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jueves, 13 de junio de 2024

La majestuosidad de san Antonio de Padua


 

Fernando G. Castolo

 

 

El sacerdote don Porfirio Díaz González refirió en alguna ocasión: "Hay otro templo debajo de este templo", a propósito de San Antonio de Padua, hermosa edificación de corte neogótico que adorna la mancha urbana de la ciudad desde hace casi un siglo. Inició su construcción el 14 de junio de 1886, depositando la primera piedra el Cura don José Homobono Anaya Gutiérrez, quien encomienda su original diseño al reconocido alarife zapotlense don José Hermenegildo Lepe Díaz, personaje que ya se había inaugurado en las tipologías arquitectónicas del neogótico en sendos portales que adornan los centros históricos de Colima, Sayula y San Gabriel. Se pensó en un predio, sobre la Calle Real, en el que se ubicaba el primitivo rastro de la ciudad, bastante insalubre, por cierto. 




Fue entonces cuando este rastro fue cambiado a la calle Victoria (en el espacio que hoy ocupa la Casa de la Cultura municipal). Los inicios fueron muy lentos, dado que la construcción representó una gran proeza en lo económico. Según reseña el intelectual Vicente Preciado Zacarías, la mayor parte del resultado de esta monumental obra se le debe al sacerdote Enrique Gómez Villalobos, nativo de Tepatitlán, Jalisco, quien, ordenado en 1897, solicita su traslado a la antigua Zapotlán. 




Hacia 1914 fue nombrado capellán de San Antonio y, entonces, concentra todas sus energías y su portentoso patrimonio en acelerar los trabajos edificatorios del inmueble, aunado a que, gracias a su dinamismo, logra entusiasmar a caritativas familias que se suman a faenas, así como en acercar recursos en especie y en efectivo. Contrató a los mejores alarifes de la ciudad en la época, entre ellos al reconocido cantero sayulense don Genaro Rodríguez García. 


Hay una hermosa imagen de Preciado Zacarías cuando refiere sobre este templo esa necesidad de todos los pueblos del mundo que padecen anhelo de eternidad a través de la ardua y costosa construcción de templos y santuarios... Ese fue el gran éxito del Padre Gómez, invitar a eternizar el anhelo trascendente de cientos de personas que colaboraron con lo mucho o con lo poco para ver materializado el majestuoso recinto neogótico. 




Lo cierto es que el Padre Gómez acabó en la ruina total y elevó su entusiasmo por ver su obra terminada a grado tal que era tratado como un "loco" por sus superiores eclesiásticos. Era un enamorado de la belleza y se estasiaba en ella en cada detalle que aplicó en el recinto: esculturas y pinturas de excelente manufactura, magníficos vitrales de vivos colores, decorados sutiles que maravillaban la vista del parroquiano que, expectante, se sentía empequeñecido ante la soberbia iglesia de delicadas formas. 




El templo de San Antonio de Padua es la reliquia más preciada que, en términos arquitectónicos, poseemos los guzmanenses, de ahí que tenemos la obligación moral de conservarlo y de difundir la riqueza de las historias que salvaguarda en el celo de su intimidad, en los rezos que se escuchan en sus muros, en el chisporrotear de las veladoras que custodian al Santísimo. Es un edificio vivo que en sus entrañas guarda el gran secreto de poseer un templo debajo del templo que admiramos.




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