José Luis Vivar
Si hay una obra emblemática en la Historia del Teatro en México, es sin duda “El Gesticulador”, de Rodolfo Usigli (1905-1979) Su fama obedece no solo a la temática sino al profundo desenmascaramiento de la figura del político mexicano. En clara alusión a lo que años más adelante Octavio Paz presentará en El Laberinto de la Soledad (FCE, 1950), sobre el uso de “máscaras” que muchos utilizan para ocultar la realidad, en esta Tragedia Usigli coloca sobre el escenario cómo la ambición por el Poder puede cambiar a las personas más honestas y humildes.
Escrita en 1938, cuenta la historia de César Rubio, quien después de varios años de trabajar como profesor universitario en la Ciudad de México, al ser despedido decide regresar a Allende —su pueblo natal, ubicado al norte del país— en compañía de su familia: Elena, su esposa; y sus hijos Julia y Miguel. Desde un principio se advierten los reproches que los vástagos le hacen a su padre, a quien prácticamente lo acusan de mediocre, conformista y de vivir siempre de las apariencias.
De la pobreza en la capital a la pobreza en esa población olvidada de todos, pretende triunfar, sin tomar en cuenta que ya no es un jovencito y que la oportunidades no estarán a su alcance. En ese diálogo familiar aparece Oliver Bolton, catedrático e investigador de temas latinoamericanos de la Universidad de Harvard, quien establece un diálogo con el profesor César, que como maestro de Historia lo ilustra sobre algunos acontecimientos de la Revolución Mexicana. Es así como sale a relucir el nombre de un general homónimo: César Rubio.
Aprovechando el interés desmedido del estadounidense, el profesor le hace creer que él es el general que busca, solo que por traiciones y demás asuntos políticos prefirió refugiarse en el anonimato. Y que por aquello de las casualidades, tanto el difunto general como el profesor nacieron el mismo año. A partir de ese momento surge la figura del gesticulador.
La gran mentira es aprovechada por ese hombre incorruptible que cede al dinero de Bolton y a la fama que lo envuelve cuando en Allende se enteran del regreso del Gral. César Rubio. El Poder lo seduce sin importarle los reproches de su familia que saben que solo está viviendo una farsa.
Esta obra contiene elementos históricos, sociales, políticos, desde luego psicológicos, porque en todo momento los integrantes de la familia ven cómo la figura, los principios éticos y morales del padre desaparecen, se convierte en uno más de esos políticos corruptos y mentirosos que se escudan con la promesa de ver por los beneficios del pueblo.
Pese a todo lo anterior, “El Gesticulador” estuvo a punto de no ser conocida, cuando en cierta ocasión Usigli tomó un taxi para volver a su casa. Había presentado su obra a un grupo de amigos, a quienes había encantado. Como el dramaturgo llevaba varias cosas, olvidó la bandolera donde iba su trabajo de mucho tiempo.
El problema fue que no se dio cuenta enseguida sino cuando ya había pasado más de una hora. Así que resignado supo que ya nada podía hacer. No contaba con una copia, ni tenía borradores. En pocas palabras, “El Gesticulador” no existía. Volver a escribir esa historia era más que imposible.
Al día siguiente, sumido en una total depresión, Usigli no tenía ánimos de salir ni de hablar con nadie. Cuando ¡oh sorpresa!, llamaron a su puerta: era el taxista quien le entregó el paquete que había olvidado en su auto de alquiler. La emoción de recuperar su obra fue tan intensa que abrazando aquellas hojas se soltó a llorar, agradeciendo una y otra vez el detalle de aquel buen señor.
Después de ese incidente, tuvieron que pasar nueve años, para que en 1947, “El Gesticulador” fuese llevada a los escenarios, aunque a los pocos días el gobierno mexicano la censuró y tuvieron que bajar el telón. La noche del estreno, Usigli recibió un fuerte puñetazo en el rostro por un poeta mexicano famoso por ofender los principios revolucionarios.
Pero esa, ya es otra historia.
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