Víctor Hugo Prado
Recientemente tuve la oportunidad de leer un artículo sobre la escritura a mano que publica Milenio a Carlos Javier González Serrano, un filósofo que se define con alma del siglo XIX y es profesor de filosofía en Bachillerato y Universidad. El texto, hay que decirlo es una joya. Señala que “con una peligrosa normalidad, hemos olvidado el valor de la escritura a mano, que conecta nuestra corporalidad con nuestra psique en un ejercicio que potencia las capacidades cognitivas.” No podría estar más de acuerdo. La escritura a mano se está perdiendo en parte como él lo señala por lo ritmos acelerados que nos impone el mundo y sus nuevas condiciones de interacción comemos rápido, leemos y escribimos rápido, paseamos rápido, nos trasladamos rápido y muchas otras cosas más de manera rápida. Lo invito a que medite que tantas cosas más hace rápido, privándose de las bondades de la calma y la lentitud. Entre ellas diría la reflexión y la meditación, el análisis y la convivencia con la familia.
Escribe González Serrano que “se escribe menos a mano porque es un proceso que requiere tiempo y esmero”, afectada por la tecnología que ha automatizado diversos procesos que antes se llevaban a cabo en calma y que encerraban cierta dosis de concentración a la par que de placer.
Ahora, para saludar a las personas queridas utilizando los medios virtuales, no lo hacemos en lo individual, lo hacemos en grupo, reenviando lo que alguien a su vez nos compartió, con mensajes si bien es cierto alentadores, motivantes o desafiantes como “vivir feliz no solo depende de los caminos que elegimos, también depende de quienes nos acompañan en el viaje…abrazos cordiales y buenos días con bendiciones”. El problema no es el contenido, el problema es que reenviamos algo sin leerlo ni meditarlo a plenitud, enviamos algo que no conocemos en fondo del texto, que no lo sentimos y menos que lo vivamos. Y las respuestas en automático en automático se traducen en corazones, caritas sonrientes, pulgares hacia arriba o memes expresivos que salen en automático. En toda esta acción no hubo esfuerzo mental ni para quien reenvía ni para el que responde.
Señala González que estamos condenando a las nuevas generaciones a que no sepan escribir, ni leer ni pensar porque se le da todo hecho y luego no debe extrañarnos que resultados en pruebas nacionales o internacionales nuestros alumnos ocupen los últimos lugares en lectura, escritura y matemáticas. Por ello, con más frecuencia, quienes nos dedicamos a la docencia deberíamos hacer que nuestros alumnos ejerciten la escritura mano. Citando a González agarrar un bolígrafo nos hace dueños conscientes de nuestro cuerpo, nos une al mundo.
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