lunes, 2 de diciembre de 2024

La palabra poética del Dr. Fernando Pérez Vizcaíno


 

Fernando G. Castolo


La familia Pérez-Vizcaíno, la de Zapotlán y no la de Juan Rulfo, cuyo apellido es el mismo, nació con la fusión de dos sangres: la gachupina del administrador don Gerardo Pérez, y la mestiza de la hacendada Ana María Vizcaíno, quienes se conocieron en la finca de El Rincón del célebre don Severo Vizcaíno Adame.


Por desgracia, Ana María fallece muy joven, dejando a cinco hijos al cargo de su esposo: Ramón, Carlos, Alfonso, Fernando y María Cristina, quienes parten con él hacia España, donde se educarían en escuelas prestigiosas gracias al apoyo económico de su abuela doña Carlota Gómez Adame.


María Cristina es la que más fama alcanzó gracias a los buenos oficios de su gran rescatador don Vicente Preciado Zacarías quien, además, estaba profundamente aprisionado por la enigmática belleza de esta diva de la literatura mexicana.





De Carlos y Alfonso sabemos que se desempeñaron como directivos en varios rotativos de la República Mexicana, así como ofrecieron cátedras en la Universidad Autónoma de Guadalajara. Además, al igual que su hermana, dedicaron algunos ratos de ocio a la escritura y publicaron algunos textos literarios.


De Ramón ignoramos cualquier pista, a grado tal que pensamos que, quizá, haya fallecido muy joven. En cambio, Fernando fue un importante médico. Fue el primer directivo de la Clínica Hospital del IMSS, en esta Ciudad Guzmán. Su consultorio médico particular, muy visitado por cierto, se ubicó sobre la calle Pascual Galindo Ceballos, casi frente al templo de La Merced. Recientemente tuvimos la oportunidad de descubrir su también notable faceta de escritor. Claro, no sabemos si alguna vez publicó algo porque no hemos localizado nada sobre él ni en libros, ni revistas o periódicos; sin embargo, una notable dama de nuestro medio social da cuenta de la gran sensibilidad que poseía el Dr. Fernando, dama a la que le fueron ofrendadas muy bellas líneas:

"Al fin quedó vencida la alborada
Terminamos heridos en la historia
Anonadados, tristes, sin memoria
Pero firmes, comenzando otra jornada.
Un prosaico adiós selló el contrato
Serenó mi voz un tanto fuerte
Te vi en los ojos la mirada inerte
Con intensa realidad, como un retrato.
Si pudiera cantar a la tristeza
Sería mentir al tedio de mis horas
De su cruda realidad, en su fiereza
De una dura condición que ya no adoras
Y anegado de sopor y de pereza
Nunca podré llorar, como tú lloras."





Así, pues, Fernando Pérez Vizcaíno nos desvela una maravillosa faceta de su vida, una vida igualmente entregada a la fascinación por las letras, la que igualmente dominó con la maestría de sus hermanos y hermana. En la vena que les fue heredada, corren sangres de dos mundos, igual de intensos pero nutridos de sentimientos desarrollados en geografías divididas por el gran océano Atlántico.

De Carlos y de Alfonso tenemos ejemplos de su escritura, tanto en prosa como en verso; de María Cristina tenemos la gran herencia redescubierta por Preciado Zacarías; pero de Fernando no se conocía nada, hasta ahora en que una notable dama depositó su más cara herencia en nuestras manos. Solamente esperemos que se cumpla el objetivo de liberar de las entrañas del anonimato a un personaje que, más allá de su entrega profesional a la medicina, era un evocador de la palabra hecha poesía, inspirada en la belleza femenina.



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