un crecimiento
eficiente de la producción agropecuaria, que reduzca la dependencia
de productos del extranjero.
No hay una sola alusión al
problema estructural que sufre el campo mexicano, consistente en una
fragmentación extrema de la estructura agraria, lo que da como
resultado que de 4.4 millones de unidades productivas (parcelas,
ranchos, etcétera) más del 70% no rebacen las 5 hectáreas de
superficie, lo que impide que se introduzcan tecnologías modernas,
aplicables a extensiones muy grandes, y dependan de tecnologías
tradicionales, poco productivas e incapaces de producir a gran escala
y a bajos costos, como lo hacen sus competidores de otros países
que, además, gozan de elevados subsidios por parte de sus gobiernos.
Mientras eso no cambie, seguiremos como hasta ahora, bajo el yugo de
nuestros vecinos, de los que dependerá nuestra alimentación y, por
lo tanto, nuestra estabilidad. Eso sí, aunque no tendrán muchos más
productos y mejores precios, se anunció que las tiendas Diconsa ya
no se llamarán así, sino Tiendas del Bienestar y ofrecieron darles
una manita de gato mediante un programa llamado “Enchula tu
tienda”. El nuevo lema que ha ordenado propagar el gobierno será:
“Generamos felicidad”, pero debiera ser: “Aquí abunda la
demagogia”.
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