… y cuando nos equivocábamos lo admitíamos inmediatamente.
—
Alcohólicos Anónimos, p. 59
Yo estaba empezando a
abordar mi nueva vida de sobriedad con un entusiasmo desacostumbrado.
Estaba cultivando nuevos amigos y algunas de mis amistades dañadas
se habían comenzado a arreglar. La vida era emocionante e incluso
había empezado a disfrutar mi trabajo, y llegué a ser tan atrevido
como para hacer un informe sobre la falta de cuidado apropiado con
algunos de nuestros clientes. Un día, un compañero de trabajo me
informó que mi jefe estaba verdaderamente disgustado debido a que
una queja, sometida pasándole a él por alto, le había causado
mucha molestia con sus superiores. Yo sabía que mi informe había
creado el problema y empecé a sentirme responsable del problema de
mi jefe. Al discutir el asunto, mi compañero trató de convencerme
de que no era necesario disculparme, pero pronto empecé a
convencerme de que tenía que hacer algo, fueran cuales fueran los
resultados. Cuando me dirigí a mi jefe admitiendo mi parte en sus
dificultades, él se sorprendió. Pero cosas inesperadas salieron a
nuestro encuentro, y mi jefe y yo pudimos acordar una cooperación
más directa y eficaz en el futuro.
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