José Luis Vivar
Por eso, es muy lamentable cuando se trata de alguien que consagró su vida al Arte o ciertas actividades que fueron en beneficio de la sociedad, sin que se les reconozca en el lugar en donde nacieron. Más que seres anónimos son los olvidados, los que muy pocos o nadie reconoce.
Los
Olvidados de Milton
Iván Peralta (Colección Ilustres de Zapotlán, Edit. Cartonera,
2024) es un díptico que refiere la semblanza de dos personajes, de
dos sombras que se presentan a sí mismos: Lupe Marín y José Gómez
Ugarte. La primera, pese a su talento se le ha encasillado como la
esposa del muralista Diego Rivera. El otro, un escritor que brilló
con luz propia pero en la ciudad de México como periodista y poeta.
El escritor Juan García Ponce comentaba sobre los cuadros que Juan Soriano había hecho a Lupe Marín, que cada imagen permanecería por lo que eternamente es, como símbolo y mito. No se equivocaba, ella sola creó su propia leyenda, su propia obra. Utilizó la palabra escrita y su rebeldía como armas para enfrentarse a una sociedad mexicana que no aceptaba a las mujeres como creadoras. No es en vano decir que Diego Rivera le deba más a Lupe que ella a él.
Con una sólida documentación, Peralta nos muestra un panorama de esta ilustre zapotlense desde sus primeros días en esta ciudad, hasta su etapa como esposa, madre y su divorcio con el pintor. Luego su impulsivo y feroz matrimonio con el poeta Jorge Cuesta.
Asimismo,
relata su paso por las letras con sus novelas, pero sobre todo con
ese espíritu de libertad que la acompañó a lo largo de su vida. Al
cortarse el pelo para convertirse en una Flapper o pelona, y usar la
falda corta, despertó la ira y del machismo y de las mujeres de los
años veinte. Nada ni nadie la detenía. Por eso más que triunfos o
fracasos, Lupe Marín es una artista a la que se le debe entender
como Mujer de su época.
A
diferencia de otros escritores, José Gómez Ugarte prefirió la
oscuridad y el silencio de la noche. Aunque al mismo tiempo supo
hacer de la crítica su aliado y fue testigo viviente de un México
que finalizaba su etapa porfirista y entraba a otra con balas y
cañonazos de la Revolución Mexicana.
Alérgico
al nuevo orden de la vida, su nacionalismo puro le impidió entender
el Jazz, prefería la música típica tradicional mexicana y no las
complejas armonías de Cole Porter, Jack Cummings y Scott Joplin, por
citar tres ejemplos. Pero más allá de sus diatribas está su
talento como poeta.
Peralta señala las palabras de Hugo Gutiérrez Vega: el periodista debe leer poesía para no perder la sensibilidad, y Gómez Ugarte no solo la leía sino que se daba tiempo para escribir sus propios versos, una actividad artística que muy pocos cultivan hoy en día.
A
pesar de lo que poco que se sabe de él, fue un verdadero intelectual
porque siempre estuvo en la trinchera de las ideas defendiendo sus
puntos de vista, desde sus escritos en la soledad de una habitación
o en las ruidosas asambleas con grupos afines.
Dos
vidas, dos personajes que merecen ser rescatados del polvo y del
olvido. En una bella edición este libro tiene abiertas sus páginas
para quien quiera conocerlos. Al final sabrá las razones por las
cuales deben ser considerados como Hijos Ilustres de Zapotlán.
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