Donal Trum después del atentado en julio de 2024. |
Mtro. Jesse Martínez
Existen
algunos personajes que por la inmediates del momento son etiquetados
con conceptos simples, despectivos o que los colocan en un extremo
del espectro político como una alteración o deformidad política.
No son evaluados, pues, en su protagonismo histórico sociocultural.
Tal es el caso de Donald J. Trump en los Estados Unidos de
América.
El empresario nacido en 1946 en Nueva York, es la
figura política más influyente de EEUU en los últimos nueve años.
Desde 2015, cuando anunció su postulación para las elecciones
presidenciales de 2016, la figura de Trump ha estado presente en la
agenda política y la opinión pública; ya sea a favor o en contra,
nadie es indiferente a su lenguaje y original forma de abordar los
temas públicos.
Donald
J. Trump es una figura ecléctica, llegada a la política nacional
estadounidense desde sector inmobiliario (principalmente) y una
exposición mediática en shows y programas televisivos. Pero también
como escritor, hombre de negocios y, sobre todo, ejemplo vivo del
sueño americano. Es decir, su figura personifica el ideal político,
económico y social vendido por EEUU durante el siglo XX; eso es lo
que lo hace tan escurridizo en el espectro político pero a la vez
tan asimilable para una buena parte de los estadounidenses. ¿Cómo
minimizar su figura cuando la mayoría de los ciudadanos fueron
educados en ese imaginario del american
dream o,
en su caso, presentada como una época dorada que los más jóvenes
añoran y romantizan? Esta idea inspira un sentido de lucha, de
resistencia, la cual adquiere voz por medio de un hombre que pregona
Make
America Great Again (Haz
a los Estados Unidos grande otra vez).
Bajo
esta dinámica Donald Trump al Partido Republicano. Esta institución
política ha virado a una posición conservadora, de marcada
tendencia antiliberal; la prohibición del aborto, cuestionamientos a
la diversidad sexual y un fuerte revisionismo a la política
migratoria, son ahora los estandartes de los candidatos republicanos.
Pero esto tiene también una explicación, Trump ha aportado por dos
vertientes significativas al Partido Republicano; por un lado ha
ampliado su base votantes, yendo desde fundamentalistas religiosos
cristianos hasta ex militares radicalizados, pero también ha
solidificado en un solo grupo a esta diversidad, la ha unido en un
solo segmento asegurando así su lealtad incondicional.
El
asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, donde seguidores de Trump
reclamaban fraude en las elecciones y exigían se le reconociera como
presidente, o el atentado contra su persona en julio de este año
—que dejó una de las fotos más icónicas de la historia reciente
de EEUU—, son ejemplos de la enorme efervescencia y volatilidad
política que representa el magnate neoyorquino. Este punto, aunado a
lo expuesto anteriormente, genera un coctel explosivo que depende de
una sola persona. Incluso el gobierno de Joe Biden ha declarado que
existe un complot de Irán para asesinar al candidato republicano, lo
cual de llegar a consumarse llevaría a los EEUU a una crisis
política y social de proporciones inimaginables, quizás incluso, a
una confrontación armada interna.
En resumen, Donald Trump, su
narrativa, su influencia y su persona, no pueden ser extirpados así
nada más del espacio sociopolítico estadounidense. Incluso, si
perdiera legalmente, es de esperarse que grupos de fanáticos
reclamen nuevamente un fraude y busquen revertir el resultado por la
vía armada. Cabe destacar que según se ha documentado existen
milicias organizadas preparándose para una guerra civil o defender
una secesión de algún estado del país (principalmente en el
noroeste y sur del país, en los estados de Idaho y Texas
respectivamente).
¿Pero qué dicen los números sobre las
próximas elecciones?
Mientras
Joe Biden buscaba la reelección como candidato del Partido
Demócrata, en la mayoría de encuestas era Trump quien llevaba la
ventaja, si bien no era tan contundente, sí se percibía una
tendencia favorable para él. Sin embargo, el escenario cambia cuando
Kamal Harris releva a Biden y se convierte en la candidata de los
demócratas. Desde entonces, las encuestas han modificado el panorama
dándole a Harris una ventaja sobre Trump, pero manteniéndose por
debajo de un 5% de las preferencias electorales, es decir, existe un
empate técnico.
Pero el juego no es tan simple, es importante
recordar que en EEUU las elecciones son indirectas y cada estado
tiene un cierto número de votos que aportar a través sus delegados.
Por ejemplo, California tiene el mayor número con 55 votos, Texas
38, Florida y Nueva York 29 cada uno. Mientras que Wyoming, Vermont,
Montana, Alaska, Dakota del Norte, Dakota del Sur y Delaware, solo 3
votos cada estado. El candidato ganador debe conseguir el número
mágico de 270 votos de los 538 posibles. Existen estados con
arraigada tradición demócrata (California) o republicana (Texas),
mientras que en otros los votantes no son constantes y tienden a
cambiar sus preferencias de una elección a otra, es en ellos donde
los candidatos centran sus fuerzas y propuestas de campaña. De lo
anterior se concluye que un candidato no necesariamente gana por el
mayor número de votos obtenido de los ciudadanos, sino por los
acumulados que cada estado aporta al Colegio Electoral.
¿Quién
ganará? No hay nada seguro, solamente una tendencia que se inclina
(en este momento) débilmente por Kamala Harris. En todo caso la
noche del 5 de noviembre se estarán dando a conocer los resultados y
el nombre del inquilino de la Casa Blanca por los próximos cuatro
años.
Como puede observarse, la figura de Trump desborda los
límites del sistema de partidos (ampliación del espectro y grupos
de votantes republicanos) y el sistema de gobierno (imponiendo su
agenda). Pero solo cuando se conozcan los resultados será posible
conocer su impacto en el sistema electoral. ¿Por qué?
En
2021, aunado al asalto al Capitolio, un grupo de estados de mayoría
republicana liderados por Texas manifestaron su inconformidad por el
triunfo de Biden y entablaron una batalla legal y política con la
federación. Tambien fue a principios de este año que Texas estaba
dispuesto a enfrentar a Washington por la política migratoria en su
territorio (tema clave en la narrativa de Trump), incluso llegando a
las armas. Esa es la clave, el tsunami que es Donald Trump tiene el
potencial para acabar de romper la confianza en las instituciones,
desacreditar el sistema electoral y terminar por destruir el pacto
federal que une a los 50 estados de la unión. Una nueva secesión
podría llegar a suceder, o quizás, al menos, su intento.
¿Es
este escenario una posibilidad real? Sí, lo es. ¿Qué tan probable?
Eso dependerá de los resultados de las elecciones presidenciales y
de un elemento clave que deberían tener ya considerado los
demócratas y el gobierno de Biden: la transición del país a una
política post-Trump. Solo el adecuado manejo del las instituciones
del Estado y el tacto político de un líder excepcionalmente capaz,
permitirán que los EEUU se mantengan en calma y estabilidad ante una
posible derrota de Donald J. Trump. De lo contrario solo quedará
decir In
God we trust (En
Dios confiamos).
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