viernes, 22 de noviembre de 2024

Saldos y lecciones de la agresión


 

Omar Carreón Abud


Cito: “La administración Biden se ha comprometido a garantizar que “cada dólar que tengamos a nuestra disposición” se envíe a Ucrania antes de que Donald el secretario de Estado estadounidense, Antony Blinken” (Bloomberg). Los partidarios de Estados Unidos (EE. UU.), los que todavía creen en el apostolado democrático de la élite gobernante de ese país, muy seguramente se sienten conmovidos hasta las lágrimas por la solidaridad contante y sonante que asegura otorgar el funcionario citado. No obstante, les convendría saber que el propio presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, ha declarado pública y cínicamente (porque está mandando a la muerte a los ucranianos) que el beneficiario de esos fondos es el propio EE. UU.



En efecto, el pasado 29 de marzo, el prestigiado informador RT, publicó lo siguiente: “El presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, volvió a hablar… sobre la ayuda estancada de EE. UU. y reconoció que un gran porcentaje de la asistencia de Washington se queda en el país norteamericano. ‘Decenas de miles de millones se quedan en EE. UU.’, dijo el mandatario en una entrevista con CBS News. ‘Seamos honestos (¡!), el dinero que asigna el Congreso, la Administración (Biden), en la mayoría de los casos, el 80 por ciento de este dinero –bueno, al menos más del 75 por ciento– se queda en EE. UU. Las municiones nos llegan, pero la producción se lleva a cabo allí, y el dinero se queda en EE. UU. y los impuestos se quedan en EE. UU.”.

O sea que los verdaderamente interesados en que la guerra siga a costa de cientos de miles de vidas de ucranianos, mayoritariamente jóvenes, son los fabricantes de armas establecidos en EE. UU. Muy aleccionador. Más aún, el 20 o el 25 por ciento que, según informa Zelenski, sí llega a Ucrania y, claro, también lo que no llega y se queda en las manos de los fabricantes de armas de EE. UU., no es regalo, son préstamos a plazo fijo con pesados intereses que están rigurosamente garantizados con el propio territorio y los grandes recursos naturales de los ucranianos. ¿En cuántas generaciones quedarán pagados definitivamente esos créditos? El gran público, que sólo se entera de lo que los hombres y las mujeres del poder quieren que sepa, no lo sabe ni lo sospecha, pero los grandes jugadores financieros de EE. UU. y sus socios del mundo lo saben perfectamente bien, tienen calculado que esa deuda, como muchas otras, nunca terminará de saldarse.




De manera que sólo los cómplices, los informados por la prensa atlantista o los definitivamemnte desinformados, pueden creer que la guerra en Ucrania es en defensa de los ucranianos. En 2014, cuando en la Plaza Maidan de Kiev dio comienzo una nueva fase de la embestida imperialista tendiente a “limpiar” a Ucrania de la población secularmente rusa o ruso parlante del Donbás para quedar en posibilidades de incorporar a Ucrania a la OTAN, es decir, para llevar a la OTAN hasta la frontera de Ucrania con Rusia y quedar en mucho mejores posibilidades de bombardearla y destruirla, dio comienzo entonces, también, un nuevo intento de descuartizar a Rusia y repartir sus restos entre los voraces imperialistas.

Toparon con pared. Rusia intentó la vía diplómatica, pero resultó que los firmantes occidentales no cumplieron los acuerdos de Minsk en dos ocasiones y hasta confesaron después que nunca estuvieron dispuestos a cumplirlos y que sólo ganaban tiermpo. “La excanciller federal alemana Angela Merkel (firmante ella misma)… declaró… (el siete de diciembre de 2022) que los acuerdos de Minsk se firmaron con el objetivo de dar tiempo a Ucrania para fortalecerse, destacó el diario Die Zeit”. Más claro no canta un gallo. Rusia entendió a tiempo la jugada y decidió defenderse lanzando en febrero de 2022 lo que se llamó Operación Militar Especial con el fin de echar de la zona del Donbass a los batallones fascistas pagados y armados por el gobierno ucraniano, varios países europeos y, desde luego, por EE. UU. y defender su frontera occidental.

La respuesta –hoy se sabe muy bien– de todos los países de la OTAN, fue de apoyo con dinero, información, armas y municiones a los batallones fascistas y al ejército ucraniano. Se emprendió una guerra comercial de aislamiento y sanciones para limitar la capacidad ecónómica y militar de Rusia; hubo, y hay todavía, miles de sanciones financieras contra bancos rusos, exclusión de los sistemas financieros internacionales y congelación de activos, es decir, robo de dinero depositado en bancos atlantistas y existen prohibiciones a la venta de tecnología avanzada a Rusia, restricciones severas a la importación de bienes y servicios rusos en diversos sectores y hasta se llevó a cabo la voladura de los gasoductos submarinos que suministraban el gas ruso que compraban a muy buen precio varias economías europeas. En Rusia se sufrieron varios actos tipificados en la ley internacional como terroristas. Se amplió la guerra de información, acusando a Rusia de los peores delitos y prohibiendo en buena parte del mundo la llegada de los medios de información que no compartieran descaradamente la versión imperialista.





Hoy en día, cuando el régimen títere de Volodimir Zelenski, derrotado, ya agoniza y busca afanosamente hallar vías para una salida honorable, ya no para el gobernante ucraniano, sino para el resto de los jefes imperialistas que lo estuvieron azuzando y utilizando, cabe preguntarse ¿qué ha sido de ellos? Contesto de botepronto y digo: sus amos de la élites se disponen a recogerles el poder que una vez les entregaron y, para guardar las apariencias, sustituirlos. El partido de Emmanuel Macron tuvo importantes y graves pérdidas en las elecciones para el Parlamento Europeo y, luego, en las elecciones para la Asamblea Nacional Francesa, resultó que la primera fuerza era el nuevo Frente Popular de las llamadas izquierdas. Francia tiene un déficit fiscal de siete por ciento con respecto a su PIB (México tiene 5.9 y ya es un escándalo), una deuda pública de 111.3 por ciento de su PIB y una tercera parte de su población tiene que sobrevivir con menos de 100 euros después del décimo día del mes. Los días de Macron gobernante, arrogante y reaccionario, están contados.


Inglaterra no canta mal las rancheras. La economía de Reino Unido se contrajó en el cuarto trimestre de 2023 por segundo periodo consecutivo; el país entró en recesión y la deuda pública con respecto a su PIB asciende al 103.2 por ciento. El gobierno de Alemania, la llamada locomotora de Europa, está en apuros. El partido gobernante ha sufrido derrotas electorales y a Olaf Scholz hasta se le prohibe hacer campaña en donde vive (Brandemburgo) porque desprestigia a su grupo político. Hace unos días, el ministro de Economía, Robert Habeck, aseguró que se espera que la economía se contraiga un 0.2 por ciento este año, el segundo año consecutivo de contracción. Olaf Scholz, el Canciller de Alemania, también tiene los días contados en el gobierno.


¿Y Joseph Biden, la cabeza de todos ellos en la guerra contra Rusia desde Ucrania? Ya nadie ignora que perdió las elecciones para la presidencia de EE. UU., su candidata y la del Partido Demócrata, Kamala Harris, no tuvo más remedio que reconocer su derrota y él mismo tuvo que recibir sonriente a Donald Trump en la Casa Blanca. Se debilitan las economías y los gobiernos atlantistas antirusos; Rusia y Vladimir Putin, resisten. ¿Será porque los pueblos ya se han ido dando cuenta de que las guerras de conquista que han librado y padecido ellos por órdenes de sus clases gobernantes tales como la de Vietnam, la de Afganistán, desde luego, la de Ucrania y tantas otras, a ellos, a los pueblos, no los benefician, sino que les dejan huérfanos, incapacitados, mutilados y cada vez con más pobreza? ¿No será porque los tiempos de la economía de la máxima ganancia, con la sumisión y la explotación de los pueblos que carga consigo, ha agotado sus posibilidades históricas?




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