Brasil Acosta Peña
El
presidente electo de Estados Unidos (EE. UU.), Donald Trump, declaró
la guerra comercial a China para defender los intereses de los
sectores industriales más poderosos de su país; y con ello ha
desatado un torbellino comercial en el mundo cuyas consecuencias
resultarían demasiado negativas para México. Desde su campaña
electoral delineó su política exterior: “No quiero guerra con
Rusia, pues es una máquina capaz de derrotar a cualquier ejército;
sin embargo, en contraste, quiero guerra comercial y antiinmigrante”.
En su estrategia económica recurrirá a todas sus artimañas de
empresario. Los cánones de la negociación comercial señalan que,
para obtener ventajas sobre el oponente, se debe arrinconarlo; y con
base en amenazas, es lo que precisamente ahora efectúa con México y
otros países.
Ha dicho, por ejemplo, que impondrá un
incremento de 25 por ciento de aranceles sobre mercancías
provenientes de México si su gobierno no combate el trasiego de
drogas; que aplicará una medida similar si México no suspende el
comercio con China; y en 2025, su administración revisará las
condiciones del Tratado México-EE. UU.-Canadá (TMEC), amenaza a la
que podría sumarse Canadá. Desde su primera gestión presidencial
Trump ha luchado contra los migrantes, a quienes atribuye la causa de
algunos males que afectan a la sociedad estadounidense, entre ellos
propiciar el consumo de drogas. En el caso de la migración, sería
insensato negarlo en redondo, pero es absolutamente falso afirmar que
los mexicanos que migran a EE. UU. lo hacen para traficar drogas o
armas, ya que la inmensa mayoría lo hace para contribuir al sustento
de sus familias en México con un trabajo modesto y honesto.
Con
respecto al narcotráfico, debemos aclarar que si bien es cierto que
algunos mexicanos y latinoamericanos introducen drogas en el
territorio de ese país, también debemos considerar que se debe a su
alta demanda en la Unión Americana; a que sus gobernantes, Trump
incluido, no han combatido seriamente la drogadicción; y a que las
capturas de los capos más importantes se han realizado en nuestros
países (por ejemplo, la de Pablo Escobar Gaviria en Colombia en los
años 90 y la reciente de El Mayo Zambada en Sinaloa), mientras que
en EE. UU., ningún capo relevante ha sido detenido.
Es bien
conocida la descomposición de la sociedad estadounidense, cuyas
muestras más contundentes provienen del evidente consumo de drogas,
los muchos ciudadanos sin casa (homeless) en Los Ángeles, San
Francisco, Filadelfia, Nueva York, etc., que caminan como sonámbulos
o zombis en calles debido al alcoholismo o a los estupefacientes.
¿Cómo circulan éstos en las calles? ¿Cómo llegan a los antros?
¿El sistema de inteligencia, tan capaz para el espionaje, no puede
detectar el trasiego de drogas? ¿Y si lo detecta y sabe quiénes son
los narcos, por qué no los detiene?
En cuanto a la guerra
comercial contra China, la amenaza de Trump violenta todos los
principios del libre comercio que tanto defienden sus políticos,
empresarios, doctores en economía y Premios Nobel. ¿Es que ninguno
de estos expertos previó ni creyó que China fuera capaz de
desarrollar sus fuerzas productivas y que superarían a las de EE.
UU.? ¿Tampoco advirtieron sus tecnólogos esa posibilidad en su
propio ámbito; y por ello su gobierno tiene que imponer sanciones a
las mercancías chinas según entren directamente a EE. UU. o
indirectamente a través de México?
La pretensión de Trump de
que México no comercie con China es violatoria de nuestra soberanía.
El TMEC, firmado por el gobierno morenista, incluyó una cláusula
perversa que prohíbe firmar tratados comerciales con países cuyos
gobiernos no sean democráticamente electos (¡como si el
estadounidense sí lo fuera!); pero no nos impide que haya
inversiones chinas en México y que desde su territorio se exporten a
EE. UU. mercancías chinas elaboradas aquí. ¿Dónde está el
delito? Está en que los productos gringos no tienen la misma calidad
y baratura. Ésta es la verdadera razón por la que el gobierno
estadounidense pretende frenar el libre comercio y Trump amenaza con
imponer a las mercancías chinas y mexicanas un arancel del 25 por
ciento.
Cuando se inicia la decadencia del capitalismo, como
escribió Carlos Marx, nada de lo que haga la detendrá. Ésta es la
que ahora acosa a EE. UU.; y para frenarla, le declara la guerra
comercial a China, aunque no advierte que ésta va más en su propio
perjuicio y de sus ciudadanos. México, por su parte, no debe
involucrarse en esa política de Trump, porque va en su propio daño
como lo evidenció una nota del diario unomasuno.com del 29 de
noviembre: “Ante la presión del presidente electo de EE. UU.,
Donald Trump, se llevó a cabo un golpe en una plaza china ubicada en
Izazaga 89, en México. Este lugar es conocido porque se almacenan
grandes cantidades de mercancías y venta de productos chinos”.
Pero
Trump también ha invitado a empresas como BYD y Tesla a repensar la
instalación de plantas en México y lo más probable es que ambas
cancelen sus proyectos. Es por esta razón –y por la imposibilidad
de sustituir importaciones como en los años 70 o de dedicar más
dinero a la ciencia, tecnología y educación nacional– que no
debemos involucrarnos en una guerra comercial con EE. UU., sino
defender nuestro derecho a comerciar libremente y a fortalecer
nuestros lazos políticos y comerciales con la República Popular
China.
México debe privilegiar la relación comercial con
China porque, a diferencia de la política del embudo, que nos aplica
EE. UU., China quiere comerciar con la política de ganar-ganar. Y
como las fuerzas productivas del socialismo con características
chinas ya rebasó a las obsoletas fuerzas productivas
estadounidenses, éstas ahora patalean y pretenden imponernos su
modelo basado en la guerra comercial contra China. Pero no ganarán
los gringos; por eso debemos prepararnos para construir un mundo
multipolar y mejor para todos.
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