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jueves, 4 de julio de 2024

La cena


 

 Salvador Encarnación

 

Escuchó unos leves toquidos en su puerta, luego la miró abrirse. El reloj marcaba quince para las doce la noche. Ella entró. Vestía de negro, medias y estiletos del mismo color. Lucía el pelo suelto, la crencha amplia indicaba que la juventud había pasado. Él la miró y le sonrió con su dentadura molacha. Extrajo de una caja dos colmillos de marfil y los empotró con habilidad en las encías.



            —Hijo, ya es hora.

El niño la tomó de la mano y juntos salieron de la habitación. Cruzaron la lujosa sala. Las pesadas cortinas apenas si dejaban pasar la luz de la calle.





            Con cuidado abrieron otra puerta. En la cama, desnudo, él dormía boca abajo. La fiesta, la cena y el vino lo habían rendido. El reloj marcó las doce de la noche. Con ternura, ella le recogió al hombre el pelo que le cubría el cuello.


“Acércate”. Le ordenó la madre al niño. En susurro, le dijo: “De la comisura de la boca, hacía abajo, hasta la mitad del cuello, pasa la vena más sabrosa. Se obediente. Es la hora de cenar”.          




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