En esta ocasión me permitiré contribuir con mi modesto punto
de vista acerca de la vieja y muy sentida demanda popular de contar
con una vivienda cómoda y digna que nunca se ha resuelto en nuestro
país. Ahora cobra notoriedad porque el régimen del Movimiento de
Regeneración Nacional (Morena) o, el Segundo piso de la Cuarta
transformación, como quiera que se le llame, ha aprobado
modificaciones legales al respecto y, como regularmente acostumbra la
propaganda pagada por el gobierno, se asegura que serán una nueva,
grande y definitiva transformación en beneficio del pueblo.
El
pasado jueves 31 de octubre el pleno del Senado de la República
avaló por unanimidad en lo general la reforma para que el Instituto
del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit)
construya y arrende vivienda para trabajadores. La mencionada reforma
incluye cambios al artículo 123 de la Constitución y forma parte
del conjunto de reformas propuesto por Andrés Manuel López Obrador
en febrero de este año. De acuerdo con ella, el Infonavit
establecerá un sistema de vivienda para trabajadores que permita
obtener crédito barato y suficiente para su adquisición o mejora
(no olvidar que el anterior director del Infonavit informó antes de
dejar el cargo que reducir, sólo reducir, la cartera vencida
llevaría 30 años) y también podrá adquirir suelo y construir
vivienda. En caso de lograrse los propósitos como quedan escritos en
la ley y, sobre todo, si el nuevo programa es suficientemente
abarcador, el problema de la vivienda estaría resuelto.
Pero
vamonos despacio. Se calcula que se dedicarán a este programa hasta
500 mil millones de pesos durante el sexenio. Las últimas
declaraciones señalan que se pretende construir hasta un millón de
viviendas destinadas a la población joven de escasos recursos
mediante créditos hipotecarios o planes de arrendamiento y que cada
vivienda tendría un costo de 500 mil pesos. Todo un reto. Pero, ¿se
puede poner a la venta hoy en día o, más bien, el año que entra
cuando estén terminadas las primeras 166 mil, con todo e intereses
por el crédito, una vivienda verdaderamente digna, con la calidad
necesaria, que no tenga nada que ver con la demagogia del
“bienestar”, por sólo 500 mil pesos? ¿Se podrá vender a ese
precio dentro de seis años, en el último año de esta
administración?
El problema de la vivienda popular no
es cualquier cosa. Si tomamos en cuenta que según el Censo del INEGI
de 2020, en nuestro país existen aproximadamente 35 millones 200 mil
familias y que, como complemento, se calcula que existe un déficit
de 9 millones de viviendas, tendríamos como resultado que hasta un
25.56 por ciento de la población carece de vivienda digna o,
simplemente, carece de vivienda. La nueva ley para la vivienda de los
trabajadores va a topar con la propiedad privada de la tierra urbana
que es escasa y muy cara, lo cual repercutirá evidentemente en el
precio que habrá que pagar por la vivienda ya construida. No se
trata de imaginar complicaciones, sino de recordar la ruda realidad.
Mucha gente sabe que se han construido fraccionamientos con la
etiqueta de populares que, entre otras estrecheces, tienen una
recámara principal en la que no cabe una cama matrimonial común y
corriente y, ante la inusitada y peculiar demanda, las mueblaras han
tenido que inventar una “matrimonial reducida” y que también
tienen un espacio para comedor y sala en el que los habitantes casi
se asfixian y prefieren instalarse a convivir en la banqueta.
Las
nuevas viviendas, para ser efectivamente dignas, necesitarán agua
potable en cantidad suficiente y a toda hora, no con horario o días
especiales. Nada nuevo si tenemos presente que existen numerosos
“desarrollos” que padecen de falta de agua. Según datos de la
Comisión Nacional del Agua (CONAGUA) y otros organismos, se estima
que alrededor de 10 millones de mexicanos no tienen acceso adecuado
al servicio de agua potable. Las fuentes de abastecimiento ya son
insuficientes y sus equipos son obsoletos y no se ha gastado
suficiente en su modernización. El sistema Cutzamala, por ejemplo,
que en la reciente falta de lluvias tuvo que suspender el servicio a
grandes zonas de la ciudad de México y su zona conurbada, pues se
consideró más urgente hacer un tren turístico en la zona
Maya.
¿Y el drenaje? ¿Estarán bien planeadas, de
acuerdo con la necesaria conservación del país y el planeta las
descargas de este millón de nuevas viviendas o resultará otra
tragedia ecológica como la que sucede con el mítico Lago de
Pátzcuaro al cual descargan sus drenajes sin tratamiento cuatro
municipios, incluida la ciudad de Pátzcuaro, convirtiendo en una
tarea de Sísifo cualquier intento de limpieza. ¿Estarán cercanas a
los centros de trabajo las nuevas viviendas? ¿Ya no habrá que
viajar de pie y hacinado dos o más horas gastando buena parte del
salario? ¿Habrá guarderías para los hijitos de esos matrimonios
jóvenes con los que se quiere quedar bien o tendrán que seguir
buscando con quien los encargan? ¿Escuelas primarias con edificio y
maestros? No olvidemos que la 4T no ha demostrado preocupación por
el presupuesto destinado a la educación; en 2018 se destinó el 3.04
por ciento del PIB y, en 2024, bajó a sólo el 2.94 por ciento, a
pesar del aumento natural de la población.
¿Estarán
contemplados espacios para unidades deportivas? ¿Zonas comerciales?
¿Seguridad completa y efectiva las 24 horas del día, también para
las mujeres jóvenes que descienden de un camión o una rutera a eso
de las once de la noche y todavía caminan cinco cuadras a casa? No
estoy inventando problemas para complicar las cosas ni estoy hablando
de lujos absurdos, se trata de un ejercicio legítimo para precisar
lo que debería de ser, lo que es la vivienda realmente digna para
los clases trabajadoras en este momento y en este lugar del mundo. El
lector honrado y sin prejuicios entiende que no hay aquí ningún
invento ni exageración. La misma gente que ha comprado vivienda en
desarrollos recientes en varias partes del país, ya se ha expresado
con los pies de manera contundente: se ha marchado. Se calcula que
existen ya entre 1.5 y 2 millones de viviendas de interés social
abandonadas.
Así de que si
algún trabajador joven o ya adulto cree que va a llegar a la puerta
de su nueva vivienda con todos los servicios propios del mundo
moderno, de manos de un amable Nuevo Siervo de la Nación, recibirá
las llaves de acceso y, por sólo 500 mil pesos a liquidar en cómodas
mensualidades cobrables en bicicleta, pasará a ocuparla y disfrutará
con su familia de una nueva y feliz vida, le recomiendo muy
cariñosamente que lo piense dos veces, o tres. Los tiempos de las
necesidades y las carencias sin resolver, no han terminado. Es más,
la situación se va a tornar más complicada. La urgente e
insustituible necesidad de una organización, de un partido que
defienda en los hechos a los trabajadores y a sus familias, está a
la orden del día. Nunca, en ninguna parte del mundo, la generosidad
del gobernante ha resuelto los problemas de los hombres y mujeres que
crean la riqueza. Para que el programa de vivienda del nuevo gobierno
o de cualquier autoridad, sea un éxito, se necesita la vigilancia
constante, la presión y el escrutinio de la clase trabajadora. Es
obligado, pues, organizarse y luchar. No existe otra alternativa.
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