Ramón Moreno Rodríguez
En Minucias del lenguaje el doctor José Moreno de Alba revisaba un caso curioso de construcción lingüística que escuchó en Tepic. Una persona dijo “no la puedo”, refiriéndose a un bulto pesado y que quería decir con esa expresión que no lo podía cargar.
Le parecía al eminente gramático que la expresión era propia de una habla regional y que no recordaba haber escuchado un uso similar en la zona central del país (Ciudad de México). En efecto, tenía razón, la expresión “no la puedo”, se usa también en esta zona del sur de Jalisco cuyo centro es Ciudad Guzmán y también es posible escucharla en el estado de Colima. Por ello, podemos atribuir esta construcción a un área más amplia que la ciudad de Tepic y sus alrededores.
Es probable que toda esta zona occidente del país comparta este uso y forme parte de una norma más o menos común de esta parte de nuestra geografía. No sería extraño, pues la zona que comprende Nayarit, Sur de Jalisco, Suroeste de Michoacán y Colima compartimos muchos fenómenos y usos lingüísticos y culturales.
La interpretación más sencilla (y la explica el doctor Moreno de Alba) implica decir que hubo ahí un verboide elidido y que cuando la persona dice “no la puedo”, debemos interpretar como “no la puedo cargar”. No obstante no le dejó satisfecho decirlo así, pues agregó: La construcción “no la puedo” tiene, al menos, dos posibles explicaciones. Una sería la supresión, por parte del hablante, de un infinitivo que podría ser cargar, levantar, soportar, etc.: “esta canasta está tan pesada que no la puedo (cargar)”. El inconveniente de este análisis, entre otros, sería el hecho de que son muchos los infinitivos que el hablante pudiera eludir y, en tal caso su reposición, por parte del analista, resulta necesariamente arbitraria.” Hasta aquí las palabras del doctor Moreno de Alba.
La objeción, sin duda es poderosa y no argumentaremos en contra de ella. Faltaba más que yo le enmendara la plana a tan eminente filólogo. Sólo quiero utilizar estas líneas para asentar que en fecha reciente y en la misma zona geográfica, concretamente en la ciudad de Colima escuché a una persona usar una construcción semejante. Posiblemente ambas puedan interpretarse de manera parecida.
Un hermano mío interrogó a su esposa que tomaba un poco de sol en los pasados días que habían sido peculiarmente fríos. Dijo, sin agregar más, y por ello hay que entender que utilizó el contexto situacional: ¿por qué te quedas ahí?, ¿te sabe? Ella respondió un tanto sorprendida pero captando plenamente el mensaje: sí, me sabe.
Ambos lo dieron por entendido, sin problema alguno de comunicación, prueba de que es una construcción habitual, una palabra que, sustituida por el análisis podía ser: rico, bien, sabroso, etc.
Como en el ejemplo explicado por Moreno de Alba, las palabras que podrían suplir la falta son varias y eso implicaría la misma arbitrariedad que ya explicó el académico, la diferencia radicaría que en este caso ninguna de las palabras candidatas a suplir la falta sería un verboide, como lo es en el caso inicial, incluso, podríamos tener que ampliar todo el mensaje elidido pues implicaba: ¿Te sabe rico quedarte al sol? O la consabida respuesta: ¡me sabe rico quedarme al sol!
Sea cual fuere la solución, me parece que ambas estructuras (no la puedo y me sabe) me da la impresión de que unen un mismo fenómeno muy lógico de la lengua y que se utiliza mucho y en muchas situaciones: aprovechar el contexto para eludir ciertas partes de la construcción lingüística, que por ser evidentes, el hablante se quiere ahorrar. Es decir, la circunstancia es suficientemente explícita como para no necesitar construir todo el mensaje sino sólo parte de él y el interlocutor por medio de la inferencia y del uso repone lo faltante.
Va pues esta posible interpretación no tanto con la intención de que el lector la acepte como verdadera sino como ejemplo claro de cómo funcionan los mecanismos del habla que son muy diferentes a los de la escritura. Es decir, cuando hablamos, utilizamos el recurso del contexto y éste forma parte del mensaje. Cuando escribimos como hablamos tenemos la tendencia a hacer lo mismo, pero lo que es correcto en el habla es una incorrección en la escritura y quizá estos dos ejemplos me dan la razón.
Invito a nuestros lectores que, cuando escriban eviten este desagradable uso: redactar como se habla, porque se corre el riesgo de que el mensaje llegue trunco al lector, o peor aún, simplemente no se nos entienda lo que queremos decir. Queden ambos casos como modelo de lo que sí podemos hacer cuando hablamos y qué debemos evitar cuando escribimos.
*Doctor en literatura española. Imparte clases en la carrera de Letras Hispánicas en la UdeG, Cusur. ramon.moreno@cusur.udg.mx
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