Mtro. Jesse Martínez*
Hace poco más de diez años, Vladimir Putin ejecutó una de las jugadas más magistrales de la diplomacia moderna; en plena guerra de Siria evitó una intervención estadounidense en este país y se posicionó como un líder influyente, confiable y capaz de proteger a sus aliados. En aquel momento el gobierno sirio de Bashar Al Assad libraba una lucha en diferentes frentes, por un lado las milicias pro occidentales que intentaban derrocarlo y por otro el Estado Islámico (Daesh) expandiéndose con sus inhumanas atrocidades. En este contexto, se acusó al gobierno de Damasco de utilizar armas químicas —las cuales en efecto poseía—, siendo Barack Obama el principal impulsor de una intervención militar en el país árabe, la cual, muy posiblemente hubiera provocado finalmente su caída y el control del país por parte de EEUU y sus aliados. Tal situación no podía ser permitida por Rusia, la cual tiene una base militar naval en la ciudad de Tartus, en la costa del mar Mediterraneo y, además, la Siria de los Assad ha sido un aliado importante en la región de medio oriente desde tiempos soviéticos.
Así pues, Putin y su maquinaria diplomática dirigida por Sergei Lavrov, Ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, logró detener la agresión de Washington y forzar a Barack Obama a aceptar una solución a través de la mediación pacífica e intervención de las Naciones Unidas (NU). El entonces presidente de EEUU no tuvo más remedio que aceptar la propuesta rusa; Bashar Al Assad entregaría sus armas químicas a los expertos de las NU. Paralelamente Moscú y Putin obtenían una victoria decisiva, salían fortalecidos con un liderazgo que desde entonces ya planteaba un nuevo orden internacional sustentado en un mundo multipolar.
Como en todo juego político, la coherencia entre el discurso y los hechos es fundamental para sostener la narrativa y los logros obtenidos; sin esta característica se pierde la confianza de los socios/aliados y se muestra vulnerabilidad ante el oponente. Si bien en aquel 2013 Rusia mostró ser una potencia respaldada por la credibilidad, hoy su posición se ha visto desgastada por el conflicto en Ucrania; por un lado su imagen en Occidente se ha debilitado por el constante ataque de los medios de comunicación, la propaganda y la política muchos países que ven (o lo hacen ver) a Putin como una amenaza directa, paralelamente hay una erosión en los aliados de Moscú, resultado la prolongación de la guerra con Ucrania y la incapacidad de Rusia para asestar una derrota definitiva a Volodimir Zelensky.
Pero no todo es tan lineal, en los países occidentales se busca infundir temor a Rusia para obtener ganancias políticas, el apoyo de la población e incrementar el gasto militar (lo cual beneficia la industria armamentística). Este efecto provocó que Suecia y Finlandia se unieron recientemente a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), alianza militar liderada por Estados Unidos. También, Washington presionó para que muchos países otanistas donaran equipo militar a Ucrania y los sustituyeran con nuevas compras a EEUU. Solo algunos casos han sido la excepción, como Hungría, Turquía o Eslovaquia. Fuera de ello, el resto de los países de la OTAN han motivado un sentimiento anti ruso que incluso llegó hasta el Comité Olímpico Internacional, excluyendo a Rusia de las olimpiadas de París como participante oficial.
Pese a las dificultades mencionadas, Rusia ha logrado mantener y motivar la idea de un orden mundial alternativo, diferente al que domina EEUU y Europa. De esta manera Moscú ha conseguido el apoyo de diversos países africanos, asiáticos y de América Latina. Sin embargo, también ha tenido que enfrentar dificultades, principalmente con China que en algún momento se mostró ambigua respecto a Rusia y su Operación Militar Especial contra Ucrania. Sin embargo, posteriormente Beijing se dio cuenta que no tenía otra alternativa que estrechar aún más sus lazos con Moscú y que necesitaba una Rusia fuerte, o al menos estable, para resistir la presión de EEUU. China lo que menos necesita ahora es una Rusia derrotada o, en un escenario peor, aliada de Occidente.
Con todo este juego de ajedrez, cada pieza resulta valiosa, aliados grandes y pequeños cuentan bastante para mantener posiciones y avanzar en otras. Dentro de ese andamiaje el prestigio es fundamental, y es ese punto donde EEUU ha estado más interesado en golpear a Rusia. Durante el conflicto en Ucrania los varios países de la OTAN se han estado involucrando cada vez más y más, principalmente EEUU, Reino Unido, Polonia y Países Bajos entre otros que han realizado donaciones significativas de material bélico. En esta espiral de violencia, Rusia ha establecido varias veces líneas rojas, las cuales según el Kremlin serían inaceptables o significaría una escalada enorme en el conflicto, ya sea porque significan la entrada de más países a la guerra o porque provocarían el uso de armas nucleares.
Aunque las advertencias rusas han sido emitidas por los altos jerarcas del gobierno como Serguei Lavrov, María Zajárova, Dmitri Medvédev y el propio Vladimir Putin, las élites de la OTAN, encabezadas por Joe Biden, se han empecinado en romper todas las líneas rojas rusas. Así pasó con el suministro de tanques estadounidenses y alemanes, los aviones de última generación y los sistemas antiaéreos proporcionados a Kiev; en todos los casos Rusia se limitó a realizar ataques de castigo con misiles hipersónicos, pero sin llegar a cumplir plenamente las consecuencias antes anunciadas. Esta dinámica ha hecho retroceder a Rusia en la coherencia de su narrativa, mostrando así fisuras en la solidez de su posición a la vez que la OTAN incrementa su presencia en Ucrania.
Es importante aclarar que lo expuesto en el párrafo anterior se refiere a la parte política-militar de disuasión, ya que en el terreno, en el campo de batalla, es Rusia quien ha estado avanzando lenta, pero constantemente. Hay reportes sobre la debilidad del ejército ucraniano en ciertos sectores e incluso existen versiones que hablan sobre el colapso de todo el frente, lo cual provocaría una estrepitosa derrota de las fuerzas ucranianas.
Es por eso que la reciente noticia de que EEUU —además de Reino Unido y Francia— ha autorizado a Ucrania el uso de misiles de largo alcance para atacar la profundidad del territorio ruso resulta tan importante. Tres factores definen este cambio de posicionamiento de Biden y compañía; primero, el desgaste y la debilidad cada vez más grande del ejército ucraniano; segundo, el incumplimiento de las advertencias rusas y, finalmente, el triunfo de Donald Trump y su objetivo de desactivar el conflicto retirando totalmente la ayuda de EEUU a Ucrania.
La llegada de Trump al poder todavía tardará dos meses en llegar, tiempo suficiente para que Ucrania haga un daño significativo atacando territorio ruso muy dentro. Pero Putin ya había advertido previamente que este escenario implicaría que la OTAN está ingresando directamente al conflicto, es decir, sería el inicio de la guerra entre Rusia y Estados Unidos. La postura del presidente ruso se sustenta en el hecho de que tales misiles no pueden ser operados por las fuerzas ucranianas, su tecnología y el complemento satelital que necesitan solo puede ser utilizado con toda la infraestructura de la OTAN y su personal capacitado; por lo cual, según la postura del Kremlin, sería de facto un ataque directo de la OTAN a Rusia.
¿Qué harán Ucrania y la OTAN? Por la evidente desventaja en el terreno lo más probable es que efectúen dichos ataques, después de todo ¿No sería su última oportunidad de mover el tablero y, en el peor de los casos, conseguir una posición más favorable para Ucrania en una futura negociación? O también ¿Elevar a la puesta a una confrontación a gran escala entre Rusia y la OTAN? Esta última pregunta sólo se puede responder según la decisión de Moscú ¿En efecto tomarán los ataques con misiles de largo alcance como una declaración de guerra y finalmente se iniciará una guerra nuclear contra Washington y compañía? ¿O una vez más Putin pasará el trago amargo para continuar con la posición pragmática y ventajosa que le brinda el avance del ejército ruso en el campo de batalla?
Zelensky y Biden romperán una vez más las líneas rojas de Putin. A dos meses de la llegada de Trump a la presidencia de EEUU, resulta más riesgoso y perjudicial que Rusia cumpla sus advertencias y entre en guerra con la OTAN. Pese a ello, también para Putin sería perjudicial aguantar estos ataques sin ninguna reacción significativa ¿Responderá con el uso de armas nucleares tácticas? Podría ser… ¿Declarará finalmente la guerra a Ucrania? Es otra opción (recordar que oficialmente Rusia no está en guerra, sino en una Operación Militar Especial). A Zelensky se le acaba el tiempo y su única opción es involucrar a otros países en el conflicto, hará todo lo posible para lograrlo, incluso conseguir las armas necesarias para atacar directamente la ciudad de Moscú. Si Putin venció a Obama con una maniobra estratégicamente genial, hoy Biden lo pone en jaque a través de una apuesta que roza lo absurdo e imprudente.Putin tendrá que decidir, el desenlace toma la velocidad de dos trenes que van directo a la coalición.
*Email: jesse.1984@outlook.com
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