Eduardo Ramírez Ruelas*
Después
de las elecciones pareciera que acaba de pasar una tromba dejando todo
deshecho. Se advierte la destrucción por todos lados: las casas sin techo, los
árboles por el suelo, los animales vagando sin domicilio y los llantos vertidos
por la calle. Sin embargo, no para todos es hecatombe. Una minoría de seres
celebra en las copas colmadas de licor los festejos y los triunfos y aunque afuera,
los muebles están tirados por todos lados y en las azoteas lloran los recientes
huérfanos, en casa de éstos, corre el vino, las risas y la alegría. Ganadores y
perdedores con sus infortunios y éxitos, forman el trágico retrato posterior a
las elecciones.
¿Y
el pueblo mientras tanto?
Toma
partido y prolonga los festejos y derrotas de los otros creyéndolas propias,
constituyendo eso quizá una mayor tragedia: creerse parte de la victoria y
derrota totalmente ajenas.
En
las elecciones mexicanas, el mexicano sin identidad fortalecida se apropia
hasta la médula del proceso electoral desde el principio y apuesta sus anhelos
con la ceguera del apostador de un casino o de un palenque de gallos. Águila o
sol lo había dicho antes Octavio paz. Y la moneda para ellos gira en el aire
por los meses de campaña para ver de qué lado cayó en la noche del día de los
cómputos finales.
Cuando
la autoridad electoral da a conocer los resultados poco a poco o cuando se pega
el cartel de resultados afuera de donde fue instalada cada casilla, los ojos se
abren y a la gente no le queda otro remedio que aceptar los fatídicos números y
formarse en una de las únicas dos filas finales: la de ganadores o perdedores.
Ojalá
se abrieran los otros ojos, los de la conciencia; para entender que no es
necesario ver a los candidatos como a los caballos de carreras y que ninguno de
ellos es tan cercano a ti como tu familia; que son seres que buscaron un
nombramiento de servidores públicos obtenido con la mayoría de votos y sólo
eso; que no tienes que sentir que pierdes o ganas si pierden o ganan ellos; que
quizá nuestro sistema de democracia en crecimiento no garantiza que lleguen los
mejores, sino los más populares o aceptados y que muchos de los que debieran
estar ni siquiera han pensado participar en las contiendas; que los partidos y
coaliciones no son nuestros ya que son sólo instrumentos o medios para permitir
la participación ciudadana.
Y
finalmente que se participa con todo el ánimo de ganar pero que se lleva la
inevitable posibilidad de perder.
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