Pedro
Vargas Avalos
La
historia es la luminaria que alumbra a la humanidad en su lucha
contra la oscura ignorancia. Sin ella estaríamos condenados a
tropezar constantemente y la civilización sería una quimera.
Las
personas que cultivan los estudios históricos, que difunden sus
trabajos viendo siempre el beneficio de la sociedad, merecen nuestra
admiración y agradecimiento, más cuando ese quehacer lo realizan
sin esperar pagos ni privilegios, si acaso la estrecha remuneración
de quien de eso vive, o para lograr su objetivo, compromete sus
haberes.
Entre esos seres a que nos referimos, principal papel desempeña el historiador o los cronistas de ciudades, pueblos o municipios, quienes desplegando su actividad tan incesante como benéfica, al investigar, difundir y salvaguardar nuestros valores culturales engrandecen a todos. En Jalisco existen los cronistas municipales, los cuales, como si fuesen apóstoles, predican a diario sus conocimientos sobre tradición, arte, costumbres, sucesos, edificaciones, documentos, personajes y cuestiones históricas que atañen a su comunidad, sin desvincularse de la patria chica -el Estado- ni desconocer a la nación, nuestra patria grande.
Pero
lo que llevan a cabo estos heraldos del saber, sus objetivos,
difícilmente se podrían cumplir si no hubiese fuentes donde
abrevar, legajos, archivos y repertorios para apoyar sus labores. En
este momento aparecen los acuciosos antecesores, es decir, aquellos
seres que, con altura de miras, dedicaron su vida para legarnos ricas
vetas de antecedentes, narrativas y todo género de datos, que son
poderosos elementos para culminar las tareas del historiógrafo y de
los cronistas. Y este papel fundamental, para el noreste y occidente
mexicano, pero especialmente para Jalisco, lo encarna el ilustre
franciscano, Antonio Tello.
Gracias a Tello (y quienes le
siguieron en ese esfuerzo) ahora es posible reconstruir en el
anchuroso espacio que aludimos, los anales de una región, de una
población o de algún organismo. Este paciente fraile, es el autor
de un escrito extraordinario que comúnmente identificamos como la
“Crónica Miscelánea”, pero cuyo nombre es “Libro segundo de
la crónica miscelánea, en que se trata de la conquista espiritual y
temporal de la santa provincia de Xalisco en el Nuevo Reino de la
Galicia y Nueva Vizcaya y descubrimiento del Nuevo México”. Lo de
“segundo”, es porque la obra se divide en seis partes, de las
cuales la primera está perdida. Las otras cuatro, son libros que
tratan temas específicos.
Del libro inicial, trató el autor,
el descubrimiento de América, describiendo las nuevas tierras y sus
pobladores, la conquista y la misión de los religiosos hasta la
creación de los primeros obispados. En cuanto a la propiamente
Crónica Miscelánea, o sea, el segundo libro, es de suma valía para
los jaliscienses, pues contiene la información etnográfica-
regional, la conquista de Nueva Galicia, fundación de poblaciones,
interesantes descripciones de los naturales y sus hechos ancestrales;
luego narra las rebeliones indígenas y como fueron sofocadas. Al
describir la evangelización local, no solo habla del trabajo
misional de sus compañeros, sino que detalla lo difícil e
importante que fue esa gesta espiritual.
Los demás libros,
están dedicados a la biografía de los misioneros franciscanos
(tercero); el cuarto, a la fundación de conventos e iglesias, con
excelentes informaciones sobre prácticas y particularidades de cada
localidad. Los dos restantes (quinto y sexto) son de
generalizaciones, pues uno lo dedicó a enumerar virtudes de los
religiosos franciscanos, mostrándose contrario a los proyectos de
secularización de templos. El libro sexto lo dedica a exaltar la
provincia de la cual Tello provenía: la de Santiago de Compostela.
Esa monumental obra, tras 2 o 3 lustros de redactarla, la
concluyó Tello en 1653 (poco antes de morir, cuando contaba
alrededor de 60 años, y 33 de radicar en Nueva Galicia, pues había
venido de España en 1619), morando en el convento de San Francisco
de Guadalajara. Por eso, cuando se fundó la Asociación de Cronistas
Municipales (Acromjal), el 23 de noviembre de 1995, en el jardín de
tan antiguo templo, se situó su busto, obra por cierto del escultor
Julio Estrada, el cual la ejecutó al precio de la gratitud, coste
que enaltece a tal artista. En ese lugar, al conmemorar el Día del
Cronista Municipal en el Estado, -cada 23 de noviembre, en recuerdo
de la creación de la Asociación y como preámbulo a la celebración
del congreso estatal de la crónica.
Cuando las operaciones
para crear el Tren Ligero se tocó la cercanía del Templo, sin dar
aviso alguno, los encargados de ese transporte la quitaron con todo y
pedestal. El busto de bronce se extravió y entonces se investigó
donde paraba, hasta que se dio con la escultura. El siguiente paso
fue pedir, gestionar, que se devolviese a su lugar la figura de
Tello. Se encontró eco, tras muchas jornadas de trámite, en la
Superintendencia del Centro Histórico tapatío, y por fin, el pasado
uno de agosto se restituyó la estatua, ubicándola un poco inclinada
hacia la calle de Prisciliano Sánchez. El acontecimiento fue
celebrado por los cronistas municipales, (asistió una docena
procedentes de diversos pueblos jaliscienses), por los frailes de San
Francisco, funcionarios de la superintendencia y personas aliadas de
la cultura.
Ahora ya vislumbra Tello, desde el espacio donde se instaló su efigie, a su recinto religioso y a su predilecta Perla Tapatía; allí recibe honores más que merecidos, como Prócer de la Crónica y patrono de los cronistas de Jalisco. Al rememorar su trayectoria, sabemos que el saber y el esfuerzo, sumados al afán de servir a la gente y enaltecer a la tierra, tienen como corolario el reconocimiento del pueblo. Este acto de estricta justicia histórica, así lo acredita. Honor a quien honor merece, y Fray Antonio Tello, es acreedor permanente de la gratitud no solo de los cronistas, los historiadores y los amigos de la cultura, sino de todo Jalisco.
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