Víctor
Hugo Prado
Morena
y sus aliados obtuvieron un triunfo inobjetable, 35.9 millones de sufragios a
favor de Claudia Sheinbaum, lo que la convertirá en la primera presidenta de
México. A decir de Ricardo Monreal en el
Diario Milenio que se publica hoy, fue un maremoto electoral que supera al
Tsunami de 2018. El mismo Monreal pregunta “¿Qué derriba este maremoto?” y se
responde, “ante todo, un sistema de economía política de casi cuatro décadas.
Pero también su correspondiente régimen de partidos y su sistema
electoral-legislativo. Queda en pie, aunque bastante maltrecho, el sistema de
procuración e impartición de justicia, al que le espera una cirugía mayor”.
Afirma
él mismo que, el maremoto provocado “Tiene que ver con la situación económica
del país al momento de la elección. En condiciones de casi pleno empleo, de
control de la inflación, grandes inversiones por el nearshoring, salarios
mínimos creciendo anualmente, remesas al alza, pensiones de retiro al cien por
ciento y programas sociales que benefician a por lo menos un integrante en
siete de cada 10 hogares, la microeconomía y la macroeconomía generaron un
círculo virtuoso en el bolsillo de las y los mexicanos, como no se veía en
décadas. Seis de cada 10 compatriotas votaron con la cartera o la bolsa del
mandado en la mano”.
Por
su parte, Roberta Garza, en el mismo diario señala que “Si algo ha quedado
claro es que hay dos países que se llaman México… indiscutible es que una
mayoría contundente decidió que siguiera, en los hechos, la corrupción
generalizada e impune, la militarización imparable, la capitulación ante el
crimen, la opacidad, la mentira, la disfunción gubernamental, la crueldad
enconosa, el deterioro institucional, la autocracia y la destrucción del Estado
de Derecho.
Reafirma
que “sin duda parte de ese México sufraga empujado por una precariedad que le
hace preferir mil o dos mil pesos mensuales, constantes y sonantes, a la
incierta apuesta por quienes prometen lo que tras décadas de engaños y
decepciones suena como un imposible: una economía próspera y sistemas de salud
y de educación funcionales y dignos. Es difícil culparlos, aunque se estén
condenando, y a buena parte del país con ellos, a la miseria longeva y cruel
que suele acompañar al populismo demagógico en el poder.
Ambas
visiones tienen mucho de razón, y lo que viene es un ejercicio de gobierno, que
debería construir no un segundo piso, también un tercero, sobre lo que
probadamente esté bien en el país, tendrán que descubrirlo en el diagnóstico
económico, político, social, cultural y ambiental, que los lleve a plantear los
compromisos en el Plan Nacional de Desarrollo. Hay otras muchas áreas, me
atrevo a decirlo, no hay planos ni cimientos, menos un primer piso para pensar
en el segundo, entre ellos, el de la inseguridad.
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