viernes, 27 de diciembre de 2024

La mañana del 25 a.c.



Salvador Encarnación

 

Pasadas las faenas de compras para la noche de Navidad y la cena, la mañana del 25 es tranquila. Muchos aún duermen o descansan de la Noche Buena que en muchos casos es una buena desvelada. Se desayuna cualquier cosa y se deja espacio para el recalentado.




             En Zacoalco, antes de los celulares (a.c.), los jóvenes se reunían un momento en la plaza antes de ir a visitar a la novia y darle el sabroso abrazo de navidad más un breve regalo acorde a la situación económica de un buen estudiante. Ya en casa, iniciaba un convivio preliminar a la cena. Llegaban los familiares dando los abrazos que no se manifestaban durante el año más un inmenso amor sacado de quién sabe dónde. “Es por la Navidad”, justificaba mi buen sentido común.


             De las cenas, en casa sólo una vez hubo pavo. Las demás fueron y son acordes a la tierra en que nacimos: pozole, birria, tamales, tacos de carne y frijoles, pollo relleno... Un poche caliente y café.


             [Seguimos ubicados en los tiempos a.c. o sea antes de los celulares.] La mañana del 25 de diciembre era de los niños; la banqueta se llenaba de juguetes nuevos traídos por el niño Dios.  Entre mejor portado el infante mejor era el regalo. Así que entrando diciembre todos los niños se volvían óptimos para el quehacer de la casa, los mandados, la tarea escolar…  Cualquier paso en falso repercutía directamente y en proporción al regalo de Navidad. Los mejores obsequios eran bicicletas, patines del diablo y balones de futbol. Para las niñas, muñecas y juegos de té. Después, por la tele, se volvieron famosos los regalos Lily Ledy.  El peor juguete fue el peteca que anunciaba el rey Pelé; ignoro la marca comercial. Era un pequeño cojín del tamaño de la palma de la mano, forrado en piel y con unas plumas en la parte superior media. 


Se jugaba entre dos personas y todo consistía en no dejarlo caer. A la hora cuando mucho, el juguete estaba en la basura junto al costo económico. Años después supe que era de origen brasileño, prehispánico, y el nombre deriva del guaraní con influencia del portugués con significado: golpear con la palma de la mano.

             A mi barrio, La Mexicana, llegó a vivir un profe con su familia preveniente de quién sabe dónde con costumbres desfasadas. El 25, a sus hijos no les traía regalos el niño Dios. Todos con juguetes y ellos, secos, sin nada. Esa familia festejaba el día de Reyes. El 6 de enero ellos salían a la calle con sus juguetes nuevos y nosotros ya casi sin nada.


             El 25 de diciembre, de finales de los años setenta y siguiente década del siglo pasado, se organizaba un baile en la delegación de Gral. Andrés Figueroa, mejor conocida como Catarina segundo barrio. Era el baile de gala, el mejor de todo el año. A él acudían los residentes de la California gringa que venían a pasar navidad con sus familias. Era un festejo que reunía, además de los citados, a los de las delegaciones de Benito Juárez, de las tres Barrancas (Santa Clara, Laureles, y Otates) más los de Zacoalco. Y todos acudían con sus mejores etiquetas. Insuficiente era el viejo casino que antes fue un cine.

             La noche del 25 era como de domingo en Zacoalco. Los jóvenes caminaban por la plaza, “donde vueltas” se le conoce a esa costumbre y el Ayuntamiento organizaba un baile popular.

Este 25 de diciembre las banquetas amanecieron vacías de niños y juguetes. Los celulares, tabletas y juegos digitales han vuelto a la humanidad sedentaria. Todos encerrados frente a una pantalla.

             Digan lo que digan. Es mejor para la juventud jugar al futbol que estar chateando, entre otros, por horas enteras.


             Feliz Navidad a todos mis posibles lectores.

               

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