Abel Pérez Zamorano
Durante los
días 13 y 23 de noviembre pasado, el presidente de China, Xi Jinping
visitó Perú y Brasil, y asistió a la Cumbre de la Cooperación
Asia-Pacífico (APEC), donde se dieron cita 21 países miembros:
asistieron 5,000 delegados. En 2008 y 2016, Perú fue ya sede del
evento. Durante su gira Xi Jinping firmó 60 acuerdos de cooperación
mutuamente beneficiosos con países de la región. Específicamente
en Perú, el 14 de noviembre, junto con la presidenta Dina Boluarte,
Xi inauguró el mega puerto de Chancay, cerca de Lima, construido por
China.
Esta obra marca un hito en las relaciones comerciales de
China, no solo con Perú, sino con toda la región latinoamericana, y
representa un ramal de gran importancia en la Ruta de la Seda. Su
estructura le da capacidad para recibir buques de carga de hasta 18
mil TEUS (un TEU equivale a la capacidad de carga de un contendor
estándar de 20 pies). El Puerto fue inicialmente adquirido por la
empresa china Cosco Shipping Ports en 2019, que compró el 60%, en
sociedad con capital peruano, que controla 40%. Finalmente, la
inversión totalizó 3,500 millones de dólares. Esta megaobra se
asocia a una reducción del tiempo de transporte de 35 a 23 días
entre China y Perú, y producirá para la nación sudamericana
ingresos anuales por 4,600 millones de dólares (1.8% de su PIB).
Como efecto expansivo, de Chancay se establecerá una conexión
con Bolivia, que posee las mayores reservas mundiales de litio (en
cuya industrialización se asociará con China y Rusia). Dicho sea de
paso, en estos días Bolivia ha sido admitida, junto con Cuba, en el
grupo BRICS, y también recientemente se formalizó su admisión al
Mercosur. Todo esto redundará en un considerable impulso a su
economía. Adicionalmente, el presidente chino ofreció a los
gobiernos peruano y brasileño construir un ferrocarril entre los
océanos Pacífico y Atlántico, partiendo de Chancay y conectando
los países BRICS, Brasil y Bolivia.
En la región, 22 países
ya han firmado acuerdos de participación en la Ruta de la Seda, y en
2022 el valor total del comercio entre China y América Latina creció
en 11%. China es ya el socio comercial más importante de Sudamérica;
seguramente las naciones latinoamericanas encuentran provechoso para
sus economías ampliar esa relación. Sorprendentemente, en el año
2000, el comercio totalizó 12,000 millones de dólares; en 2022,
alcanzó 495,000 millones de dólares, y la proyección es 700,000
millones de dólares en 2035. En 2022, China era el principal socio
comercial de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Cuba, Paraguay, Perú,
Uruguay y Venezuela (Oxford Business Group). La Inversión Extranjera
Directa china en América Latina ha contribuido con obras muy
importantes, solo por mencionar algunos ejemplos: construyó el
Aeropuerto Internacional de Ecuador; actualmente construye el metro
en Bogotá; elaboró el estudio de factibilidad del tren Panamá-David
y podría participar en su construcción. En total, ha invertido
286,000 millones de dólares.
En Nicaragua, China facilitará
un crédito por valor de 430,000 millones de dólares para construir
un moderno aeropuerto en Managua, y se negocia con empresas chinas la
construcción del Canal interoceánico de Nicaragua: el proyecto fue
presentado públicamente el 19 de noviembre por el presidente Daniel
Ortega. Ese mismo día se firmó el contrato para la construcción
del puerto de aguas profundas de Bluefields, en la costa caribeña.
Así pues, en una sociedad de respeto y beneficio mutuo con China,
Latinoamérica se desarrolla, y de ello se beneficiarán sus pueblos.
En marcado contraste con esta tendencia progresista, el
gobierno argentino excluyó a China de la licitación del importante
proyecto “Hidrovía”, en clara señal de distanciamiento del
gigante asiático. Y, haciendo a un lado la retórica gubernamental,
el gobierno mexicano sigue la misma política, afectando los lazos
comerciales con China para salvarse de las amenazas de Donald Trump
de aplicar un arancel de 25% a los automóviles ensamblados en
México, y a otros productos.
México ha sido falsamente
acusado por Estados Unidos de “ser el principal receptor de
inversión extranjera directa china”. La verdad es otra. Según
Marcelo Ebrard, secretario de Economía (declaraciones a la prensa el
19 de noviembre), en el periodo 2016-2023, los tres países de
América del Norte recibieron en total 395 mil 300 millones de
dólares de inversión china. De ahí, Estados Unidos recibió 269
mil millones (68.1%), Canadá 124 mil millones (31.5%) y México 1.6
mil millones (0.4%). Estados Unidos recibe 160 veces más inversión
china que México. En cuanto a las exportaciones mexicanas hoy, 80.2%
van a Estados Unidos (que ejerce así gran poder de monopsonio); 2.7%
a Canadá; y sólo 1.5% a China. De las importaciones mexicanas, sólo
20% proceden del país asiático.
Contra toda evidencia se acusa
a México de dar preferencia a China en inversión y comercio, y se
le amenaza. Para evitar el conflicto –cediendo ignominiosamente a
las presiones y jurando portarse bien–, el gobierno mexicano se ha
comprometido a reducir las importaciones y el comercio con China. El
9 de noviembre Marcelo Ebrard declaró: “México estará del lado
de Estados Unidos en la guerra comercial con China y potenciará la
producción local”. Posteriormente agregó que “se reducirá el
volumen de importaciones de Asia, no sólo de China, porque [México]
tiene un crecimiento exponencial de importaciones de varios países
asiáticos, no sólo de China”. Y de la palabra pasó a la
acción.
El gobierno lanzó lo que llamó “Operación
Limpieza”: el 28 de noviembre decomisó mercancía china en la
plaza comercial “Izazaga 89”, en la Ciudad de México, y tomó el
control de las instalaciones. Los mexicanos de bajos ingresos, solían
encontrar ahí mercancías baratas, y ahora se verán obligados a
adquirirlas más caras en otros lugares. Sin duda esta “acción
espectacular” fue la respuesta a la presión de Trump. Así, el
gobierno mexicano se somete completamente al estadounidense y se
aleja de China y del progreso que, como vemos en Latinoamérica,
podría traer una relación comercial más justa y de mutuo provecho,
no de control monopólico como a la que nos tiene sometidos Estados
Unidos. Evidentemente, la Cuarta Transformación no transforma nada;
por el contrario, en penosa abyección, en un pragmatismo
inmediatista sin perspectivas de mejor futuro, ahonda nuestra
dependencia del imperio. No disponemos ni de un centímetro de
soberanía nacional, de capacidad de decisión propia.
México
debe diversificar sus relaciones de exportación. Obviamente, este
cambio es complejo y no depende sólo de la voluntad, sino también
de las circunstancias. De todos modos, sin que ello implique
necesariamente una ruptura, es recomendable una relación comercial
más sana. En estos tiempos, el libre mercado está siendo
abandonado, principalmente por EE. UU., y sustituido por el
proteccionismo, las más duras reglas de origen, el bloqueo y
diversas sanciones económicos a países competidores, así como la
coerción política e incluso la acción militar (Trump ya ha
amenazado con esto).
Todas estas medidas, sin embargo, serán
de efecto limitado porque no resuelven el problema de fondo, a saber:
una caída progresiva de la competitividad estadounidense, por
ejemplo, en la industria automotriz con los vehículos eléctricos.
Por eso, para proteger su industria recurre crecientemente a
aranceles y sanciones en reconocimiento implícito de propia
ineficiencia económica. En competencia leal, está perdiendo
mercados. En conclusión, en el marco del libre comercio, China está
ganando más socios y amigos en todo el mundo, mientras que Estados
Unidos recurre cada vez más al castigo para mantener su hegemonía.
Los cambios en Latinoamérica así lo muestran.
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