Ruth Escamilla Monroy
¿Recuerdas el edificio, las lecturas, los descubrimientos, las clases abiertas a las opiniones y las cátedras dictatoriales, la escasez, los amores y despedidas, las escapadas, las crisis, las renuncias, las caras diversas del aprendizaje que se manifiestan en la universidad? Apuntes del estudiante de Piero Ramos Rasmussen (Ediciones el viaje, 2021) es un recorrido por esa etapa.
El poemario se organiza en cuatro apartados. La “Aclaración” anuncia la amenaza del derrumbe que el libro puede causar. Así, cumple su función de provocar a la lectura. A pesar de la desgracia, es gozoso atestiguar la caída porque, a fin de cuentas, ¿qué no se derrumba en la vida, en este “Edén marchito en una tragedia de tiempo”?
Le siguen los seis poemas de “Apuntes del estudiante” y van desde el dolor de una “lengua de plata raspando toda la esperanza” de las entrañas de una mujer y del “maldito miedo de existir en otro cuerpo” que experimenta su compañero luego de esa experiencia, hasta el encuentro con una “ondina de intercambio”. Es esta joven extranjera quien deposita en la existencia de la voz poética “cerezas, licores y caricias”, al tiempo que le llena la cabeza de personajes e imágenes de la literatura rusa que, paradójicamente, terminan por acercarlo a los cuentos de Borges.
Hay en esta segunda sección contrastes como el de los consejos que “crean madrigueras en nuestro entendimiento” y las “falsas promesas diseñadas que dos demonios procrean” en “La plantilla del influencer”. Los apuntes dejan memoria de las lecturas del estudiante, a través de dedicatorias, alusiones a versos o a episodios de obras líricas y narrativas.
“Baladas” reúne nueve poemas que cantan y cuentan historias como la de Andrea “antes perfumada de Venus, chocolateada entre marineros que van sin rumbo fijo” o la de una pareja de antiguos “cóndores templando al monte” que son ahora “dibujos de la memoria arrimados al horror de perderlos”. Es en este espacio lírico donde aparecen las noches “más oscuras, como el traje de los amigos muertos”, donde el silencio y la lejanía de un deceso en cuarentena se hacen insoportables. Son las baladas el lugar para el miedo, para las promesas no cumplidas, para los reclamos, para el llanto y para la añoranza expresada con verbos en pretérito imperfecto. Cierra la sección un poema a dos manos con Carla Velarde, quien también ilustra la obra desde la portada. En sus imágenes hay paisajes interiores, exteriores, nítidos, difuminados, cotidianos, fantásticos, de humanos, cuyo rostro casi siempre mantiene en el misterio, y también, de animales en actitud expectante.
“Agua para molinos” comienza con el graznido de aves inadaptadas y una marcha de pingüinos que culmina en asesinatos y extinción. Es la sección de las batallas, de las protestas, de la rebeldía, de “la sangre necesaria de todos y de otros” donde “la esperanza es la tragedia” y en la que Drácula es la última voz que resuena en el poemario. Su llamado a Lucy Westenra es una invitación al encuentro apasionado y al escape de la tierra “a favor de la oscuridad, con lobos y murciélagos”. Así, “los tristes ardores de estudiantes en una guerra sin olvido” que abrieron los apuntes con la desgarradura de una relación y una muerte, verán su plenitud en el mundo literario “trascendiendo las noches del tiempo en los lugares visitados por nadie”.
Apuntes del estudiante es el segundo libro que el poeta limeño publica en Guadalajara. El primero fue Transgresión (2004, Colección sin límite). Su obra más reciente forma parte de la Colección caníbal, ambos títulos bajo el sello de Ediciones el viaje.
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