Abel Pérez
Zamorano
Los gobiernos del mundo occidental capitalista
representan los intereses de los monopolios y el capital financiero,
y diseñan sus políticas para proteger e incrementar la acumulación,
en la mayor cantidad, en el menor tiempo y con el menor riesgo. El
Estado cumple la función de protector y facilitador, como hemos
visto en México con el insultante aumento de las grandes fortunas en
los sexenios anteriores, y muy destacadamente en el que recién
concluyó. Hoy los magnates son más ricos y poderosos que nunca. Y a
ello contribuyen el “ambiente de negocios”, jugosas concesiones,
asignaciones directas; asimismo, un régimen fiscal inicuo y
complaciente con las corporaciones empresariales, defendido a capa y
espada por un presidente refractario a gravar las grandes fortunas.
Incluye también una política que castiga el salario real (insisto,
real), causa de salvaje explotación laboral, al imponer los salarios
más bajos entre todos los países de la OCDE, aparejados con las
jornadas más extenuantes. También incluye una política ambiental
que permite a los poderosos consorcios extraer el agua que necesitan
los pueblos y saquear y destruir los recursos naturales que
constituyen nuestra riqueza nacional.
Para lograr su
propósito requieren un Estado eficaz (muy importante, eficaz) que
goce de legitimidad, respetable y respetado, fuerte, capaz de
mantener el control político y evitar que se genere y desborde la
inconformidad social. Ello implica diseño de leyes e instituciones
que ayuden a controlar a las clases medias y trabajadores. Para
lograr todo eso es condición indispensable ocultarles el carácter
de clase del Estado; enturbiar su conciencia con mutaciones
fenoménicas (es decir, en la apariencia de las cosas), que oculten
la esencia capitalista, el compromiso permanente y firme del Estado
con sus verdaderos dueños y, por el contrario, den la apariencia, lo
más contundente posible, de que se gobierna para los pobres. Es una
maravilla de mimetismo político, que tras los cambios de forma
permite ocultar una realidad que permanece intacta; como hacía
Proteo, dios marino capaz de cambiar de forma a voluntad para escapar
de quienes pretendían atraparlo para así obligarle a adivinar las
causas de los problemas y predecir el futuro. Cambiaba de forma, pero
era el mismo: ahí radicaba el engaño.
Igual operan el
Estado capitalista y el sistema partidista, uno de cuyos recursos
favoritos es un discurso ilusionista que dé la apariencia
exactamente opuesta a lo que realmente se hace, como fue precisamente
el de López Obrador, y sigue siendo en la Cuarta Transformación
que, tras una retórica edulcorada hacia los más pobres oculta un
férreo compromiso con los más ricos. La palabra sirve así para
enmascarar la verdadera naturaleza de este régimen. Otro instrumento
de esta estrategia proteica es la tan traída y llevada “alternancia
partidista”, que ofrece a las masas empobrecidas una ilusoria
solución consistente, esencialmente, en magnificar los cambios de
partido en el poder como solución mágica a las penurias sociales,
que traen consigo el recambio de personas en los cargos públicos
(aunque continúen las mismas pandillas), jóvenes por viejos, “caras
nuevas”. Y así tienen al pueblo persiguiendo quimeras, sin
advertir que el gran capital está oculto tras los diferentes
“colores partidistas”, que muy poco le importan, y que
pragmáticamente sabe utilizar. Es como si fueran los ocho tentáculos
de un pulpo, pero pintados de diferente color, aparentemente
diferentes.
Así es nuestra democracia y el sistema de
partidos, adecuado a la protección y reproducción de un solo
interés dominante; y precisamente por eso pueden trasvasarse
políticos arribistas de uno a otro partido con la mayor facilidad, y
ser bien recibidos; así se explica esa típica clase de
saltimbanquis que forman parte del folklore político mexicano, que
sin rubor alguno abandonan de la noche a la mañana el partido en que
ayer militaban.
Finalmente, vale destacar otro de los
recursos de este sistema de ocultamiento, consistente en negar al
anterior funcionario, criticarlo, y a veces hasta encarcelar uno que
otro chivo expiatorio, para “diferenciarse de los de antes” y así
conquistar la aceptación del electorado y preservar el poder. Panem
et circenses (pan y circo), es la frase clásica atribuida al poeta
Juvenal para exhibir el propósito distractor de los espectáculos en
el circo romano, organizados por los emperadores para evitar que el
pueblo conociera y pensara en sus verdaderos problemas. Y hasta hoy
en México, esa antiquísima receta sigue funcionando a la perfección
para controlar al pueblo, a los votantes, aprovechando su extrema
necesidad y falta de conciencia política.
A manera de
ejemplo, RT publicó en estos días una ilustrativa nota al respecto,
que evidencia el pragmatismo de los partidos gobernantes, en este
caso en Estados Unidos. Kamala Harris, quien sin duda alguna forma
parte del grupo al que pertenece Joe Biden, representa los mismos
intereses, a saber: los del complejo militar-industrial, y que ha
sido copartícipe de la política antipopular y de todas las
fechorías y crímenes de lesa humanidad cometidos por el actual
gobierno estadounidense, busca ahora desmarcarse de su antecesor y
cómplice al que ve desprestigiado, para así dar la imagen de que
ella representa algo distinto, una cara nueva; como dice su eslogan
de campaña “un nuevo camino a seguir”.
Dice así la
nota: “Harris se distancia de Biden antes de las elecciones, según
Axios. El presidente estadounidense es un recordatorio de los últimos
cuatro años, no del ‘Nuevo camino a seguir’, aseveró una
persona al tanto del asunto. La campaña de la vicepresidenta
estadounidense, Kamala Harris, supuestamente no acepta cumplir el
deseo del presidente Joe Biden de aparecer con ella en los últimos
eventos partidarios antes de las elecciones presidenciales. […] el
equipo de Harris cree que Biden es ‘un lastre político’ en un
momento crucial de la campaña [y] no quiere que él haga campaña
por ella’ […] [sus asesores] se muestran cautelosos a la hora de
vincular a su candidata con el impopular presidente en la campaña
electoral” (RT, 27 de octubre). Así pues, son exactamente lo
mismo, pero ante los ojos del electorado necesitan “diferenciarse”.
Cuestión de percepción, dicen.
Muy útil sería a la sociedad
mexicana comprender que se la engaña con cambios de forma que no
alteran la realidad profunda de las cosas; entender que Morena es el
PRI renovado, continuación modernizada del viejo partido al que
critica. En lo esencial la realidad no ha cambiado; parafraseando la
fórmula de Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo: han
cambiado todo para que nada cambie. Incorporan modificaciones en la
envoltura política o jurídica, en la superestructura, dejando
intacta la estructura económica, mientras la miseria aumenta. Un
problema no resuelto, empeora. Más que un cambio de partido, el
pueblo necesita un cambio de clase social en el poder, no
transformaciones cosméticas, como la actual, que tiene ufana y
satisfecha a la izquierda tradicional, tan afecta a las mascaradas.
*Catedrático e Investigador de la Universidad Autónoma de Chapingo.
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