Fernando G.
Castolo*
Desde el anuncio de la gran fiesta con el llamado Reparto de Décimas, el último domingo del mes de septiembre, se encienden los corazones que han aguardado casi un año, impacientes, para sumarse, de alguna u otra manera, a esta convocatoria en la que hay alegrías, pero también tristezas porque los accidentes se suceden de forma irremediable con la calentura de ánimos que provoca el consumo de bebidas alcohólicas. Ciudad Guzmán es la "cantina más grande del país", dicen, porque en todos los rincones y a todas horas se degusta y se brinda con los viejos amigos, con los vecinos o con los familiares que retornan al terruño para ir en pos de San José.
Uno a uno van pasando los días, primero los que corresponden al novenario a la Virgen del Rosario, titular del recinto catedralicio; luego, después de una breve pausa, vendrá el novenario a Señor San José, patrono juramentado de la ciudad contra los temblores desde 1749. El 22 de octubre es el día grande, el de la solemnísima función religiosa en que Sus Ilustrísimas encabezan la celebración eucarística que nos recuerda el funesto movimiento telúrico que espantó a nuestros ancestros, motivo por el cual estamos obligados a no romper esa jura sagrada.
Un día antes, en la víspera, se ha llevado a cabo el Albazo o anuncio de la fiesta y, por la tarde, se ha instalado el Enroso que tiene igual significación. El 23 de octubre, en una extensión de la fiesta, las Sagradas Imágenes salen en procesión por las principales calles de la ciudad, donde van bendiciendo a casi cien mil gentes que se aglomeran para verle pasar, en medio de alegorías bíblicas y danzas coloridas.
La noche de ese día se prolonga hasta el amanecer, porque hay una velada en casa de la Mayordomía y hay una interminable fila de feligreses que desean aproximarse a las Sagradas Imágenes para solicitarle su intersección en situaciones que los tienen en estado vulnerable, o bien para agradecer por lo que se es y se tiene.
Al medio día del 24 de octubre las taumaturgas esculturas retornan a la Catedral donde las sonoras campanas anuncian el gran acontecimiento... Han pasado los días agobiantes y caóticos y la ciudad volverá a su ordinaria vida con la esperanza de ver llegar la siguiente celebración en el año venidero. Las fiestas, como en "La feria" de Juan José Arreola, han durado lo que dura la quema del castillo, y se ha esfumado como la corona ascendente que da punto final al espectáculo maravilloso.
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