Brasil
Acosta Peña
Alguna
vez, el ingeniero Aquiles Córdova Morán, durante una reunión que
los antorchistas sostuvieron con los precandidatos del Partido
Revolucionario Institucional (PRI) al gobierno del Estado de México
(Edomex), advirtió que “el menos malo” de ellos era Alfredo del
Mazo, quien al final fue el candidato a gobernador del tricolor en
esa entidad y previamente se había negado a firmar un compromiso de
trabajo con el Movimiento Antorchista Nacional (MAN). Esa misma
imagen popular pudo haberse aplicado a los ahora excandidatos a la
Presidencia de Estados Unidos (EE. UU.); aunque también pudo decirse
que “ninguno era bueno”, que Donald Trump era “el menos malo”
o “muy malo”. Veamos por qué.
La vicepresidenta demócrata
Kamala Harris sustituyó al octogenario presidente Joseph Biden,
quien precisamente por su edad avanzada debió renunciar a la
reelección, ya que su chochez, olvidos y balbuceos daban la
impresión de proyectar una imagen de decadencia de las clases
dominantes de su país. Sin embargo, el cambio de Biden por Harris en
la candidatura del Partido Demócrata (PD) no mejoró las
preferencias del electorado gringo hacia éste sino, por el
contrario, reforzó las tendencias hacia la derecha y el supremacismo
del llamado “Estado profundo” de la Unión
Americana.
Información periodística relacionada con el
resultado de esa contienda electoral me atrajo porque decía que los
demócratas no debían extrañarse de su estruendoso revés; ya que
se habían alejado de las causas de las clases trabajadoras, que a su
vez éstas se habían separado de los demócratas; y que, una vez
electa Kamala Harris, continuaría con la política bélica que el
complejo industrial militar impone a la Casa Blanca para promover
permanentemente guerras en el exterior, vender armas y obtener
cuantiosas ganancias –como ocurre ahora en Ucrania e Israel– sin
preocuparse por la situación socioeconómica del pueblo
estadounidense.
Pero, al margen de este análisis, no debemos
soslayar que el electorado del país vecino sólo tenía dos
opciones: continuar con la política bélica y supremacista con
Kamala Harris o votar en favor de los industriales más poderosos,
cuyo representante es Donald Trump. Además, debemos precisar que ni
los demócratas ni los republicanos defienden los intereses de las
clases trabajadoras; y que es probable que la victoria de Trump se
halla debido a su posición de desafío ante el “Estado profundo”
y a que no es partidario de la guerra, como lo evidencia su propuesta
de negociar con Rusia el término de la guerra en Ucrania.
Es
posible, asimismo, que su actitud antibélica haya causado el intento
de asesinato en su contra, como ocurrió al expresidente John F.
Kennedy hace más de medio siglo. Los dirigentes gringos y europeos
de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) deben
sentir que “se les cerró el paraguas” en el frente militar de
Ucrania; que su estúpida guerra contra Rusia puede concluir en los
primeros meses de 2025 y que la industria militar de EE. UU., Gran
Bretaña y Francia ya no percibirá ganancias multimillonarias en
dólares, libras esterlinas ni euros el próximo año.
Pero se
avizoran ya guerras comerciales contra China y México, porque Donald
Trump pretende que EE. UU. vuelva a ser una nación grandiosa,
asegura, pero quiere lograrlo con base en políticas proteccionistas,
es decir, con la imposición de aranceles y restricciones comerciales
a países competidores, mientras que quiere subsidiar a las compañías
locales; con lo que incurrirá en prácticas de belicismo comercial
que únicamente van a acelerar el aislamiento económico de su país
en el mundo. Trump no está calculando correctamente las cosas, pues
la industria no se desarrolla a punta de sanciones
económicas.
Cuando el presidente electo de EE. UU. advierte
que deportará a muchos trabajadores latinoamericanos de su país, no
aclara, sin embargo, cómo los empresarios gringos sustituirán esos
empleos, eficientes y baratos, cuya aplicación es mayoritariamente
manual, agrícola y doméstica; debido a la que muchos ciudadanos
estadounidenses no recurren a estas labores porque, metida en la
cabeza, tienen la idea de que son “superiores” y que no deben
realizar trabajos manuales. Además, nada garantiza que la mano de
obra estadounidense esté dispuesta a sustituir a la latina y cobrar
los bajos salarios que ésta percibe.
China se ha convertido en
el blanco de guerra del imperialismo yanqui porque su desarrollo
tecnológico es tan avanzado como el suyo y capaz de producir e
innovar cualquier cosa en cuestión de minutos. Esta sagacidad es
producto de las inversiones públicas en educación, ciencia y
tecnología, contraria al modelo educativo estadounidense, que es
privado, casi no tiene becas y los jóvenes deben trabajar o
endeudarse para concluir una carrera de educación superior ¿Cómo
podría EE. UU. superar el millón y medio de egresados que el
sistema de educación superior chino produce anualmente si sus
jóvenes talentosos no tienen dinero con qué pagar sus
estudios?
Donald Trump ha amenazado con imponer aranceles del
25 por ciento sobre las mercancías salidas de México si el gobierno
de nuestro país no combate a los cárteles de las drogas, o
excluirlo del Tratado Comercial de Norteamérica (TCN) hoy denominado
Tratado México-Estados Unidos-Canadá (TMEC). Si Trump cumpliera
esta amenaza, tendríamos serios problemas; pero también los
tendrían ellos, porque muchas mercancías gringas –entre ellas los
automóviles armados en territorio mexicano– tendrían un
sobreprecio de 25 por ciento al otro lado de la frontera norte. ¿No
es esto dispararse un tiro en el pie?
No cabe duda de que la
lengua no tiene hueso y que en las campañas electorales se emiten y
prometen muchas cosas cuyas consecuencias se desconocen. Sin embargo,
en el belicismo comercial de Trump hay varios indicios de que está
hablando en serio. Uno de ellos es el nombramiento de Marco Rubio
como Secretario de Estado, que si se concreta, confirmaría su
propósito de adoptar una política exterior más agresiva frente a
los adversarios geopolíticos de EE. UU. A través de Rubio buscaría
atraer el apoyo de la comunidad latina hacia su gobierno y fortalecer
el bloqueo comercial contra Cuba. (lostubos.com, 12 noviembre
2024).
Otro de los indicios de que Trump habla en serio es la
designación de Tom Homan como “zar” de la frontera, quien
durante la primera gestión presidencial de aquél promovió la mayor
deportación en la historia de las relaciones bilaterales; y para
evitar la separación de padres e hijos, deportó a familias enteras.
(Excelsior, 12 noviembre 2024). Esta información asegura que
actualmente hay 17.8 millones de niños de padres extranjeros nacidos
en EE. UU. ¿Qué van a hacer Trump y Homan? ¿Expulsarlos a todos?
Ya veremos… por ello insistimos en que debemos voltear hacia Rusia,
China y América Latina y dejar de depender de quienes nos maltratan
y en el Siglo XIX nos quitaron más de la mitad de nuestro
territorio.
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