La palabra poética del Dr. Fernando Pérez Vizcaíno
Fernando
G. Castolo
La familia Pérez-Vizcaíno, la de
Zapotlán y no la de Juan Rulfo, cuyo apellido es el mismo, nació
con la fusión de dos sangres: la gachupina del administrador don
Gerardo Pérez, y la mestiza de la hacendada Ana María Vizcaíno,
quienes se conocieron en la finca de El Rincón del célebre don
Severo Vizcaíno Adame.
Por
desgracia, Ana María fallece muy joven, dejando a cinco hijos al
cargo de su esposo: Ramón, Carlos, Alfonso, Fernando y María
Cristina, quienes parten con él hacia España, donde se educarían
en escuelas prestigiosas gracias al apoyo económico de su abuela
doña Carlota Gómez Adame.
María
Cristina es la que más fama alcanzó gracias a los buenos oficios de
su gran rescatador don Vicente Preciado Zacarías quien, además,
estaba profundamente aprisionado por la enigmática belleza de esta
diva de la literatura mexicana.
De
Carlos y Alfonso sabemos que se desempeñaron como directivos en
varios rotativos de la República Mexicana, así como ofrecieron
cátedras en la Universidad Autónoma de Guadalajara. Además, al
igual que su hermana, dedicaron algunos ratos de ocio a la escritura
y publicaron algunos textos literarios.
De
Ramón ignoramos cualquier pista, a grado tal que pensamos que,
quizá, haya fallecido muy joven. En cambio, Fernando fue un
importante médico. Fue el primer directivo de la Clínica Hospital
del IMSS, en esta Ciudad Guzmán. Su consultorio médico particular,
muy visitado por cierto, se ubicó sobre la calle Pascual Galindo
Ceballos, casi frente al templo de La Merced. Recientemente tuvimos
la oportunidad de descubrir su también notable faceta de escritor.
Claro, no sabemos si alguna vez publicó algo porque no hemos
localizado nada sobre él ni en libros, ni revistas o periódicos;
sin embargo, una notable dama de nuestro medio social da cuenta de la
gran sensibilidad que poseía el Dr. Fernando, dama a la que le
fueron ofrendadas muy bellas líneas:
"Al fin quedó
vencida la alborada
Terminamos heridos en la
historia
Anonadados, tristes, sin memoria
Pero firmes,
comenzando otra jornada.
Un prosaico adiós selló el
contrato
Serenó mi voz un tanto fuerte
Te vi en los ojos
la mirada inerte
Con intensa realidad, como un retrato.
Si
pudiera cantar a la tristeza
Sería mentir al tedio de mis
horas
De su cruda realidad, en su fiereza
De una dura
condición que ya no adoras
Y anegado de sopor y de pereza
Nunca
podré llorar, como tú lloras."
Así, pues,
Fernando Pérez Vizcaíno nos desvela una maravillosa faceta de su
vida, una vida igualmente entregada a la fascinación por las letras,
la que igualmente dominó con la maestría de sus hermanos y hermana.
En la vena que les fue heredada, corren sangres de dos mundos, igual
de intensos pero nutridos de sentimientos desarrollados en geografías
divididas por el gran océano Atlántico.
De
Carlos y de Alfonso tenemos ejemplos de su escritura, tanto en prosa
como en verso; de María Cristina tenemos la gran herencia
redescubierta por Preciado Zacarías; pero de Fernando no se conocía
nada, hasta ahora en que una notable dama depositó su más cara
herencia en nuestras manos. Solamente esperemos que se cumpla el
objetivo de liberar de las entrañas del anonimato a un personaje
que, más allá de su entrega profesional a la medicina, era un
evocador de la palabra hecha poesía, inspirada en la belleza
femenina.
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