Fernando
G. Castolo
El amor por el arte fotográfico, sin duda, lo heredó de su padre, quien fue co-fundador, junto con otros coterráneos, del Club Fotográfico Zapotlán que tuvo su vida álgida en los años cincuenta del pasado siglo XX. Bárbara Torres, desde sus inicios, impregnó en su trabajo un halo artístico único, un aspecto novedoso de su época, lo que le daría una identidad peculiar que traspasó fronteras.
Sus postales technicolor son verdaderas inspiraciones (poesía, dirían otros), donde se evidencia la gran sensibilidad de esta dama, orgullosa zapotlense.
En sus fotografías hay que detenerse a descubrir los breves detalles: arquitectura con frisos de otro tiempo, paisajes que se saborean como chocolate espumoso en tardes de lluvia, plazas que se complementan como conchas de panadería recién horneadas...
La vitalidad del trabajo fotográfico de Bárbara Torres captó una época que poco se ha estudiado en la ciudad, quizá, porque se le piensa como contemporánea; pero estas piezas de colección, hay que decirlo, son la esencia de un pasado inmediato que se nos está escapando.
El cénit de su trabajo, sin duda, se centra en ese rescate facial de las mujeres y de los hombres que le han dado lustre a este pueblo. Más que rostros, sus fotografías atraparon almas creativas que dotaron de grandeza a la ciudad.
En la memoria colectiva no es posible concebir a Zapotlán el Grande sin la delicadeza de esa cámara, aquella que se rindió a la magia de la sensible óptica de Bárbara Torres, la mujer que logró captar en fotografías la belleza poética de lo trascendente y, eso, lo celebramos.
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